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Domingo, 19 de mayo de 2013

COMPETITIVIDAD DEL TIPO DE CAMBIO

“Hay que devaluar”

 Por Andres Asiain y Lorena Putero

Hace pocos días, el presidente del Banco de la Ciudad de Buenos Aires propuso una brusca devaluación. De esa manera expresó la opinión de políticos, economistas y dirigentes empresariales de la industria y del agro, desde el ex titular de la UIA hasta la opositora Mesa de Enlace. Los impulsores de la devaluación sostienen que la inflación interna avanzó más rápido que el precio de las monedas extranjeras durante los últimos años, dando lugar a una menor competitividad y una reducción del superávit comercial. El consecuente atraso cambiario y el temor a su corrección dispararon la compra preventiva de dólares en el mercado oficial y, una vez impuestos los controles, en el mercado paralelo dando impulso al alza de su cotización.

Para contrarrestar el lobby devaluacionista vale analizar el supuesto atraso cambiario. Si bien es cierto que nos venimos encareciendo frente a los Estados Unidos hasta alcanzar un nivel de cambio real similar al de 2001 (descontando las inflaciones en ambos países –y tomando para Argentina la medida por las provincias–), hay que tener en cuenta que durante ese período el país del Norte ensayó una importante desvalorización de su moneda. Es por ello que respecto de nuestros principales socios la situación es mucho más holgada, siendo que frente a Brasil, principal competidor y mercado nuestros de empresarios, la competitividad es hoy un 90 por ciento superior de la que regía a finales de la convertibilidad. Además, desde el fortalecimiento de los controles en julio del año pasado, la devaluación oficial aceleró su pauta revirtiendo la tendencia a la apreciación por una lenta depreciación frente a casi todas las monedas.

Por otro lado, la reducción del superávit comercial no se explica por el retraso cambiario, sino por el acelerado crecimiento de nuestra economía y su extrema dependencia de insumos y maquinarias importadas donde sobresale la necesidad de importar combustibles por unos 10.000 mil millones de dólares anuales. Una brusca devaluación en nada solucionaría esa situación, siendo que las importaciones no esenciales ya se encuentran restringidas por la administración comercial y la sustitución de las demás no se realiza de un día para el otro por una coyuntural alza de sus precios. Por otra parte, las exportaciones están compuestas centralmente de productos que ya son muy competitivos con el tipo de cambio actual, como las del complejo soja, donde el impacto de la devaluación se expresará en la generación de rentas extraordinarias sin efectos apreciables sobre las cantidades exportadas.

En realidad, el pedido de devaluación expresa un rechazo al incremento de la participación de los asalariados en la distribución del ingreso que busca ser revertido, a favor de los empresarios exportadores, mediante un manotazo sobre la política cambiaria. El impacto esperable de la misma es una aceleración de los aumentos de precios que, en las actuales condiciones de empleo y fortaleza sindical, impulsará la reapertura de las paritarias, dando lugar a fuertes incrementos nominales de salarios que, tras ser trasladados a precios, nos dejarían en donde partimos en términos de competitividad, pero con un clima de inestabilidad económica y social

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