SOCIEDAD • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Mauricio Macri pidió ayer a los legisladores porteños que voten “algo inteligente y moderno”. Así definió su inminente proyecto para prohibir los limpiavidrios en las esquinas, los estacionamientos públicos de pago forzoso y las manifestaciones con encapuchados. Según Macri, a estacionadores y limpiavidrios “hay mafias que los conducen”. El ex presidente de la empresa Sideco pidió también “dejar de lado los prejuicios ideológicos y la politiquería barata”.
Aquí van tres puntos para una polémica:
- Punto uno, los limpiavidrios a veces se pasan de la raya. Para que no arruinen el parabrisas, muchos conductores suelen darles unas monedas y así el parabrisas queda sucio pero impecable.
- Punto dos, los estacionadores ordenan los coches en partidos y recitales pero son caros.
- Punto tres, el hecho de que no se criminalice la protesta desde el 2003 pone en duda la legitimidad política de cubrirse la cara para una manifestación y llevar palos.
Luego del breve análisis sin prejuicios queda una duda: ¿el cambio en el Código de Convivencia resolverá estos problemas cotidianos?
Macri no aclaró qué tipo de mafia se vale de los limpiavidrios y para qué. La experiencia cotidiana no parece registrar casos de menores usados como dealers por parte de mayores para convertir las esquinas de la avenida 9 de Julio en el paraíso del narcotráfico. Si cualquier cosa es mafia, nada es mafia. Dos ejemplos. Mafia es la prostitución organizada, tema que conocía bien Miguel Angel Fausto Colombo, un miembro del cuerpo de inteligencia de la policía de la ciudad que Macri se vio obligado a dar de baja. Mafia son los desarmaderos en los que era experto el ex jefe de la policía porteña Jorge “Fino” Palacios, cuyo procesamiento por espionaje fue confirmado ayer por la Cámara Federal.
Perdón por el prejuicio ideológico: ¿no será más fácil pensar planes para reconvertir laboralmente a los limpiavidrios? Son pocos. Se trataría de planes casi personalizados. ¿Es tan difícil?
Disculpas de nuevo: ¿no será contradictorio preocuparse retóricamente por un grupo de chicos marginales y a la vez, como informó este diario el sábado, cortar los planes de capacitación docente que –por su continuidad– ya eran una de esas famosas políticas de Estado tan reclamadas? ¿No será prejuicio ideológico retirar libros de enseñanza porque siguen criterios de historia social que José Luis Romero introdujo aquí hace unos 50 años? ¿No enturbiará más la escena pública incluso estéticamente, ya que a veces ése parece el tono del debate, bajar la calidad de la educación que poner a los limpiavidrios como hipótesis de conflicto y sujetos pasibles de arresto?
Para los estacionamientos convendría discutir una política creativa. ¿Qué sentido tiene penalizar a los trapitos si productoras de espectáculos o clubes no coordinan la forma de usar el espacio público para estacionamiento temporario? El gobierno porteño resultó eficaz para extender el uso de cascos y bajar la alcoholemia de los conductores. Fue práctico y usó el control y la prevención, dos elementos que a menudo integran cosmovisiones amplias sobre la vida y son, a la vez, más eficaces que la ilusión del castigo como remedio santo.
En cuanto a las capuchas y palos, el fenómeno está en franca disminución. Hay menos, no más. Las propias organizaciones piqueteras y sociales fueron abandonando ambos objetos porque entendieron que eran innecesarios y porque percibieron que su uso invalidaría el resto de su práctica política.
La sociedad argentina es cada vez más virulenta cuando habla y cada vez más pacífica en su convivencia de todos los días.
Gobernar atendiendo más a lo primero que a lo segundo se llama demagogia. Y eso no es ni inteligente ni moderno.
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