Pobretariados
Cartoneros, vendedores ambulantes, traficantes de bienes robados, distribuidores de estupefacientes, socios del club del trueque, prostitutas y beneficiarios del Plan Jefes y Jefas de Familia son ocupaciones antiguas y modernas, legales e ilegales, con un punto en común: están entre las pocas que generaron puestos de trabajo en los últimos cuatro años. Según un estudio realizado en conjunto por el Equipo de Investigaciones Sociales de la Universidad Católica Argentina y el Instituto Gino Germani, de la UBA, los empleos de indigencia crecieron un 70 por ciento desde mayo de 1998 al mismo mes del 2002. En total, 733 mil personas se sumaron a lo que el grupo de investigadores sociales que preparó el informe considera la categoría más baja de la inserción laboral. La mayoría de las personas que desarrollan tareas como las arriba citadas son registradas como ocupadas por el Indec, porque así lo manifiestan en las encuestas. Si se los considerara desempleados, el índice de desocupación, que en mayo alcanzó el 21,5 por ciento, superaría el 30 por ciento. El Indec mide la cantidad; el equipo liderado por el sociólogo Agustín Salvia evaluó la calidad del empleo en la Argentina. Según el estudio, sólo el 28,6 por ciento de los trabajadores del país tiene un empleo con las características necesarias para que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) lo considere en la categoría de decente.
La larga recesión y luego la devaluación presionaron sobre el mercado de trabajo de dos maneras: expulsando mano de obra y empujando hacia categorías laborales inferiores a personas que alguna vez tuvieron un trabajo mejor. Muchos profesionales y empleados calificados que tenían un empleo formal y bien remunerado descendieron a otro de menor ingreso y más tiempo de trabajo; gran cantidad de trabajadores de clase media pasaron a vivir de changas, actividades informales, negocios en sus propias casas, servicio doméstico y otros empleos precarios; entre los sectores de menores ingresos, la caída fue hacia las ocupaciones de indigencia legales e ilegales. “En las villas miseria de Capital y provincia de Buenos Aires, la principal oferta de trabajo es vender productos robados o drogas”, aseguró Agustín Salvia a Cash.
En los últimos cuatro años, 723 mil trabajadores que habían gozado de un trabajo estable, formal, satisfactorio y con ingresos por arriba del mínimo –requisitos necesarios para que la OIT lo clasifique como decente– perdieron su estándar laboral para pasar a desempeñar un empleo precario o quedar desocupados. En mayo último, de una población económicamente activa de 13,8 millones de personas, sólo 4,2 millones mantenían un empleo decente. El resto, 9,6 millones de trabajadores, tienen algún tipo de problema de empleo.
Utilizando las clasificaciones de la OIT, el equipo de Salvia estimó que en mayo pasado había un 16 por ciento de trabajadores con un empleo parcial. La denominación refiere a personas que ocupan un puesto estable, y con remuneración por arriba del mínimo vital y móvil de 200 pesos, pero que están sobreempleados o subempleados y siguen en busca de otro puesto mejor. En este segmento, que se encuentra un escalón por debajo del empleo pleno o decente, se encuentran 2,4 millones de personas. En los últimos cuatro años, 35 mil trabajadores dejaron de pertenecer a esta categoría ocupacional para descender hacia una situación más precaria.
Los trabajos inestables, informales, pero con ingresos superiores al mínimo se denominan precarios; desde 1998 cayeron un 12 por ciento. En ese año, 3,2 millones de personas conformaban ese segmento. En la actualidad, sólo 2,8 millones lograron mantener ese dudoso privilegio. Los otros 400 mil pasaron al último escalón, el de los trabajos de indigencia. Este efecto cascada, desde los empleos plenos hasta los de subsistencia, provocó que ya sean 1,8 millón las personas que realizan tareas de indigencia, la menor categoría de inserción laboral. La mayor parte de ellos son registrados en las mediciones del Indec como ocupados. El informe detalla una serie de conceptos relacionados con las pérdidas de calidad laboral que son comunes a todas las categorías mencionadas. La mayor parte de los trabajadores dejó de tener un horario fijo: se queda en su puesto hasta que termina su tarea; muchos vieron reducidas o suspendidas las vacaciones; casi todos sufrieron rebajas salariales reales y la mayoría, también nominales; otros sufren de estrés, por temor a perder sus empleos o no trabajan en lo que más les gusta o en la profesión u oficio para el que se prepararon. La mayoría de estas degradaciones laborales eran impensadas hace apenas 15 años y serían rechazadas de plano por los trabajadores de los países del primer mundo.
La caída en la calidad laboral se dio en todo el país, pero algunas regiones sufrieron derrapes más pronunciados. Las ciudades que menos empleos decentes perdieron en los últimos cuatro años fueron San Salvador de Jujuy, Río Gallegos y Salta; la mayor pérdida de empleos de calidad se verificó en Corrientes, Formosa, Santa Fe, San Miguel de Tucumán y Tafí Viejo. El crecimiento de los empleos de indigencia más fuerte tuvo lugar en La Rioja, Posadas y Ciudad de Buenos Aires.
La última medición del Indec registró una desocupación del 21,5 por ciento. Cifra de la que deriva que el 78,5 por ciento de la población económicamente activa tenía algún tipo de empleo. Sobre ese total, el 41 por ciento está en negro, el 25 por ciento gana menos de 200 pesos, el 24 por ciento está subocupado, el 17 por ciento no tiene un empleo estable, el 8,0 por ciento pertenece al sector de servicio doméstico, el 2,4 por ciento cobra el Plan Jefes y Jefas de Familia, el 2,0 por ciento es cartonero o vendedor ambulante y el 1,2 pertenece al club del trueque. El Indec no establece qué porcentaje ejerce la prostitución, porque esas personas suelen figurar como masajistas dentro del rubro otros servicios, ni aclara cuántos venden drogas u objetos robados, porque se incluyen como comerciantes. En 1975, la industria daba trabajo a 3,8 millones de personas; en la actualidad sólo 1,8 millón tiene un puesto industrial. La pérdida de empleo productivo y su reemplazo por trabajo precario no es nueva. La crisis actual profundizó el proceso.
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