ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Dicen los que saben que las sirenas son tan bellas como impenetrables, pero que además tienen la mala costumbre de atraer a los incautos con sus cantos irresistibles. En la Odisea se describe el grave peligro que hacían correr a los marinos. Las sirenas cantaban desde los más peligrosos peñascos y los marineros, al quedar encantados y enceguecidos por las voces melodiosas, conducían sus naves directamente hacia el fin. La economía, en tanto ciencia que trata de las relaciones necesarias entre los hombres en los procesos de producción e intercambio, no es ajena a los cantos encantados, los que sosegados durante la década pasada, reaparecieron en el presente. La melodía es tan antigua como conocida: regresar a los mercados financieros privados externos.
Vale adelantar que la realidad es cambiante, que en materia económica, como en tantas otras, conviene no ser dogmático. No hay verdades ni recetas inmutables. Pero existen, sí, las grandes directrices que estructuran los modelos de desarrollo. En el caso local, las directrices principales fueron mantener el tipo de cambio competitivo con retenciones y el desendeudamiento en un marco de expansión del PIB. El modelo instaurado a partir de 2003 no fue de la clase que gusta a los economistas prolijos: por ejemplo, un sesudo plan quinquenal, con un programa de desarrollo definido, con elección de sectores a priorizar y establecimiento de metas temporales. Fue, es, un “modelo de hecho” cuya definición fue dada, precisamente, por sus férreas directrices, las que fueron marcadas a fuego por Néstor Kirchner desde el comienzo de su gestión. Hoy, cuando reaparecen los cantos de sirena, conviene recordar lo que se decía entonces.
Contra lo que sostiene la vulgata intencionada, la devaluación argentina no fue una decisión que alguien tomó, sino el resultado del cierre del grifo de la entrada de capitales cuando el inminente default se hizo evidente. El precio del dólar es como el de cualquier otra mercancía y depende, en última instancia, de su oferta y demanda. Si al mercado interno no ingresan dólares excedentes, éstos se volverán escasos y caros, y viceversa. Sobre este dato operan los bancos centrales para mantener flotaciones administradas, aumentando o reduciendo reservas.
En las postrimerías de la convertibilidad, el empeño en mantener un peso artificialmente caro en dólares se consiguió a costa de la licuación de las reservas internacionales. Eso sí; la economía no estaba recalentada y nadie discutía los niveles de deflación medidos por el Indec. Imposible encontrar mejor contraejemplo para destacar el “trade off” entre tipo de cambio, inflación y crecimiento.
Producida la devaluación y en los años inmediatamente posteriores, los comentaristas liberales al nuevo modelo optaron sin culpa por la crítica “populista”. Sostuvieron que, con salarios bajos medidos en divisas, todo el esquema se basaba en la apropiación de más plusvalía por parte de empresarios ineficientes. Nada nuevo bajo el sol, pero lo que en realidad ocurría era otra cosa: la devaluación en un marco de capacidad instalada y trabajo subutilizados se expresó en crecimiento y mayor empleo. El kirchnerismo de entonces era claro en sus argumentos: “Los trabajadores argentinos –decía– no consumen en Nueva York”. No es ocioso volver a recordar hoy esta defensa, cuando ante la menor duda frente a la progresiva revaluación del peso, el que la ostenta es rápidamente acusado de estar contra la mejora del salario, precisamente, la argumentación del liberalismo populista y también la del cavallismo originario. En la megadirectriz cambiaria, entonces, profundizar el modelo es el desafío de mantener el tipo de cambio competitivo pero, ahora, sin capital y trabajo subutilizados, una tarea bastante más compleja que en el pasado. Y si hacen falta más ejemplos para saber lo que pasa cuando la moneda se revalúa pueden observarse los datos de la desindustrialización brasileña de los últimos años, aunque no faltará quien diga que todo se explica por las señales de precios de las commodities.
Pero lo más notable, los bordes del abismo, es lo que la revaluación del peso trae aparejado. Dentro de las filas de los propios economistas K crecen las argumentaciones sobre las supuestas virtudes de volver a tomar crédito externo también en los mercados privados. La aclaración de “también” es necesaria porque actualmente ya se toma deuda con los organismos multilaterales, entre otros fines, para financiar gastos corrientes, como es el caso de la Asignación Universal por Hijo. Las justificaciones no dejan de sorprender. Sobre la AUH se escucha que como se paga en pesos, los dólares que ingresan sirven para reforzar la posición externa y que las tasas de los organismos fueron tradicionalmente bajas. Entonces es inteligente aprovecharlas y hacerse de dólares. Vale recordar que a Néstor Kirchner se lo criticó por desendeudarse de una sola vez con el FMI porque “la tasa con el fondo es baja”. Pero Kirchner, a diferencia de algunos economistas K contemporáneos, comprendía que la cosa pasaba por otro lado, sabía que algunas cuestiones de la economía eran demasiado importantes para dejarlas en manos de los economistas.
Con inflación en divisas, un dólar barato es un aliciente para agudizar la restricción externa: facilita las importaciones, limita las exportaciones y alienta a pasarse a “activos externos”. Estos temas ya fueron tratados aquí, lo concreto es que los mismos que no se preocupan por el nivel del tipo de cambio con el argumento de que es favorable al salario, son quienes comienzan a proponer que a la restricción externa se la puede enfrentar, en el corto plazo, con financiamiento externo privado que, en un círculo supuestamente virtuoso, se destinaría a sustituir importaciones para, ya en el largo plazo, dejar atrás la restricción. Nada muy distinto a las promesas de cualquier inicio de ciclo de endeudamiento. Explican que el país está en condiciones de conseguir tasas bajas, entendiendo por “bajas” a las de menos de dos dígitos.
El panorama local contrasta con el interés de la oferta financiera de los países centrales, donde se habla de conseguir mejores retornos en los mercados emergentes. Pero el punto no es claro, porque también están quienes limitan el endeudamiento no a sustituir, sino a la dimensión estrictamente financiera. Sostienen que frente a vencimientos que este año sumarán 16.000 millones de dólares, se corre el riego de perder reservas internacionales en un momento en que, a diferencia de los últimos días de H. M. Pérez Redrado, no están en alza. Por eso, insisten, es mejor no debilitar el presente y aprovechar las tasas bajas.
La pregunta que nadie se hace es hasta cuándo se mantendrán bajas las tasas y qué pasaría si en un contexto de crisis como el actual el escenario cambiase y, sólo por ejemplo, Estados Unidos subiese los tipos de interés, esta vez, con una ratio deuda/PIB otra vez elevada. No es mera hipótesis. Ya ocurrió en el pasado. Tampoco hablan del agravamiento tácito de la restricción externa que, en el largo plazo, siempre supone cualquier endeudamiento en divisas.
No es imaginable que “volver a los mercados voluntarios” sea algo que pueda hacerse sin padecer el cambio de lógica, con resometimiento a las condicionalidades del capital financiero y con la consecuente pérdida de grados de libertad de la política económica. Lo notable, en todo caso, es que se avance voluntariamente en esta dirección. Es decir, hacia el desarme progresivo de las dos principales directrices del modelo kirchnerista que, en el discurso, se buscaría profundizar. La tentación que puede conducir la nave a los peñascos es fuerte: patear hacia adelante la conflictividad implícita en la resolución de las tensiones del presente. Tal el encantamiento, el facilismo innecesario, de “volver a los mercados”
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