SOCIEDAD
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La vida de un librero
Washington Pereyra tiene 62 años. Nació en Montevideo, su padre era peón de un frigorífico y su madre planchadora. Pero le interesaron los libros y empezó a venderlos en la Feria de Tristán Narvaja. Había elegido el oficio para el que tenía un don especial. Aunque ganaba muy poco, su puesto se hizo conocido. Un día lo visitó Pivel Devoto, ministro de Instrucción Pública, y lo invitó al Museo de Historia. Allí le mostró colecciones incompletas y le ofreció que buscara las revistas o volúmenes que faltaban. Y así demostró su pericia.
Fue comunista y anarquista. En 1978 llegó a Buenos Aires y con ayuda de algunos amigos instaló la librería Colonial y se dedicó a perseguir en Argentina, Uruguay y todo el mundo colecciones especiales. Se quedó en Buenos Aires porque había comprado la colección más grande de Latinoamérica de literatura francesa, la colección de José Oría. En una época le faltaba el número siete de la Revista del Pueblo para completar su colección. Visitó a Julio Fingerit, su director. El hombre le dijo que no sabía si lo tenía en su biblioteca repleta de libros. “¿Si lo encuentro me lo regala?”. Tras la afirmación se dirigió a los estantes, casi en la penumbra, recorrió los volúmenes con el índice y lo encontró. Asegura que tiene “olfato de detective”. De la misma manera consiguió volúmenes “increíbles”, como el tercer número de Boa, que le cedió Julio Llinás, o las ediciones de Eduardo Gutiérrez que le entregó León Benarós, o la biblioteca americanista que un día le regaló Jacobo de Diego.
Nota madre
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