Dom 11.04.2010

SOCIEDAD • SUBNOTA

Hacia el pensamiento científico

› Por Gabriel Gellon

“Hace diez años tuve culebrilla”, recordó el científico Gabriel Gellon, quien entonces notó que los comentarios que recibía de conocidos, amigos y familiares, pertenecían invariablemente a dos categorías: “a) me hablaban del dolor, b) me recomendaban ir al curandero”. Nadie, en cambio, le recomendaba visitar un consultorio médico, o parecía saber el origen virósico de esa enfermedad ni sus tratamientos más habituales. Vale decir que de ciencia nada. Y sin embargo, dijo, “ciertas formas del pensamiento científico son esenciales para llegar a conclusiones correctas” en el día a día.

Gellon, que de investigar en biología pasó a interesarse en cómo enseñar los caminos del pensamiento científico a niños y jóvenes, es responsable de Expedición Ciencia, una ONG con la misión de organizar campamentos científicos para que un grupo de adolescentes tenga la oportunidad de descubrir el pensamiento científico, que “no es espontáneo, te lo tienen que enseñar” a desarrollar.

Los campamentos seleccionan a adolescentes de todo el país para llevarlos a la Patagonia y brindarles la experiencia de convivir durante diez días, entre ellos y con educadores y científicos que los ayudan a descubrir inquietudes y maneras científicas de formularlas. Redescubren los pasos “de Darwin, Lavoisier, Newton, Galileo. Ven con sus propios ojos los fenómenos como si fuera la primera vez”. A partir de allí, investigan. No necesariamente aprenden leyes ni comprenden de manera cabal y completa las razones de algunos fenómenos físicos, naturales, matemáticos, y eso en realidad es lo de menos, porque “es su oportunidad para hacer ciencia”, con todo el riesgo y toda la incertidumbre que eso implica.

“Los chicos se hacen preguntas, formulan hipótesis, hacen experimentos”, contó Gellon mientras a sus espaldas se proyectaban fotos de chicas y chicos apasionándose por una burbuja que se esfuerza por sobrevivir en una estructura de alambre triangular. Pero las noches también sirven: en la Patagonia, recuerda Gellon, es posible ver muchísimas más estrellas que en las grandes ciudades. “Los chicos, acá –decía señalando otra imagen–, observaron las estrellas para comprender cómo se mueven los astros en el firmamento. Imaginen la satisfacción de un adolescente que descubre, por sus propios medios, cómo se mueve el mundo.” Sobre esa base, quienes van al campamento descubren que en el pensamiento científico puede haber magia, que “es un pensamiento sólido, que hay que desconfiar de las palabras difíciles y los pensamientos rebuscados, que tienen que tener confianza en su propio criterio”. Si hay un sueño detrás de develar las reglas del pensamiento científico, es que esos jóvenes comprendan que “la ciencia es una de las grandes obras de la humanidad”, y que tiene “una profundidad y una belleza formidables”.

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