Domingo, 21 de junio de 2009 | Hoy
Los salvatajes en las potencias para rescatar sus economías implicarán tensiones para el pago de sus deudas públicas o inflación elevada.
Por Enrique Martinez *
Los gobiernos del mundo central han inyectado enormes cantidades de dinero a sus economías para frenar los efectos de la explosión de la burbuja especulativa más grande desde 1929. Hoy, por lo tanto, aparece un deporte de pronósticos, sobre si la economía global volverá a crecer ya, en seis meses o más adelante. Sin embargo, nadie está analizando con detalle quién o quienes serán los que paguen la cuenta en definitiva. Porque lo cierto es que alguien pagará. La revista inglesa The Economist, en su edición del 11 de junio, hace una propuesta verdaderamente de terror. Los gobiernos se han endeudado y lo seguirán haciendo. Se calcula que la deuda pública de los diez países más poderosos pasará del 78 por ciento del PBI en 2007 al 114 por ciento en 2014. Esto representará unos 50.000 dólares por habitante. Como acotación, vale destacar que la deuda pública argentina es de 4000 dólares por habitante. Esa magnitud de deuda generará –según la revista– dos temores: el incumplimiento o la inflación. El incumplimiento es para el caso de los países más débiles de la Unión Europea, ya que por las reglas de la Comunidad, no podrían pagar sus obligaciones con emisión. Por eso Grecia, Irlanda, Italia, España y Portugal están en la mira y los niveles de interés de su deuda aumentan hasta dos veces por mes. La inflación, para Estados Unidos, que simplemente puede pagar con la maquinita de dólares. La lógica conservadora de la publicación recomienda austeridad fiscal, para asegurar que la deuda se pagará. Pero ojo, no ahora, porque los Estados son el motor de la recuperación y mientras ésta no tome impulso, hay que seguir poniendo. ¿Suena un poco loco, no? Pero es la lógica del sistema, que agrega: los Estados deben tomar medidas para que “mañana” se reduzcan de manera estructural suficientes gastos como para asegurar “hoy” que se podrá repagar la deuda pública. Allí aparecen las dos propuestas de reducción estructural del gasto público a futuro.
1. Controlar los costos de la cobertura de salud pública.
2. Aumentar la edad jubilatoria, acompañando el aumento de la esperanza de vida, para reducir la carga de las jubilaciones futuras sobre los presupuestos. Según lo estimado, en 2050 un tercio de la población del mundo central tendrá más de 60 años y el costo de pagar las pensiones será diez veces el costo fiscal de la actual crisis financiera.
O sea, recapitulando: los gobiernos toman deuda para inyectar dinero a los bancos para que no quiebren. Estos pasan a tomar dinero de los particulares y a prestarle al Estado para que aumente la demanda global. Pero esa deuda que se genera luego hay que devolverla a los bancos, por supuesto. ¿De donde se propone que salga? De los presupuestos de salud y de jubilación. No sólo es más de lo mismo, raspando el fondo de la lata de la equidad social para encontrar a qué sectores sociales se puede derivar el problema, sino que además sería un grosero error en los propios términos de la meta perseguida. Prolongar de manera compulsiva la vida laboral resta incentivo a los jóvenes y claramente aumenta la desocupación global, con todos los problemas sociales y económicos asociados.
Además de alertar sobre lo que piensan las usinas conservadoras de hoy, vale la pena agregar el efecto de semejante deuda pública del mundo central sobre nuestros países. Sobre todo en Europa, con sus limitaciones para pagar con emisión, es de esperar una presión importante para mejorar las balanzas comerciales como forma de reactivar sus mercados internos. Eso significa reprimarizar sus compras externas completando los procesos industriales en Europa. La dotación global de factores ya ha construido escenarios que ante las crisis como ésta no llevan a suspender compras, sino a reducir el trabajo incorporado en ellas. Otro efecto esperable es que el comercio intraempresa, que caracteriza a las multinacionales, tendrá una reducción de los precios de exportación desde nuestros países, para atenuar las eventuales presiones de los gobiernos donde están las casas matrices. En muchos casos venderemos lo mismo, pero contabilizado como más barato. Finalmente, crecerá la presión para vendernos todo tipo de bienes y servicios. A la ya tradicional presión comercial de mercados con oferta de bajo precio, como China o Brasil, se le sumarán las ofertas de créditos orientados a la importación de maquinaria, lo que no será más que una nueva vuelta de tuerca para enterrar a mayor profundidad nuestra castigada manufactura de bienes de capital
* Presidente del INTI.
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