SOCIEDAD • SUBNOTA › BEATRIZ VARELA
› Por Mariana Carbajal
“Yo quería resolver las cosas de la puerta para adentro. Yo estaba convencida de que la Iglesia me iba a acompañar en mi reclamo. Yo nací en la Iglesia católica, desde la panza de mi mamá, que me llevaba a misa. Pero la Iglesia me desilusionó. Apenas le aplicó una amonestación al cura que abusó sexualmente de mi hijo”, dice Beatriz Varela a este diario. Lo dice con tristeza. Ahora, aclara, puede hablar del tema sin llorar. Pero le costó muchos años poder hacerlo, por el dolor lacerante que le dejó aquel episodio ocurrido en el madrugada del 15 de agosto de 2002, cuando su hijo menor, entonces de 15 años, fue abusado sexualmente por el cura Rubén Pardo, a quien ella había elegido para asesorar espiritual y moralmente al adolescente.
Beatriz tiene 61 años. Proviene de una familia muy creyente y muy comprometida con la Iglesia Católica. Ella, como sus tres hijos, estudió en colegios religiosos. Beatriz tuvo hasta el año pasado, cuando se jubiló, un cargo docente en el colegio Manuel Belgrano, que depende de la diócesis de Quilmes. Fue catequista y participó del Movimiento de los Focolares y de la Obra de María como voluntaria. Su hermano es diácono. Su madre era legionaria y tuvo a su cargo un grupo juvenil de La Legión de María, se ocupaba de la santería en una capilla de Quilmes y participaba como adherente del Movimiento de los Focolares. Su familia nunca quiso que Beatriz denunciara el abuso sexual que sufrió su hijo menor en la Justicia.
En su largo periplo para lograr que la Iglesia católica aplicara un castigo ejemplar al cura pedófilo e impidiera que estuviera en contacto con otras posibles víctimas, Beatriz golpeó numerosas puertas de autoridades eclesiásticas en el ámbito metropolitano. Llegó incluso al Arzobispado de Buenos Aires, donde pidió hablar con Jorge Bergoglio, flamante papa, entonces máximo responsable. “Considero que a la señora la tiene que escuchar el cardenal”, le dijo el padre Gregorio al cura que los atendió en el cuarto piso de la Curia, al lado de Catedral de Buenos Aires, el día que ella fue buscando ayuda. Beatriz no quiso adelantar el motivo de su interés por ver a Bergoglio al sacerdote que los atendía. “Es una razón personal, íntima”, se limitó a decir, según recordó a Página/12. Pero como Beatriz no quiso dar más detalle –porque estaba segura de que si decía que se trataba de un cura pedófilo no tendría chances de ser atendida por Bergoglio–, nunca consiguió la cita. Ese día, un rato antes, había estado en el Tribunal Eclesiástico, donde intentó denunciar el hecho. La llamaron de ese organismo un mes después. “Me interrogaron cuatro curas. Me hicieron preguntas lascivas, haciéndome sentir culpable. Si mi hijo había tenido novia, si yo había tenido parejas, cosas que nada tenían que ver con el delito que había cometido el cura. Yo creí que lo iban a expulsar. Pero nunca tuve respuesta”, contó la mujer. “Nunca nadie se comunicó conmigo desde la Curia metropolitana.” El obispo Luis Stockler llegó a decirle que ella tenía que “ser misericordiosa con las personas que eligen el celibato por vocación, porque tienen momentos de debilidad”, minimizando de esa forma el abuso sexual que había cometido el cura Pardo.
Beatriz trabajó 20 años en el Colegio Manuel Belgrano, de la diócesis de Quilmes. “Me jubilé el año pasado. Me hacía muchísimo daño ir. Era como entrar a la casa del violador todos los días porque dependía del obispado”, dice. Beatriz no perdió la fe en Dios. Pero sí su confianza en la Iglesia católica. “Ahora tengo línea directa con Dios”, aclara. Dejó de ir a misa. “Nunca más pisaré una iglesia en mi vida”, repite.
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