SOCIEDAD • SUBNOTA › UNA TESTIGO QUE CONTO HABER VISTO A MARITA CRITICA EL FALLO
Fátima Mansilla fue secuestrada y prostituida un mes después que Marita. Pudo sobrevivir y contó toda su historia ante el tribunal. Dice que está decepcionada porque los jueces no le creyeron. Y teme por su vida. Su caso es el próximo juicio.
› Por Soledad Vallejos
Cuando tenía 16 años, Fátima Mansilla empezó a trabajar como niñera en casa de Daniela Milhein y Alejandro González. Al cabo de poco tiempo, su madre le pidió que renunciara porque Fátima contaba que en la casa había “chicas que iban y venían”; la chica abandonó el lugar. Entonces Milhein y González comenzaron a hostigarla para que regresara; ante sus negativas, terminaron por secuestrarla. Sucedió un mes y cuatro días después de que fuera secuestrada Marita Verón. Empezaba un período oscuro de nueve meses para Fátima. Lo contó en la instrucción de su juicio y en el debate oral del juicio por Verón: en casa de Milhein y González fue violada, drogada, prostituida, golpeada. Todo ese tiempo su madre la buscó; Milhein la acompañaba y, a sus espaldas, desbarataba los pedidos de ayuda que simulaba impulsar. Durante su cautiverio, Fátima vio a Marita, habló con ella. Un día logró escapar.
Hace dos años, Fátima rehuía toda posibilidad de hablar. La psicóloga de la Fundación que sigue sus pasos recuerda que “tenía mucho miedo, se quebraba en el discurso. Decía que no iba a poder salir nunca de la situación”. Y sin embargo, hace meses declaró en el juicio por Marita y el miércoles pasado participó de la marcha multitudinaria para pedir justicia. Dice que lo hace por ella, por “doña Susana” (Trimarco), por las otras chicas. Dice: “A la mafia hay que tenerle miedo, pero también tenés que tener respeto por vos misma. Por ese respeto hay que decir las cosas que hicieron. Si lo cuento, estoy más fuerte. Quiero que todos sepan lo que hicieron, qué son. No tengo que callarme. Es por respeto a mí misma”. Fátima ahora tiene 26 años, cuatro hijos de entre meses y ocho años, trabaja como empleada doméstica, una firmeza apabullante para hablar. No esperaba el veredicto del martes, que en cuanto lo escuchó “pensé en mis hijos, en mi familia, en doña Susana”.
–Los jueces no se han dado cuenta, más allá de todo, de que dándoles la libertad (a los trece imputados) han firmado nuestras sentencias de muerte. Para todas las chicas. Ellos van a quedarse tranquilos un tiempo y después nos van a hacer desaparecer una por una. Esa es la verdad. Yo he convivido nueve meses con esas personas y me ha bastado y me ha sobrado para saber cómo son. Por mucho susto que hayan pasado en el juicio, no van a cambiar. Viven de esto y van a vivir y van a morir siendo así. Si en el caso de Marita, que lo miraba todo el mundo, han hecho eso, ¿qué puedo esperar yo?
–Tu abogado explica que una diferencia sustancial entre ese caso y el tuyo es que vos estás, podés dar testimonio.
–Es que todas las chicas que hemos estado en el juicio hemos dicho que vimos a Marita. La hemos visto en carne, hueso. Hemos visto la mala situación en la que estaba. Y ni así los jueces nos han creído. Es muy injusto. ¿Qué tengo que hacer? ¿Como la Daniela Milhein, que se ha hecho la loca, que lloraba, que gritaba? ¿Tengo que hacer eso también? ¿Qué esperaban los jueces? ¿Que cuando me siente en ese banquillo me ponga a llorar y que cuente todas las barbaridades que ellos me han hecho?
–¿Qué recordás de tu declaración en el juicio por Marita?
–Lo primero que recuerdo es cuando este juez (Alberto César) Piedrabuena se ha acercado a mí cuando yo estaba en la sala. Me dijo que no tenga miedo de hablar y de contar toda la verdad y de contar todo lo que me habían hecho. Todo lo que yo sabía sobre ellos. Que no dude, porque para eso estaba la Justicia y para eso ellos me iban a escuchar. Para derribar eso. Para que esa gente no quede libre para hacer más daño a otras personas. Y yo tenía ganas de contar. Necesitaba contar todo lo que me habían hecho a mí. Necesitaba desahogarme. Porque no es lo mismo que vos hables con la psicóloga a que estés hablando con una persona que te puede ayudar realmente. (Un juez) te puede ayudar el doble. La psicóloga lo que yo le diga acá, solamente lo van a saber ella y mis abogados. Esto era distinto.
Fátima vive a la vuelta de B, otra chica rescatada. Ambas se habían conocido durante el cautiverio en casa de Milhein y González; volvieron a encontrarse años después, camino a un hospital en Buenos Aires; se reconocieron en cuanto se vieron. Nunca se contaron una a la otra detalles de lo que vivieron, pero se acompañan. Las dos son sobrevivientes de algo que “nadie puede entender aunque me digan que entienden mi dolor. La única que entiende es doña Susana”. La noche del veredicto, Fátima fue a casa de B. “He ido a buscarla, porque es menos fuerte que yo, le han pasado cosas peores. He ido a hablar con ella, a verla. Ella también estaba destrozada, lloraba, pegaba piñas a las paredes.”
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