El reportaje al viceministro de Desarrollo Social en el Cash abrió el debate sobre la política social de Kirchner.
Por Marcelo Posada*
“No es un corralito para pobres.” Así se titula el reportaje al viceministro de Desarrollo Social de la Nación, Daniel Arroyo, publicado por Cash, el domingo 15/2/04. ¿Cómo no empezar comentando el recuadro “El papel del Banco Mundial”? Arroyo sostiene: “Yo tengo un pensamiento muy claro sobre el papel que desempeña el Banco Mundial, pero prefiero no opinar sobre el tema”. Es una lástima que se guarde la opinión. Sería bueno conocerla. Que diga que tiene un “pensamiento muy claro” sobre eso, no aclara mucho. A lo mejor, y esto es tan solo una inferencia, con su no-respuesta, nos está ayudando a comprobar empíricamente el Teorema de Baglini.
En otro pasaje del reportaje, Arroyo sostiene que su programa-estrella, Manos a la Obra, eje de su política social, no tiene metas temporales. Dice Arroyo: “Tiempos no tenemos porque son pasos que se deben ir dando de a uno. Cuanto más rápido lo podamos implementar mejor, pero reitero que no tenemos tiempos”. El voluntarismo de Arroyo en relación al impacto concreto que tendrían los microemprendimientos en la estructura económica y social y, en particular, en la estructura del empleo es notable. “Los emprendimientos de hasta cinco personas tienen un ingreso que duplica al Plan Jefas y Jefes de Hogar. Nosotros los estamos apoyando para tratar que superen la línea de la indigencia.” Esta declaración, me parece, es central en el contexto del reportaje. Dejando de lado la ironía y el cinismo declamativo, quizás convenga detenerse más seriamente en esto. La pregunta que debería formularse a Arroyo es: ¿qué busca la gestión de Kirchner, constituir un contingente de pobres no indigentes o apuntalar un modelo económico y social que incluya productivamente a la mayor parte de la población, cobrando sueldos dignos, es decir, que permitan un pleno desarrollo del individuo?
La respuesta de Arroyo es clara: no quieren indigentes, sino pobres.
Y la deducción es fácil, obvia: se contentan con que no se mueran de hambre los hombres, mujeres y niños, procurando que –continuando en la pobreza– se constituyan en miembros plenos de un ejército industrial de reserva, manteniendo así reducido el costo de la mano de obra. Si esto no es funcional al modelo económico y social imperante, ¿qué lo es?
Esta es la discusión basal que debería ayudar a definir un modelo de sociedad. Una sociedad contenedora de pobres vía complemento de ingresos, llámese Plan Jefas y Jefes, Plan Familias o, con mejor marketing progre, ingreso ciudadano. O una sociedad que asegure a sus integrantes el pleno ejercicio de sus derechos básicos (alimentación, salud, educación, vivienda), pero no tornándolos receptores pasivos de una dádiva mínima que les evita morir de hambre, sino generando las condiciones macroeconómicas para el adecuado desarrollo del aparato productivo, de modo tal que sus integrantes se inserten autónoma y plenamente en dicho aparato, como actores productivos, y no que perduren en la pobreza como fuerza de trabajo redundante y estímulo a la baja en los niveles salariales.
Algunos conceptos y algunas discusiones clásicas, casi pasadas de moda para algunos, persisten en su vigencia. Y mueven o deberían mover a la reflexión sobre la actualidad. Al momento, la apuesta de Arroyo y del conjunto del gobierno kirchnerista es clara: reducir el número de indigentes y aumentar el de pobres. Si esto es el progresismo, seguramente deberé modificar mi entendimiento al respecto.
Otros pasajes del reportaje son igualmente sabrosos. Por ejemplo, la defensa de Arroyo del empleo de la tarjeta de débito para abonar los planes sociales resulta desopilante. A lo mejor podríamos ironizar sobresu sentido de la equidad ante la ley cuando reconoce que algunos pobres cobrarán con tarjeta, y con ello un monto mayor vía reintegro del IVA, que otros que no cobren por ese medio.
Como nunca, esta vez tenemos una versión directa y clara acerca de cuál es la política social nacional y cuál su objetivo de máxima. Como siempre, la discusión queda en el mismo punto: ¿qué tipo de sociedad queremos?
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