Domingo, 10 de septiembre de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
La energía nuclear, hasta hace pocos años en retirada, está de regreso en todo el mundo. Los promotores de esa fuente alternativa también han vuelto. Entre los puntos a favor en Argentina se destacan la experiencia alcanzada en el desarrollo científico técnico. Las limitaciones se encuentran en la importante demanda financiera que supone la reactivación nuclear y en la pérdida del personal calificado en la última década.
Por Claudio Scaletta
La energía nuclear, hasta hace pocos años en retirada, está de regreso en todo el mundo. Y los promotores de esa fuente alternativa también han vuelto. Sus argumentos son los que siguen. La era del petróleo se encuentra en su fase de declinación. Al margen de las volatilidades de corto plazo, la dirección siempre creciente del precio del crudo ofrece una primera señal, tendencia que también se expresa en la geopolítica global. Las predicciones sobre las potencialidades de las nuevas energías alternativas y limpias, como la solar o la eólica, desbordan optimismo, pero su presente tecnológico impide pensar en esas fuentes como principales proveedoras en el mediano plazo, al menos a los costos actuales. En este contexto, la energía nuclear no es simplemente una energía más, como por ejemplo el biodiésel, sino una energía económica y relativamente inacabable. Mirando al futuro, también permite la generación más económica disponible de hidrógeno, a través de reactores diseñados especialmente, una capacidad que sería posible desarrollar en el país.
En términos comparativos, expertos en la materia sostienen que la situación argentina en el área es privilegiada: existe conocimiento y experiencia para llevar adelante todos los procesos relacionados con el ciclo nuclear. Entre las ventajas locales –destacan– se cuenta la capacidad para enriquecer uranio, una tarea que, esquemáticamente, consiste en “filtrar” el uranio natural para obtener mucho uranio empobrecido y una pequeña cantidad de uranio enriquecido, el que posee mejores propiedades de reacción nuclear.
A diferencia de otras industrias, como por ejemplo la electrónica de consumo o la automotriz, no es posible comprar un reactor, desarmarlo y copiarlo. Generar un ámbito de conocimiento de lo nuclear es una tarea de generaciones, afirman especialistas. El dominio del ciclo, entonces, no reside sólo en la posesión de instalaciones, sino especialmente en la capacidad humana para respaldarlo, mantenerlo y continuar con su desarrollo, una “ventaja comparativa dinámica”, desarrollada durante décadas, que la economía local se encuentra en condiciones de aprovechar como instrumento de desarrollo.
Para el economista e investigador Andrés López, director del Departamento de Economía de la FCE de la UBA y director del Cenit, una de las características centrales del desarrollo tecnológico, considerado genéricamente, es que posee un componente fuertemente tácito –no transmisible– que es inherente a los procesos de aprendizaje y acumulación de competencias en el uso de las nuevas técnicas. Esta concepción, de raíz evolucionista, puede graficarse de dos maneras: la primera pensando que determinadas tecnologías, como por ejemplo la nuclear, no pueden transferirse como si se tratase de plantas “llave en mano”. La segunda remite a las capacidades adquiridas: no sería lo mismo optar hoy por desarrollar la microelectrónica de vanguardia que la energía nuclear. En el primer caso habría que empezar de cero, lo que en términos económicos se asimila a una “desventaja competitiva” en relación con las naciones donde esa industria ya se encuentra desarrollada. En el segundo, en cambio, existe una historia de aprendizaje y desarrollo de capacidades que lleva más de 50 años. Y aunque los ’90 también se hicieron sentir en el campo nuclear, con abandono y desmantelamiento, el país no perdió en una década lo acumulado en medio siglo. Aunque al ser consultados sobre la reactivación del desarrollo nuclear, los especialistas de distintos campos muestran escepticismo sobre su alcance real, coinciden en reconocer la existencia de ventajas acumuladas (ver aparte). Entre los puntos a favor se destacan la experiencia alcanzada en el desarrollo científico técnico, cuyas últimas expresiones son las exportaciones de reactores experimentales, como el vendido a Australia por la empresa estatal rionegrina Invap, y el diseño del reactor de cuarta generación Carem (Central Argentina de Elementos Modulares), que ya fue copiado por terceros países por su seguridad y flexibilidad. También destacan un dato significativo en el actual contexto geopolítico: la “credibilidad” lograda por Argentina, lo que significa que ninguna potencia considera que el país piense en el desarrollo de armamento o en la transferencia de tecnología sensible a naciones en la mira de Washington, lo que por supuesto no significa la completa ausencia de resquemores, más tratándose de competencias tecnológicas.
Una vez consideradas las potencialidades, el paso siguiente es mirar también las limitaciones. Por un lado se encuentra la importante demanda financiera que supone la reactivación nuclear. Si bien se mencionó la opción de fideicomisos, resta definir exactamente cómo y de cuánto serán los aportes y cuál será el rol que desempeñará el sector público. Las inversiones estratégicas no suelen ser obra del mercado, pero las instituciones públicas también deben recuperarse. Por ahora no está claro qué papel desempeñará cada una, CNEA, Invap, NASA (Nucleoléctrica Argentina SA). Sólo se sabe que esta última manejará los fondos.
El segundo aspecto es más complejo. Es lo que una fuente calificada de la CNEA describió como “bache generacional”. Según explicó a Cash un ingeniero que participa de los trabajos para terminar Atucha II, “la edad promedio de los técnicos está por arriba de los 60 años y hay muchos que bordean los 70”. Parte del plantel profesional ya se había retirado y debió ser recontratado. “Muchos sienten un gran resentimiento por la forma en que fueron abandonados a su suerte hace 12 años, gente con una altísima especialización que se ha tenido que dedicar a cualquier cosa”, completó.
El problema del personal calificado es crítico. Aunque es cierto que la ideología de los ’90 se encuentra en la raíz de la retracción nuclear, la industria, con excepciones, también retrocedió en todo el mundo y, en concomitancia con el aumento del crudo, también experimenta actualmente un renacer en todos lados. Para la Argentina esto es un problema porque resultará difícil replicar en el mercado local las condiciones económicas que se ofrecen en el exterior a técnicos muy solicitados. Fuentes del Instituto Balseiro de Bariloche señalaron a este suplemento que en los últimos años se produjo un considerable drenaje de recursos humanos. “Ese problema –destacó el técnico– no se soluciona simplemente generando más ingenieros nucleares en el Balseiro, porque los que se han ido son principalmente los ingenieros y científicos maduros, muchos de ellos los que debieran ser formadores de las nuevas generaciones no sólo en lo académico sino, y más importante, en el oficio de ser ingeniero.”
También debido al retiro voluntario ofrecido en 1999 y más recientemente en respuesta a la reactivación económica, muchos talentos de la CNEA fueron tentados por las industrias, en particular la petrolera y la siderúrgica, o por instituciones del exterior, principalmente universidades. Mientras tanto, quienes optaron por seguir en la Argentina debieron conformarse con participar de grupos de investigación con presupuestos de 4000 pesos por año.
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