Domingo, 16 de junio de 2013 | Hoy
ENFOQUE
Si un economista de la plaza local pronostica una baja del dólar, corre un alto riesgo de equivocarse. La explicación del potencial equívoco no es técnica, sino histórica. Nunca el que apostó al dólar perdió. Hasta ahora. Cuando los controles cambiarios, el llamado cepo, alcanzaron cierta irracionalidad, desde este espacio se auguró que la salida era inevitable: un poco de devaluación y otro poco de suba de tasas. Ambas cosas ocurrieron de forma muy moderada, pero no a la manera tradicional. El equipo económico todavía encontró conejos en su galera: dos de ellos fueron los bonos Cedin y los Baade.
La lógica por detrás de estas decisiones es la siguiente: en un contexto de relativa inflación, los agentes buscan conservar el valor de sus excedentes monetarios. El dólar fue tradicionalmente la alternativa de reserva más sencilla. Pero la demanda de divisas se potencia si, además, las tasas reales en moneda local son negativas. El resultado en este caso es la “fuga de capitales”. Al respecto vale una anécdota. En tiempos de la crisis de salida de la convertibilidad, cuando las reservas internacionales del Banco Central se esfumaron sin que los lobistas de la city graduados en economía siquiera chistaran, circuló la versión de camiones de caudales rebosantes de divisas abandonando el microcentro porteño. Era una idea gráfica, aunque falsa, de la llamada fuga. Tan falsa, pero igualmente gráfica, como la mitología mediática según la cual los funcionarios venales depositarían sus dineros mal habidos en bóvedas justo debajo de sus casas, “la bóveda” como colchón VIP.
En realidad, la fuga es un fenómeno bastante más simple. Ocurre, por ejemplo, cuando un “ahorrista” compra 100 dólares en una casa de cambios y se los lleva a su casa. Pero cuando esta conducta se generaliza, se produce una dolarización de los excedentes, no sólo de los particulares, sino también de las empresas. Si este proceso coincide con el agotamiento del superávit de la cuenta corriente del balance de pagos, los dólares se vuelven escasos, el debate político se tensiona y la devaluación aparece como “inevitable”.
En este contexto, los Cedin y los Baade fueron conejos de la galera del equipo económico por múltiples razones:
- Primero, porque funcionarán como alternativa de reserva de valor descomprimiendo la demanda de divisas en el mercado paralelo. La baja en torno del 20 por ciento registrada en el llamado dólar blue es un adelanto de este efecto.
-Segundo, porque ambos instrumentos aportarán dólares a la economía, con el detalle de canalizarlos para fines específicos; un mercado que necesita reactivación, la construcción, y otro sediento de inversiones para sustituir importaciones, la energía.
- Tercero, porque al canalizar los recursos a fines productivos se reactivará la demanda agregada.
-Cuarto, porque una parte de los recursos blanqueados reconstruirán el nivel de reservas internacionales.
- Quinto, porque por estos dólares el Estado pagará una tasa de entre 0 y 4 por ciento; es decir, muy por debajo de las de mercado y sin condicionalidades.
Ningún consultor se atreve a adelantar el número, pero es probable que, para desesperación de la oposición legislativa, el blanqueo supere holgadamente las previsiones oficialistas. En contrapartida, la creación de estos instrumentos poco aportarán para conferir a la moneda local la función de reserva de valor, tarea que quedará para tiempos mejores.
Ahora bien, que alguien haya tenido una buena idea para sortear una coyuntura desfavorable, parcialmente autoinfligida, no quiere decir que la situación esté completamente resuelta. Aunque el Gobierno retomó el control de las variables, la situación cambiaria sigue en terapia. Las paritarias cerradas a más del 23 por ciento en promedio significan dos cosas: un impacto positivo en el consumo en el corto plazo y un aumento de precios en el mediano. Frente a ello será necesario evitar cualquier revaluación del peso, pues ya no existe margen externo para que el tipo de cambio funcione como ancla antiinflacionaria ni para una expansión importadora. La tarea no será sencilla. El indicador clave será el nivel de reservas, que en lo que va del año vienen cayendo a un promedio de 1000 millones de dólares mensuales, aunque se mantienen lejos de niveles críticos.
Un punto a evaluar en materia de crecimiento es el impacto del actual nivel del tipo de cambio oficial en las economías regionales. Ya se habló en este espacio del efecto recesivo de una devaluación y de la prácticamente nula elasticidad de las exportaciones al tipo de cambio. No existe, para la mayoría de las economías regionales, evidencia empírica de que un dólar caro se traduzca en mayores cantidades exportadas, según reza el argumento tradicional. Pero donde sí impacta el tipo de cambio es en los costos de producción y en la inversión. La revaluación puede activar la demanda al aumentar salarios en dólares, pero no indefinidamente. No cualquier relación entre nivel de salarios y tasa de ganancia garantiza la inversión y el crecimiento, que es de lo que finalmente se trata.
Frente a este escenario, según reseña Estudio Bein en su último informe, el Gobierno eligió “el camino de la moderación”. Antes que devaluar transfiriendo recursos de los asalariados a los exportadores y arriesgando una recesión, decidió usar la “política fiscal para compensar la falta de rentabilidad de los sectores con problemas”, vía reintegros o eliminación de retenciones como herramienta para mejorar el tipo de cambio efectivo de algunas circuitos productivos. Fue el caso, por ejemplo, del trigo, lo que por supuesto no fue suficiente para la siempre disconforme Mesa de Enlace de las cuatro entidades agropecuarias, que esta semana realizarán un nuevo lockout comercializador. Pero al margen de la puja política preeleccionaria, puede esperarse la continuidad de este camino de estímulos fiscales o arancelarios en algunas economías regionales, no precisamente de la zona núcleo. La gran limitación de estas concesiones, que también intentó resolverse parcialmente en el reciente caso del trigo, es que resultan insuficientes al interior de cada circuito productivo, donde normalmente los productores primarios siguen sometidos a la extracción de renta de los comercializadores, situación que impacta además en los precios pagados por los consumidores
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