SOCIEDAD
• SUBNOTA › JUAN CARLOS CARDOZO, EX PINTOR Y MECANICO
“Yo hubiera querido ser abogado”
Sentado sobre una cama, acompañado por dos perros, uno que asoma el hocico por debajo de sus piernas, el otro recostado sobre su propia almohada, Juan Carlos Cardozo, un hombre extrovertido y “gentil” –como él mismo se define– saluda a cada vecino que pasa como a un amigo más y recibe como respuesta: “Qué hacés, pelado”. Juan Carlos vive, se despierta y duerme en la calle, en la esquina de Bonpland y Cabrera, en Palermo. Tiene 58 años, quedan “algunos dientes enteros” y varios vecinos que le acercan plata y comida, o que le dan algunos “laburitos”.
“Y la gente me quiere, me trata bien. Es que me conocen. Yo trabajo o pido, pero no robo”, comenta sin modestia el tucumano, oriundo de La Cocha. Tiene el gesto apesadumbrado, viste una camisa azul con manchas de pintura blanca que le recuerda su pasado como pintor, y un jean viejo y zapatillas nuevas, obsequio de algún vecino caritativo. Juan Carlos habla de su pasado: “Llegué a Buenos Aires a los 16 años junto a mi madre viuda. Hice la colimba y trabajé en algunos bares como mozo y después empecé a trabajar en talleres mecánicos y a hacer changas. Sé algo de mecánica y de pintura y arreglo coches, así que siempre me las rebusqué”.
De su infancia en La Cocha, en cambio, no quiere hablar mucho. “Llegué a séptimo grado, y largué porque no sé si era medio lento o qué, y me empecé a juntar con unos amigos y andaba mal, le daba al chupi y juntaba botellas con un amigo”. Pero en Buenos Aires, la vida no lo ayudó: el matrimonio de su madre con un “viejo” lo tuvo a maltraer y así comenzó su vida sin techo. Vivió como pintor, trabajó en talleres de chapa y pintura, como empleado de limpieza y de algunas changas que conseguía por la zona. “Está en el barrio desde hace más de 15 años”, asegura una vecina, aunque no hace más de dos que se instaló en esa esquina. “Antes trabajaba en un taller de acá a la vuelta. El dueño lo sacó de la calle –dormía en un auto abandonado– y lo puso a laburar. Pero un día desapareció y, después de unos días, volvió con una laguna mental y no se acordaba de nada”, dice otra.
A pesar de que en invierno el frío se hace sentir y que la lluvia lo molesta como a nadie, Juan Carlos no quiere ir a los hogares dispuestos en Buenos Aires para la gente sin techo: “Acá me alcanza para comer. Ahí, en cambio, comés y apoliyás, pero por más que trabajes, te gastás lo que ganás en el bar del asilo y no salís más”.
Su vida no es lo que él quisiera, y lo admite, mencionando de pasada su relación con el alcohol: “Es un camino lindo pero sin salida”. “Hubiera querido ser abogado o maestro”, dice, y jura que varias veces lloró por el destino que le tocó vivir.
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