Domingo, 11 de mayo de 2008 | Hoy
EL BAUL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
¿Cómo imaginaron los primeros visionarios el uso óptimo de la tierra argentina, antes de los medios de transporte que nos ligaron al mundo y antes incluso de constituirse las Provincias Unidas? La matemática ayudó a pensar el problema: una posible estilización de accidentes geográficos era tomar al campo como un plano, al río como una línea recta y a la ciudad como un punto en el plano. Así haciendo, los accidentes se convertían en entes matemáticos, y sus relaciones mutuas eran las estudiadas por la matemática. Por ejemplo: en la ciudad se consume y se fija el precio de un bien que se produce y cuyo costo se establece en un punto del plano; la unión entre el punto-ciudad y un punto del plano es un segmento, que indica la mínima distancia-costo de transporte entre el centro de producción y el centro de consumo. La máxima longitud del segmento ocurre cuando el costo de producción (distinto según el producto) más el costo de transporte (que varía según el medio de transporte y la distancia) igualan al precio del producto (fijado en el centro de consumo). Antes de los ferrocarriles y los puertos de ultramar, cuando el trigo y el maíz se transportaban por carreta a los centros de consumo, su producción no podía ir más allá de 60 kilómetros desde dichos centros. Como el segmento máximo puede tomarse en todos los sentidos alrededor del centro de consumo, el mismo establece una frontera circular para la producción de cada bien agropecuario. El alemán Heinrich von Thünen estableció seis coronas circulares, en las que, de menor a mayor se producían: 1ª horticultura y granja; 2ª silvicultura; 3ª agricultura cerealera rotativa; 4ª agricultura mejorada, de cereales y pastura para ganado; 5ª agricultura de tres hojas, y 6ª ganadería. Thünen publicó su resultado en El Estado aislado (1826) y es universalmente conocido. Mucho menos conocido es el trabajo del director de la Academia de Náutica y profesor de matemáticas, ingeniero Pedro A. Cerviño, Nuevo aspecto del comercio en el Río de la Plata, escrito en 1801 y no publicado, y en lo esencial análogo del esquema de Thünen: 1ª horticultura y granja; 2ª productos agrícolas y otras simientes, y 3ª ganadería. Esteban Echeverría en 1837 propuso este esquema: 1ª quintas de hortalizas y frutas; 2ª chacras de leña, frutas y cereales; 3ª estancias de primera; 4ª estancias de segunda. La realidad, empero, añadiría varios factores más.
Como se sabe, la tierra en poder de pueblos originarios no pudo estar disponible como factor productivo hasta que aquellos pobladores –que no la cultivaban– fueron neutralizados, en un proceso que culminó con la campaña de Roca en 1879. Cuando se incorpora a la “civilización”, la tierra ya tenía su característico color verde, debido, según Jorge Luis Borges, al constante tránsito durante siglos de millones de cabezas de ganado cimarrón, y acaso también al eterno descanso a que la habían sometido los aborígenes. La incautación de tierras al indio tuvo lugar en la presidencia de Avellaneda; el reparto de esas mismas tierras a otros propietarios u ocupantes tuvo lugar en la primera presidencia de Roca. Al momento de concluirse la Conquista del Desierto, toda la tierra ganada al indio estaba en poder del Estado, el cual, por lo tanto, podía dirigir a discreción cualquier plan colonizador que se intentase. Para ello, sólo tenía que convocar a agricultores dispuestos a instalarse en las tierras recién ganadas. En cambio, privilegió el papel de la tierra como un activo de rápida valorización: el valor de la tierra había sido ínfimo mientras sus productos no podían exportarse, pero se valorizaría rápidamente cuando los mismos pudieran llegar a los mercados extranjeros. Bien llamaba Avellaneda a ese acervo un enorme capital en tierras. Hasta 1903, más de 32 millones de hectáreas de tierras fiscales fueron obsequiadas sin cargo alguno o vendidas a muy bajo precio, en la zona fértil, la región del cereal y de la carne, no a colonos, sino a suscriptores del Empréstito Patriótico con que se financió la campaña al “desierto”, para pagar servicios militares, a terratenientes ya establecidos, y hasta para intentar con su venta resolver el default que originó la crisis de 1890. Ni los latifundistas que acrecentaron sus propiedades, ni los altos jefes militares (como Roca) recompensados con grandes extensiones de tierras, ni los de menor graduación, ni los capitalistas que aportaron a aquella campaña, en su mayoría jamás levantaron una azada y menos aún se afincaron en el campo. Las tierras recibidas, en tanto capitales negociables, en buena parte ingresaron en el mercado inmobiliario especulativo, y como factor de producción dieron origen al régimen de arrendamientos y aparcerías, principal causa de la sobreexplotación y la búsqueda de ganancias rápidas.
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