Dom 15.09.2013
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LIBRO EL MUNDO DE LAS FINANZAS Y LA ECONOMíA EN THE NEW YORKER

La risa de los romántico

La prestigiosa revista estadounidense The New Yorker es conocida por sus caricaturas de una sola viñeta que retratan con mordacidad escenas de muy diversos temas. El libro propone un divertido repaso cronológico de los principales problemas económicos que han aquejado a la sociedad capitalista durante los últimos 85 años. Aquí se reproducen extractos del prólogo y once viñetas.

› Por Malcolm Gladwell *

Tiene el lector en sus manos una rareza: un libro de viñetas sobre el mundo de las finanzas y la economía extraídas de las páginas de The New Yorker. Digo “rareza” porque la nuestra es una revista dirigida a un público para el que el dinero es algo secundario. Ninguno de nosotros se ve reflejado en ese tipo que se desgañita en mitad de una fiesta proclamando a gritos cómo se forró en el otoño de 2007. No estábamos invitados. Estábamos en casa releyendo Middlemarch. En aquellas ocasiones en las que esta revista se adentra en cuestiones financieras y en todo lo relacionado con Wall Street, lo hace con la distancia propia de un antropólogo. ¿Qué diantres se le pasa a The New Yorker por la cabeza cuando piensa en el dinero? La respuesta inmediata es: bromear sobre la cuestión. Pero hay una respuesta más compleja (y yo no podría formar parte del equipo de redactores del New Yorker si no fuera capaz de ofrecer una respuesta más larga).

[...]

Comencemos por una viñeta de Barbara Smaller publicada en agosto de 1998. Dos inversores observan la pantalla del ordenador. Uno de ellos dice: “¡Ha subido ciento dieciséis puntos! Si hubiéramos tenido la previsión de invertir hace diez minutos...”. Esa viñeta me hizo reír. Pero no es graciosa para todo el mundo. Son legiones los inversores en Wall Street que se ganan la vida aprovechando esos movimientos pendulares e inmediatos que se suceden cada minuto en el mercado. Los ordenadores que controlan las transacciones de algunos bancos de Wall Street solían alojarse en Nueva Jersey o Pensilvania por razones de costo, pero con el advenimiento de transacciones cada vez más sofisticadas, los bancos decidieron trasladarlos de vuelta a Wall Street para poder ejecutar sus operaciones más rápidamente. ¡Es cierto! Los agentes de Bolsa sufrían pérdidas a manos de sus competidores debido a esas milésimas de segundo de más que las operaciones tardaban en cruzar el río Hudson. “Si hubiéramos tenido la previsión de invertir hace quince milésimas...” Eso fue lo que se dijeron, pero no bromeaban. Los realistas utilizan el lenguaje de la experiencia, la reflexión y el arrepentimiento para describir hechos que acaban de ocurrir hace una milésima de segundo. El romántico dedica tres horas a la semana a arrepentirse con su loquero de cosas que le ocurrieron hace treinta años. Para el romántico, diez minutos son algo tronchante.

O considérense las múltiples versiones, que encontrarán en las páginas siguientes, de las viñetas sobre inversores de Wall Street que se suicidan arrojándose desde lo alto de un edificio. Es uno de los tropos caricaturescos más recurrentes del New Yorker, tanto como la figura del hombre reclinado en el diván de un psiquiatra. Mi viñeta favorita data de 1956. Dos hombres observan a través de la ventana de su edificio a un hombre que cae al vacío: “¡Hombre, pero si es Prescott! Imagino que sabe algo que nosotros ignoramos”.

–Mira, mira, por ahí va otra vez la mano invisible del mercado haciéndonos un corte de mangas.

Cabe preguntarse cómo es que algo tan trágico como un suicidio ha podido convertirse en uno de los elementos básicos del humor del New Yorker. Pero pensemos sobre el significado de la figura del hombre que se arroja al vacío porque se ha producido una bajada en el mercado de valores. No tiene nada que ver con la malicia, ni con alegrarse del mal ajeno. El suicida es un romántico. Ha incorporado las convenciones del amor no correspondido, la depresión y la pérdida irreparable (condiciones del alma, todas ellas) para actuar frente a cuestiones más prosaicas como los beneficios y los ingresos. ¿Y qué decir de esos hombres en su despacho de Wall Street? Son realistas que reescriben lo personal en el lenguaje de lo profesional: son testigos de un suicidio e instantáneamente piensan en lo que los profesores de finanzas conocen como “la asimetría de la información”. El romántico se ríe antes que nada de sí mismo por ver una tragedia personal en el comportamiento del mercado y, mientras cae al vacío, se ríe también del realista por no ser capaz de verla.

Veamos otra viñeta, ésta de 1982. Dos personajes del mundo empresarial dejan un informe en el escritorio de su jefe. “Estas previsiones son producto de nuestra imaginación”, dice uno de ellos. “Esperamos que sean de su agrado.” ¿Quién habla? ¡Es Prescott de nuevo! En esta ocasión, nuestro angustiado poeta debe redactar una estimación de ganancias. Pasemos a otra viñeta: un hombre ve la televisión. “Hoy en Wall Street las noticias relativas a la reducción de los tipos han causado una subida del mercado. Sin embargo, las expectativas de que dichos tipos sean inflacionarios han provocado una nueva caída, lo que ha conducido a la constatación de que un interés bajo podría estimular la economía ralentizada y ha empujado el mercado al alza, antes de sufrir un último bajón por miedo a que una economía sobrecalentada conduzca de nuevo a la imposición de tipos de interés más elevados.” Nuestro romántico es ahora un presentador de la sección de economía del telediario, comentando la aleatoriedad de Wall Street con obstinada literalidad.

Un hombre escucha la radio: “El tercer banco más importante del país ha anunciado hoy que se tirará desde el puente de Broo-klyn. Se espera que otros bancos sigan su ejemplo”. ¿Tienen los realistas su propio libro de viñetas? Es posible. Pero apuesto lo que quieran a que no es ni la mitad de bueno que éste. No todos podemos tener la misma gracia. La postura cómica es una elección; es la recompensa que obtenemos por mirar al mundo de una manera muy concreta. Los románticos tienden a no labrarse grandes fortunas en Wall Street, porque para enriquecerse en el mundo de las finanzas uno debe ser capaz de preguntarse qué es lo que impulsó a Prescott a arrojarse al vacío. Un romántico es incapaz de hacer eso. Pero el romántico puede reírse, y en los tiempos que corren no parece una mala alternativa. Como ese hombre que está frente a un enorme chateau francés: “Me entran ganas de llorar cada vez que pienso en los años que he perdido acumulando dinero, para terminar dándome cuenta de que mi carácter alegre es genético”. El realista puede quedarse con su chateau y sus lágrimas. Nosotros, los románticos, preferimos la risa

* Malcolm Gladwell es escritor, periodista y crítico cultural. Escribe en The New Yorker desde 1996.


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