El acoso laboral se manifiesta –según explica María Lina Féliz Paz en su www.losrecursoshumanos.com– “de manera sistemática y recurrente, con acciones contra la reputación y contra la dignidad del empleado, haciendo uso del sentimiento de culpa del trabajador, a quien se lo acusa de ‘no hacer bien su tarea’”. Las acciones pueden ser varias y no hay un único patrón: que el jefe cite al empleado luego de que haya comenzado una reunión; que le revisen o le borren su correo; que le den tareas insignificantes y que no estén relacionadas con las habituales del empleado; hacerle saber que no se tiene en cuenta su opinión, y sí la de sus compañeros; que se generen rumores negativos sobre su persona; juzgar el desempeño del empleado de manera ofensiva; cuestionar sus decisiones; criticar permanentemente la vida privada; e incluso gritos o insultos, amenazas de violencia física y oferta sexual. “Las acciones son sutiles a la hora del hostigamiento por parte del acosador. Otra clave es que el acoso es persistente”.

“Para lograr el objetivo, los directivos necesitan de la complicidad del resto de los empleados quienes, bajo amenazas –directas o indirectas– de perder su empleo, eligen el silencio por temor a ser despedidos”, detalló. Se busca el aislamiento y llevar a la persona a la que se le aplica el mobbing a un estado de inferioridad que le provoque una fuerte depresión. Por esta causa, y después de varios meses de hostigamiento, la persona debe dejar su empleo por el desgaste mental y físico que esto produce: en el área psicológica puede producir estrés, ansiedad, nervios, depresión; desde lo físico, problemas en la piel, cardíacos, gastrointestinales. Todo se acentúa de acuerdo con los problemas que ya tiene la persona que es víctima del acoso moral.

El acosador –como indica el informe– es una persona con alteración de la norma moral, no tiene sentido de culpabilidad, es agresivo, cobarde, mentiroso y compulsivo; tiene gran capacidad de improvisación; es mediocre en lo profesional y tiene complejo de inferioridad.