SOCIEDAD • SUBNOTA
› Por Jaime Lerner
¿Se puede mejorar la vida de una ciudad?”, desafió el urbanista brasileño Jaime Lerner frente a un auditorio al que dio la respuesta sin mucha demora: “Sí”. “Una ciudad puede mejorar su calidad en menos de tres años, con política, solidaridad y estrategia, pero también con algo aún más importante: la co-responsabilidad.” Acto seguido, y sin inmutarse, presentó el mapa de su ideal de ciudad: “Vita, la tortuga”. “Es el mejor ejemplo en calidad de vida”, explicó, porque en él “vida, trabajo y ocio se mueven juntos”. La división del espacio urbano en áreas no hace sino desintegrar, “al separar áreas, estamos matando la ciudad, que es un organismo. Cuanto más mezcle edades, ingresos, funciones”, tanto mejor, indicaba mientras hacía observar a la concurrencia cómo el caparazón de su tortuga semejaba el plano de una ciudad de diseño circular, y por eso mismo imposible de desarticular en zonas.
Luego siguieron “Otto, el automóvil”, de gesto malvado consecuente con su carácter “egoísta, porque sólo transporta una, dos, tres personas”; “Bandoneón, el ómnibus amigable” e inmenso (articulado en el medio) en el que pueden llegar a entrar 300 personas, “270 suecos, 300 brasileños”, bromeó antes de recordar que ese sistema de transporte se aplica desde hace ya un tiempo en Curitiba, la ciudad de la que Lerner fue tres veces intendente. “Cada ciudad tiene su diseño, puede ser lineal, puede ser radial”, argumentó, pero lo importante es que “se trate de una estructura de vida y trabajo juntos, porque separarlos genera un desastre”.
Toda ciudad tiene tres desafíos, cuyas respuestas pueden determinar el grado de habitabilidad e integración urbana: la movilidad, la sustentabilidad de su diseño, y la forma de garantizar la “socio-diversidad”. El transporte y los diseños de sus funcionamientos y rutas pueden modificar radicalmente la calidad de vida urbana: pasó con la integración del subterráneo y el bus terrestre que opera con la misma modalidad del metro en Río de Janeiro; pasó con la implementación del Vélib, la red de bicicletas de París; posiblemente pase con el desarrollo del Dockdock, un auto pequeñísimo (seis de ellos ocupan el mismo lugar que uno promedio) en desarrollo, “y en el cual yo entro”, advirtió Lerner, sin ignorar su propia corpulencia. “Hay que empezar porque innovar es empezar”, insistió Lerner, quien procuró explicar brevemente su noción de “acupunturas urbanas”, vale decir, intervenciones puntuales sobre la ciudad que sirven para “crear nuevas energías”. Y para dar ímpetu, arengó al público a entonar sonido tanguero, mientras él cantaba su “Tango de la sostenibilidad”: “Use menos su coche, siga siempre el bandoneón, separe su basura en su propia habitación. Bandoneón, bandoneón, bandoneón. Viva cerca del trabajo... si se puede, ¡macanudo!”.
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