Mié 11.08.2010

SOCIEDAD • SUBNOTA  › LAS TAREAS DE RESCATE Y LA INDIGNACIóN VECINAL CONTRA EL GOBIERNO PORTEñO

Entre el dolor y la bronca

Durante todo el día, los trabajos de los rescatistas siguieron conmoviendo el barrio. Los vecinos se quejaron por la falta de controles oficiales y anunciaron una marcha para el sábado. La Metropolitana intentó obstaculizar la tarea periodística.

› Por Emilio Ruchansky

Los integrantes del Colectivo de Acción Política y Social pasaron ayer a la hora de la siesta por la esquina de Triunvirato y Mendoza, a metros del gimnasio derrumbado, para avisar que harían una marcha a las 18.30, en protesta por la verticalización indiscriminada del barrio. Cuando se hizo la hora, aparecieron a una cuadra del lugar para avisar que reprogramaban la marcha por respeto a los familiares de las víctimas y para no obstruir el rescate. “Mientras nosotros bajamos la marcha por respeto, (Mauricio) Macri hace circo y arma una conferencia de prensa para decir ‘yo no fui’. ¡Qué irresponsable!”, decía Carlos Grisafi, un vecino preocupado por la pérdida de identidad del barrio porteño de Villa Urquiza, quien reclamó la rezonificación en pos de detener “el colapso” que producirán las torres en construcción.

“La marcha la vamos a hacer este sábado a la tarde frente al teatro 25 de Mayo, recuperado por los vecinos. Lo que pedimos es que se paren todas las obras que se están haciendo y se revisen los proyectos. Esto sin perjuicio de los obreros, que total las constructoras ganan fortunas y les pueden cubrir los días que hagan falta para la revisión”, detalló Grisafi, que sostenía una bandera con la dirección del blog que armaron los activistas: “Salvemosvillaurquiza”. A su lado se desplegó otra bandera, la de “S.O.S. Caballito, barrio de casas bajas”, otro grupo antitorres.

A este diariero y a las otras cincuenta personas que lo acompañaron en la esquina de Olazábal y Triunvirato les preocupa que se pueda construir edificios de hasta 14 pisos. En primer lugar porque “no da la infraestructura”. Las cloacas siguen siendo las mismas, pero en un mismo lugar pasan de vivir cinco personas a 400. Ya juntaron dos mil firmas para frenar nuevas construcciones, aunque el pedido concreto es que la zona pase a ser “R2”, es decir, un barrio residencial. Detrás del pequeño tumulto, hubo un impresionante despliegue de la Policía Metropolitana que enervó más aún a los vecinos. “Vayan a laburar”, les gritó una abuela.

La bronca, la preocupación y la tristeza fueron el factor común ayer detrás de las vallas. “La Municipalidad permite cualquier cosa. Son unos asesinos, somos un ejemplo de la vergüenza y ojo, que yo estoy orgulloso de mi país, pero no de los gobernantes que tenemos”, les decía un señor mayor a otras dos señoras, que consentían la queja, los tres parados sobre la esquina de Triunvirato y Mendoza. A pocos metros, sobre la farmacia San Antonio, una decena de ex alumnos de la secundaria Enea 2000, en Belgrano, merendaban golosinas con gaseosa. Fueron compañeros de Maximiliano Salgado, de 18 años, que estaría bajo las ruinas.

“Pasamos la noche acá esperando novedades y nos vamos a quedar hasta que aparezca Maxi, trajimos mantas y más comida”, apuntó Joaquín. Los jóvenes se turnaban para hablar con las autoridades del SAME, como para no cansarlos, en busca de algún dato. Por la madrugada, contó Joaquín, se aferraron a las vallas cuando apareció el primer cuerpo sin vida debajo de una pesada mampostería. El fallecido no era Maxi, sino Guillermo Ramón Fede, de 37 años, quien trabajaba como instructor del local.

La información se hizo cada vez más escasa, aunque no faltaran novedades. Ayer por la mañana, agentes de la Policía Metropolitana recorrieron los departamentos cercanos al derrumbe exigiendo que no se les permita el acceso a balcones o terrazas a los periodistas. La reticencia también regía entre los integrantes de Defensa Civil, reunidos en una carpa-cocina con una enorme cafetera, una mesa y cajas de alfajores y galletitas. “Nos pidieron que no hablemos con nadie”, dijo cuando se acercó Página/12.

A las 19, cuando hubo un recambio de personal, y tras una jornada de doce horas, algunos bomberos se apartaron para comer un sandwich o tomar gaseosa, aparecieron las primeras informaciones extraoficiales. “Estuvimos trabajando medio a ciegas hasta que uno de los perros olfateó algo”, le dijo un bombero que compartía un cigarrillo con otro. “Simplemente, que Dios los bendiga”, le dijo una señora al pasar y verlo cubierto de polvo. Detrás, un camión del Comando Móvil de Operaciones de la Policía Federal dominaba el cruce. Alrededor había cinco ambulancias y otro tanto de carros de bomberos.

La grúa utilizada para sacar los escombros más pesados iba y venía del derrumbe y depositaba los restos en el acoplado de un camión. Allí, dos operarios cortaban pedazos de paredes con amoladora y mazas. El director médico del SAME, Carlos Russo, aclaró que no había indicios “ni de vida ni de muerte”. Los familiares directos de las víctimas esperaban rodeados de policías, cubiertos con mantas, en la vereda de enfrente al gimnasio. “Los tenemos incomunicados”, bromeó un policía metropolitano cuando una movilera, a lo lejos, preguntó si podía entrevistarlos.

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