Cuando tiene lugar un enfrentamiento en una caja de metal más chica aún que los containers que el gobierno porteño pretende utilizar como aulas, las balas no tienen dueño, son incontrolables. Casos que nutren la escasa efectividad de la respuesta policial armada, si se considera la efectividad como la relación entre acción y resultado buscado, abundan. Se trata de muertes evitables, es decir, sean o no de delincuentes (supuestos o no). Pero la escasa efectividad se hunde aún más si se desdeña, como habitualmente ocurre, la existencia misma del tildado como “delincuente” y se pasa a analizar sólo los casos de muertes del lado propio de quienes relatan, es decir, muertes policiales, muertes de pasajeros y muertes de colectiveros. La última, el 14 de marzo, tomó como víctima al chofer Leonardo Paz, de la línea 56, en Villa Madero. El caso, para recordarlo, tuvo lugar durante la madrugada, cuando Paz acompañaba a otro chofer para aprender el recorrido de la línea, en el interno 1030 que se dirigía hacia la ciudad de Buenos Aires. Dos jóvenes subieron al vehículo en el cruce de Boulogne Sur Mer y la colectora de la Riccheri, cerca del Mercado Central.

Los dos jóvenes empezaron en un momento a asaltar a los pasajeros. Según el informe policial, en ese momento un Federal, uniformado, que se encontraba en el pasaje, observó la acción y dio la voz de alto. Los dos asaltantes escucharon, arrojaron lo que habían tomado y bajaron corriendo del colectivo. Hasta ese momento, todo lo que había ocurrido era un intento de robo con susto incluido. No iría a pasar de los comentarios sobre la inseguridad. Quizás esos mismos comentarios, dimensionados de otro modo en los medios, provocaron la reacción del policía, quien decidió bajar del colectivo para no poner en riesgo al pasaje, y disparar. Lo que no tuvo en cuenta el Federal o su preparación fue la calidad de la respuesta. Uno de los asaltantes tiró y mató al practicante de conductor.