› Por Javier Lewkowicz
Encontrar antecedentes del proceso de crecimiento económico que se desarrolla desde el año 2003, con fuerte ampliación del aparato industrial, obliga a remontarse a la década del 60, en el marco del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). El principal limitante que en esa etapa se impuso para avanzar hacia el desarrollo económico fue la restricción externa, es decir la falta de divisas que se manifiesta a medida que la economía y la industria crecen. Eso determinó los ciclos de crecimiento y crisis con olas inflacionarias, hasta que la última dictadura inició el desmantelamiento del modelo industrial. La restricción externa fue un objeto de estudio central para los economistas argentinos estructuralistas, que confeccionaron un andamiaje teórico propio y se desprendieron de las anteojeras que proporciona la teoría económica convencional a la hora de analizar los problemas nacionales. Las condiciones de la economía argentina en la actualidad reeditan la discusión sobre los factores estructurales que pueden condicionar el desarrollo económico, y si la restricción externa sigue siendo el principal limitante.
El estructuralismo argentino señaló que durante el crecimiento económico e industrial, el sector externo manifiesta crecientes tensiones hasta que una abrupta devaluación corta con la fase alcista. El cuello de botella en la balanza de pagos aparece porque el proceso de sustitución de importaciones requiere inversiones para adquirir insumos, equipos y maquinarias que no se fabrican en el país. A la vez, el aumento del empleo y los salarios incrementa el consumo de artículos importados.
La creciente necesidad de divisas debe ser satisfecha por las exportaciones de alimentos, que es el único sector con inserción externa. Pero la oferta de estos productos está limitada por la frontera agrícola y las mejoras técnicas demoran en madurar, sumado a que a medida que aumenta el consumo, también lo hace la absorción interna de alimentos. En definitiva, se produce un desbalance entre el bajo crecimiento relativo de las exportaciones del agro (oferta de divisas) en relación al de las importaciones industriales (demanda de divisas), lo que concluye en la crisis externa y en la devaluación, que impacta de forma negativa en la actividad económica, restablece el equilibrio externo y proporciona las condiciones para volver a crecer. Los ciclos de freno y arranque (“stop and go”) derivan en un estancamiento tendencial.
El esquema se completa con el deterioro de los términos del intercambio (baja relativa de los precios de los productos de exportación en relación a los de importación). El problema de fondo señalado en ese entonces por el economista Marcelo Diamand es una estructura productiva desequilibrada, siendo el agro competitivo a un nivel de tipo de cambio mucho más bajo que el de la industria. El conflicto de intereses entre la oligarquía, los industriales y los trabajadores hacía imposible establecer un nivel cambiario pro desarrollo.
Parte de la actual oferta de divisas también proviene de un grupo reducido de sectores manufactureros. De los 22 rubros industriales que desagrega el Centro de Estudios para Producción (CEP) del Ministerio de Industria, sólo un puñado obtuvo saldos comerciales favorables y considerables en los últimos años. En 2010 los sectores superavitarios fueron tres: alimentos y bebidas, con más de 20 mil millones, metales comunes (casi 2000 millones) y curtido y fabricación de productos de cueros (saldo a favor de 540 millones de dólares). Son rubros que se vinculan con el procesamiento de recursos naturales, poco demandantes de mano de obra, con escasa difusión tecnológica y donde el salario es asimilado más como costo que como un elemento dinamizador de la economía.
De todas formas, el conjunto de la actividad industrial muestra una dinámica similar a la del “stop and go”, ya que el fuerte superávit de 9659,4 millones de dólares obtenido en 2002 a base de la crisis económica se redujo hasta que en 2007 volvió a verificarse un déficit de 700 millones, en 2008 de unos 2000 millones y en 2010, de 3500 millones de dólares. El régimen de tipo de cambio competitivo junto con los incentivos a la demanda, la protección comercial y el esquema de tarifas subsidiadas, entre otras medidas, permitió que el valor agregado por la industria crezca 61,1 por ciento de 2003 a 2010 y que de cada 10 nuevos empleos formales, la actividad manufacturera aporte 2, según el Ministerio de Economía. Sin embargo, el deterioro en la inserción externa de la industria da muestras de que las herramientas utilizadas no bastan para diversificar la estructura productiva.
Por el lado de las exportaciones de productos agrícolas, la falta de reacción de la oferta frente a los incentivos de precios se mantiene a pesar del avance tecnológico registrado desde mediados de los ’90. Nicolás Arceo, investigador de Cifra, explicó a Cash que “la importante expansión agrícola desde 1994 se mantuvo en un ritmo similar después de la devaluación y el avance de los precios internacionales. Sigue vigente el esquema en el cual las cantidades exportadas del agro crecen, pero a un ritmo menor de lo que lo hacen las importaciones industriales”.
Sin embargo, se produjo en los últimos años una notable mejora en los precios internacionales. Si se comparan datos del primer trimestre de 2011 frente al mismo período de 2003, la suba en los precios de las exportaciones fue de 75,6 por ciento según el Indec, mientras que el avance en los precios de las importaciones, de 34,6. Los términos del intercambio crecieron 30,5 por ciento y desde 2007, 24,2 por ciento. De hecho, si los precios de exportaciones e importaciones fueran los de 2003, el déficit comercial sería de 1640,1 millones de dólares. Según el último informe de la FAO, para la próxima década se espera que continúe la expansión en los precios. Los altos precios de las exportaciones incluso presionan en las economías de la región para que se aprecie el tipo de cambio. La flotación administrada local y, en contraposición, el manejo ortodoxo brasileño, permiten que el peso mantenga competitividad.
A diferencia de la etapa de la ISI, el sistema financiero tiene desde los ’70 un rol central, que permite que grandes empresas y bancos tengan parte del poder de veto sobre la disponibilidad de divisas. La herramienta utilizada es la fuga de capitales, que alcanza desde 2002 un promedio de 10 mil millones de dólares anuales. Como señala Aldo Ferrer en el reciente libro Ensayos en honor de Marcelo Diamand. Raíces del nuevo modelo de desarrollo argentino y del pensamiento económico nacional: “La política económica debe atender, ahora, a estos dos aspectos, equilibrar la estructura productiva y defenderse de los shocks externos especulativos”.
La corriente del desarrollismo propuso en los ’50 superar la falta de divisas recurriendo al capital extranjero. Marcelo Diamand y economistas del estructuralismo criticaron esa postura, indicando que a mediano plazo agravaba el problema de divisas. Actualmente, el alto grado de extranjerización de la economía también incide en forma negativa sobre la balanza de pagos a través del giro de utilidades y dividendos.
Por el lado de la oferta de dólares, la exportación de productos ligados al agro crece pero de forma lenta frente a la necesidad que mantiene el sector industrial. La manufactura presenta algunos pocos rubros de baja agregación de valor altamente competitivos y superavitarios en términos externos, aunque de forma global el saldo comercial industrial es negativo, situación que se profundiza a medida que continúa el crecimiento y la sustitución de importaciones. De esta forma, las recomendaciones que proponían los economistas estructuralistas, ante la vigencia de los problemas derivados de la industrialización junto con nuevos inconvenientes relacionados al peso del sistema financiero y a la alta extranjerización de la economía, se complejizan. El poder de veto de la política económica agrega nuevos actores además de los sectores ligados al agro: las finanzas y los grupos industriales concentrados
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