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Domingo, 28 de septiembre de 2008

EL BAUL DE MANUEL

 Por Manuel Fernández López

La casa nueva

En las dos últimas década del siglo XIX, los estudiantes y estudiosos de ciencias médicas estrenaron una nueva y majestuosa sede para sus actividades. Limitada por Av. Córdoba-Junín-Viamonte-Uriburu, esa manzana contenía la Facultad de Medicina (sobre Av. Córdoba), la morgue judicial (sobre Junín) y el Hospital del Quemado (sobre Viamonte). Todo para aprender, enseñar, investigar y ejercer la ciencia médica. Allí estudiaron, enseñaron e investigaron celebridades, como Juan B. Justo, Houssay y Leloir. Pero con el paso del tiempo, el notable crecimiento de la ciencia médica argentina halló pequeña aquella facultad. Resolver el problema -–dar una casa nueva a la ciencia médica– fue de nuevo obra del médico-legislador que había promovido en el Parlamento la creación de la Facultad de Ciencias Económicas (1913), que funcionaba en la Escuela de Comercio Anexa: José Arce. Bajo su decanato (1936-40) se inauguró la gigantesca Facultad de Medicina actual y comenzaron dos mudanzas: la de Medicina, de la Facultad de Av. Córdoba al edificio actual en calle Paraguay; y la de Ciencias Económicas, del colegio Carlos Pellegrini a la vieja Facultad de Medicina. Este antiguo edificio, cuyos pasillos transitaron grandes economistas argentinos –Prebisch, Olivera, Valsecchi, Ferrer, García Olano, Mantel– y extranjeros –Hicks, Leontief, Patinkin, Lange, Röpke, Baran, Harberger, Furtado– vio de pronto, inexplicablemente, demolerse un ala entera de su frente, luego transformado en playa de estacionamiento. Esa enorme amputación no ha sido, hasta hoy, sino un espacio restado al conocimiento, en la forma de aulas, gabinetes de investigación, bibliotecas, que nunca pudieron existir. Pero pronto, el 9 de octubre, cuando la facultad cumpla 95 años, como Ave Fénix que vuelve a renacer, se colocará la piedra fundamental de la construcción que ha de llenar aquel insólito espacio de la nada, y volverá a abrigar dentro de sus paredes a otros investigadores que acaso, como Houssay medio siglo atrás, traerán premios Nobel a la UBA. Esta casa de estudios estuvo desde 1920 bajo la advocación de un economista y padre de la patria, Manuel Belgrano. El ala nueva bien podría ponerse bajo la advocación de otro gran economista argentino, Esteban Echeverría, cuyo apellido, en euskera, significa, precisamente, la casa nueva.

Eric S. Maskin

En 1776, cuando el liberalismo pugnaba por establecerse como pensamiento único, Adam Smith distinguía entre demanda absoluta (absolute demand) y demanda efectiva (effectual demand). La primera indicaba la necesidad –biológica o psíquica– de un bien; la segunda, la posibilidad y disposición a pagar con dinero el precio del bien demandado. “De un hombre pobre puede decirse, en cierto sentido, que supone una demanda de un coche tirado por seis caballos; quizá le gustaría tenerlo, pero su demanda no es una demanda efectiva, porque jamás se pondrá ese artículo en el mercado pensando en satisfacerla”. Si en la frase en bastardilla ponemos, por ejemplo, no un coche, sino un plato de comida, se sigue que el mercado no resuelve la satisfacción de las necesidades, salvo las de aquellos que poseen capacidad adquisitiva. El mercado sólo garantiza, a quienes no tienen dinero, morir de inanición. A pesar de este defecto, el mecanismo del mercado fue adoptado con entusiasmo en la primera república burguesa de la historia: Estados Unidos. La obra de Keynes (1936) hizo mucho por limitar tanta confianza en los mercados. Y a ella se sumó la Nueva Economía del Bienestar (1939) y la Teoría de los Juegos aplicada a la economía (1944). ¿Bajo qué condiciones el sistema de mercado asigna recursos óptimamente? ¿Qué sistemas alternativos serían mejores asignadores que los mercados? Entre todos los mecanismos conocidos de asignación de recursos, ¿cuál produce los mejores resultados, bajo las condiciones más generales posibles? En el caso de proyectos conjuntos que involucran grandes desembolsos, como ejemplo, la construcción de un tren bala, ¿qué procedimientos de toma de decisión colectiva tienen éxito en promover los proyectos deseables y a la vez impedir el uso de fondos en proyectos no deseables? Estos temas, llamados “diseño de mecanismos”, fueron encarados en términos más o menos rigurosos en obras clásicas de Von Mises (1935), Lange (1936) y Lerner (1944), y de modo más estricto por el economista matemático Leonid Hurwicz, en la década de 1960, trabajos que continuó Eric Maskin (del Instituto de Estudio Avanzados de Princeton) en las décadas de 1970 y 1980. A ellos dos, junto a Roger Myerson (Chicago), la Academia Sueca otorgó en 2007 el Premio Nobel en Ciencias Económicas. Maskin estará con nosotros en apenas días, invitado al cumpleaños de la Facultad de Ciencias Económicas.

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