SOCIEDAD • SUBNOTA › LAS MUJERES EN LA ECONOMIA SOCIAL
› Por Mariana Carbajal
Después de la crisis que empezó a gestarse a fines de los ’90, afloraron en el país distintas formas de organización de trabajo autogestionado, propias de una economías más solidaria, con una amplia participación de mujeres, tanto rurales como urbanas, un movimiento que fue acompañado en muchos casos por diferentes políticas y programas gubernamentales. Y que tuvo un efecto de “empoderamiento” de muchas mujeres, según diversas miradas. “Las mujeres empiezan buscando un sustento para su familia, pero al juntarse con otras comienzan a encontrarse con sí mismas”, destaca la socióloga e investigadora feminista Norma Sanchís, integrante de la Asociación Lola Mora. La experiencia de Karina Paz, en la localidad salteña de General Güemes, que formó una docena de cooperativas donde trabajan más de seiscientas mujeres es una de ellas. Pero hay otras expresiones en diversos puntos del país, como las ferias francas que promueven mujeres rurales en Chaco y Misiones, la Red Puna y Quebrada, que nuclea a una treintena de comunidades campesinas e indígenas del Norte argentino, que fabrican artesanías tradicionales; el Mercado de Nahuelpan, en Chubut, cerca de Esquel, en una de las estaciones turísticas del tren patagónico La Trochita, donde mujeres y también varones venden sus artesanías; el Mercado de la Estepa, en Dina Huapi, a 20 kilómetros de Bariloche, en Río Negro, que nuclea a unas trescientas tejedoras, campesinas que antes estaban aisladas, de comunidades y parajes de los alrededores, que hacen artesanías en lana de cabra y oveja y que hasta lograron impulsar en la provincia una ley de protección de mercados productivos locales, que se aprobó el año pasado, subraya la socióloga María del Pilar Foti, de la Asociación Lola Mora y coautora de la publicación Las mujeres en la economía social y solidaria: experiencias rurales y urbanas en Argentina.
“Hay una presencia muy importante de mujeres en la economía social porque suelen tener más limitaciones para acceder al trabajo formal”, señala Sanchís. Dentro de la llamada economía social, explica Foti, se incluyen formas asociativas, cooperativas y emprendimientos familiares rurales y urbanos, donde los trabajadores son los dueños de los medios de producción. “Son formas de producción que no involucran una relación capitalista típica. En los últimos años están asociadas para salir de la pobreza, de la desocupación. Nosotras la planteamos como una alternativa a este modelo hegemónico capitalista, que está en crisis, que está destruyendo el medio ambiente, que está dejando a una gran parte de la población afuera”, plantea Foti, en una entrevista con Página/12. Estas formas nuevas, señala Sanchís, también de Lola Mora, están apareciendo en toda América latina.
–¿Qué impacto tienen estas experiencias en el empoderamiento de las mujeres?
–Hay que decir que primero salen ellas porque a los hombres les da vergüenza salir a vender. Empiezan a juntarse, en el caso de las ferias francas todos los fines de semana, a tener relaciones directas con los consumidores, empiezan a confiar en ellas porque la producción es más sana o tiene un precio más justo. Y en esos espacios de interacción que se van conformando empiezan a salir el problema de la violencia doméstica, el lugar que les cabe a las mujeres en las organizaciones y cómo pueden pelear los espacios de decisión de la propia organización. En Misiones hay una federación donde se agrupan todas las ferias campesinas. En la provincia de Buenos Aires hay ferias “verdes” y también hay una federación. Las mujeres empiezan buscando un sustento para su familia, pero al juntarse con otras comienzan a encontrarse con sí mismas. Pero tanto la viabilidad económica como el procesamiento de nuevas relaciones de género más equitativas y de empoderamiento de las mujeres dependen de una cantidad de variables y de factores. Pensamos que es bastante irremplazable alguna intervención institucional, sea desde el Estado, una ONG, una experta feminista, el INTA o el INTI con apoyo técnico, con capacitación o alguna dirección municipal o provincial. Es necesario un apoyo de políticas públicas o del sector privado, a veces de la cooperación internacional. Y específicamente en lo que hace a la reformulación de las relaciones de género es necesario, y todavía estamos en deuda, un mayor seguimiento desde las organizaciones de mujeres, con técnicas que puedan ayudar esto –opina Sanchís.
–La gente no se salva sola. Es muy importante armar economías en escala, a través de redes, asociaciones, fundamentalmente en lo que hace a la relación con el mercado. Las formas de economía social no pueden ser sustentables si no entablan nuevas relaciones con el mercado. Puede haber economía social y solidaria en la medida en que estos emprendimientos se unen, se juntan, para organizarse más como sector. La economía social por sus características autogestivas, abre oportunidades y desafíos a las mujeres para “empoderarse”, para convertirse en sujetos de derechos, para tener su voz y su palabra, para intervenir y decidir en espacios públicos, para disponer sobre su vida, para ser respetada –apunta Foti.
Del seguimiento de las distintas experiencias, las investigadoras observan, sin embargo, que las mujeres en este tipo de proyectos productivos deben resolver cotidianamente sus “necesidades prácticas de género”, aquellas vinculadas con el cuidado de la familia. “Para fortalecer la participación de las mujeres en la economía social solidaria debemos buscar alternativas a ese trabajo de cuidado, no reconocido ni remunerado, que realizan las mujeres en sus familias y en sus hogares y que aporta nada menos que a la reproducción y subsistencia de la especie humana”, señalan Foti y Mercedes Caracciolo Basco, en la reciente publicación Las mujeres en la economía social y solidaria: experiencias rurales y urbanas en Argentina.
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