LA CRISIS EUROPEA
› Por Carlos Weitz
La desorientación y falta de coordinación que han exhibido los líderes europeos desde que aparecieron los problemas en Grecia son factores que ayudan a entender la espiralización que ha adquirido la crisis financiera internacional. El martes pasado, en respuesta a los continuos ataques especulativos en contra de acciones de empresas alemanas en particular y contra el euro en general, el regulador financiero alemán (Bafin) anunció la prohibición inmediata de efectuar ventas en corto al descubierto y operaciones especulativas similares dentro de Alemania.
En las ventas en corto, un fondo pide prestadas acciones o bonos para venderlos con el propósito de recomprarlos luego más baratos. Sin embargo, muchos fondos efectuaban esta operatoria en descubierto, es decir, vendiendo acciones que no tenían, tratando de recomprar luego esos mismos instrumentos a precios más bajos obteniendo jugosas ganancias. La prohibición del supervisor alemán incluyó las acciones de diez bancos y aseguradoras, alcanzando también las operaciones en descubierto con seguros sobre impago de deuda (crédito default swaps o CDS) de bonos de países de la zona euro. El mercado de CDS ha sido usado por los fondos de cobertura para especular contra la deuda de países como Grecia, España o Portugal.
Desde un punto de vista técnico, tratar de limitar efectivamente apuestas a la baja de instrumentos financieros que se negocian en mercados globalizados requiere de acciones coordinadas de todos los países involucrados. En este caso la prohibición de operar en descubierto en un solo país resulta insuficiente en la medida que sólo alcanza a los instrumentos que cotizan en Alemania, cuando la mayor parte de las transacciones con productos derivados tales como los CDS se realizan en Londres. Los principales países de la Unión Europea inmediatamente anunciaron que no tomarían medidas similares a las de Alemania.
El mismo martes pasado la Unión Europea avanzó en regular los fondos especulativos enfrentando la férrea oposición de Inglaterra donde se encuentra radicado el 80 por ciento de esa industria.
Actualmente, el G-20 que agrupa a las principales economías del mundo discute la fijación de impuestos para determinadas operaciones bancarias con el objeto de usar esos recursos para financiar rescates ante crisis futuras. Si bien la iniciativa es impulsada por los Estados Unidos y cuenta con un respaldo mayoritario, Canadá ha anunciado que se opondrá a que el impuesto se aplique a los bancos que operen en su territorio.
En todos los ejemplos mencionados se observa que la defensa de intereses particulares de determinados países torna ineficaces y a veces contraproducentes medidas adoptadas a nivel nacional. Los inversores globales aprovechan estas desavenencias entre los gobiernos “arbitrando” los mercados, lo que significa que si encuentran controles o impuestos elevados en un determinado país, buscan otros mercados más flexibles donde llevar a cabo las mismas operatorias, minando la capacidad regulatoria y recaudatoria de los estados.
La canciller alemana Angela Merkel defendió las nuevas regulaciones políticamente, señalando que “la falta de reglas y límites puede llevar a que los mercados financieros en busca de ganancias se comporten en forma destructiva y esto produzca una amenaza real a la estabilidad financiera en Europa y en el mundo. El mercado sólo no va a corregir estos errores”.
Europa parece estar atrapada en su propio laberinto, con países que enfrentan realidades sustancialmente diferentes y que parecen cada vez más incapaces de convivir bajo una moneda común. Más allá de lo que suceda con el euro, reconstruir el poder de los Estados en un mundo indefectiblemente globalizado con períodos de auge y crisis recurrentes parece ser uno de los principales desafíos de la realidad política y económica de este siglo
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