Domingo, 16 de junio de 2013 | Hoy
PAíSES EMERGENTES, BRICS Y PIGS
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
La agenda neoliberal impuesta a nivel mundial en las últimas décadas impulsó la desregulación de los mercados financieros. La paulatina desarticulación de los controles cambiarios y la creciente apertura de la cuenta capital fue gestando un mercado financiero global donde una inmensa masa de dinero atraviesa las fronteras en segundos, con sólo la presión de una tecla en la computadora de algún operador ubicado en cualquier ciudad del planeta. Ese formidable impulso a los movimientos de capital fue configurando una serie de actores sociales (bancos, fondos de inversión, agencias calificadoras, organismos internacionales de créditos) que incrementan su poder al ritmo al que crecen los fondos que administran. El desafío de la agencia Standard & Poor’s al gobierno del Estado más poderoso del planeta, al bajar la calificación de la deuda norteamericana de “AAA” a “AA+” en agosto de 2011, constituyó la más clara demostración del poder acumulado por los reyes de la globalización. La declaración de un operador en la BBC News sosteniendo que “los líderes políticos no gobiernan el mundo, Goldman Sachs gobierna el mundo” no hizo más que sincerar la situación europea, donde la financiera colocó a sus hombres en los puestos claves para la administración de la crisis.
Si ésa es la suerte que les toca a las naciones más poderosas, poco pueden esperar las más débiles. Para los operadores financieros, las naciones del Tercer Mundo son meros mercados emergentes carentes de historia o identidad cultural, sin otra cualidad distintiva que el nivel de riesgo país, determinante del costo al que acceden al crédito internacional. La razón de ser de la política económica en esa marginalidad de la economía mundial es la aplicación de políticas market friendly que reciban el beneficio de un acceso menos costoso a las limosnas del mundo financiero. La obsesión por bajar el riesgo país gana el discurso económico en los multimedios tributarios de las inversiones externas, desplazando los debates sobre la industrialización, el avance tecnológico, el acceso a la vivienda o la creación de empleo.
Esta particular dinámica del capitalismo es prolífica en la gestación de milagros económicos que al poco tiempo se derrumban como un castillo de naipes. El masivo acceso a inversiones que expande el crédito, el consumo, la producción y la inversión se transforma luego, ante una eventualidad sucedida en cualquier otros mercado, en un sálvese quien pueda que abandona las inversiones realizadas en la ex milagrosa nación para emprender el vuelo hacia la calidad de un bono del Tesoro norteamericano. Quienes ayer fueran calificados como deudores tan sólidos como los ladrillos (Brics) pueden convertirse repentinamente en cerdos (PIGS).
Argentina ha experimentado en carne propia los avatares de ese anarco-capitalismo-financiero. El masivo endeudamiento con petrodólares al calor de la tablita cambiaria dictatorial dio lugar a una década robada a la naciente democracia. La reanudación del endeudamiento bajo el menemismo privatizador terminó en una de las peores crisis de la historia, con más de la mitad de los argentinos bajo la pobreza. A partir de 2003, se inició una política de desendeudamiento y acumulación de reservas que hoy enfrenta los desafíos de las corridas cambiarias y la dependencia de las importaciones. Su defensa no debería ser patrimonio de un partido o gobierno
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