QUé DEJó Y QUé SE LLEVó LA FORESTAL, QUE OPERó DURANTE DéCADAS EN EL NORTE SANTAFESINO
La última fábrica de tanino de la compañía británica La Forestal cerró hace medio siglo. Excusa para reflexionar sobre los “modelos de desarrollo” que impulsan determinados capitales en diferentes partes del mundo.
› Por Alejandro Jasinski *
Hace exactamente medio siglo cerraba la última fábrica de tanino que la compañía británica La Forestal había hecho funcionar durante décadas en el norte santafesino. La prensa por entonces aseguraba que la clausura del establecimiento de La Gallareta ponía fin a un capítulo de la vida industrial de una extensa zona que constituyó una importante fuente de trabajo y desarrollo económico en el país. Diagnóstico certero que brinda la ocasión para reflexionar sobre los “modelos de desarrollo” que impulsan determinados capitales en diferentes partes del mundo.
Durante una serie de presentaciones de mi libro Revuelta obrera y masacre en La Forestal. Sindicalización y violencia empresaria en tiempos de Yrigoyen, en los antiguos pueblos forestales comprobé que, no obstante el ya lejano retiro de los capitales británicos de la región, La Forestal sigue muy viva. No sólo por el interés que despertó la publicación en la zona, sino más bien por las huellas todavía presentes de una explotación de la naturaleza y del hombre celosamente planificada y brutalmente aplicada.
Estas huellas son de distinto orden y se manifiestan de forma más o menos explícita. Por ejemplo, las monumentales chimeneas fabriles que custodian a los pueblos de Villa Guillermina, Villa Ana y La Gallareta obligan a pensar un pasado lejano de trabajo, pero proyectando imágenes de aquel tiempo, podría invitar a los jóvenes de aquella región a pensar sus derechos perdidos de disponer la oportunidad de un empleo fabril en sus pueblos, con todo lo que ello acarrearía, sin necesidad de la constante migración a la que muchos se ven empujados. Todo ello si se hubiera mantenido una explotación sustentable del quebracho colorado, con una cuidada reforestación y/o posible reconversión productiva que contemplara el crecimiento social y productivo de aquellos pueblos. Este podría ser un punto del debate que todavía presta el dominio pasado de La Forestal.
En una de las presentaciones que realicé, una persona muy mayor, visiblemente indignada por el relato que yo hacía de las condiciones de vida y de explotación en aquella región durante las dos primeras décadas de vida de La Forestal, hasta la masacre de 1921, presentó inesperadamente otra de las huellas presentes. Lo interesante es que su indignación no se explicaba por las precarias condiciones de vida, por el lockout total que practicó la compañía por espacio de dos años y mucho menos por la sanguinaria represión planificada por la compañía inglesa y ejecutada por la Gendarmería Volante, una fuerza creada especialmente por el gobierno provincial del radical Enrique Mosca y financiada por La Forestal, que terminó con la muerte de más de 500 trabajadores. La oyente se indignaba porque mi relato difería notablemente de lo que ella misma recordaba de su experiencia de vida en uno de aquellos pueblos, sin advertir la diferencia de décadas entre las imágenes que se cruzaban.
La huella, en este caso, se hacía presente por la extrema susceptibilidad de quienes ven ultrajada la reputación de un “gran padre”, de quien no sospechan un costado oscuro que cuestiona aquella imagen benefactora y paternal que supo construir con el paso del tiempo, imagen que se hace más fuerte aún ante un presente muy distinto. Pero la susceptibilidad, que para muchos podría ser ingenuidad y, para otros, supervivencia, en este caso iba más allá y enseñaba todos los ribetes de un compromiso y consentimiento con los marcos y contenidos de la dominación ejercida sobre una extensa población. La señora en cuestión se levantó y con aires de arenga advirtió a los jóvenes presentes –había una treintena de estudiantes de un secundario nocturno– que lo que faltaba en la actualidad era la disciplina que habían sabido imponer los ingleses.
En un clásico estudio, Jean Paul de Gaudemar analizaba las distintas formas disciplinarias del trabajo en el desarrollo capitalista y advertía que la disciplina se percibía cada vez más bajo los mantos de la “normalidad” en la relación de subordinación del trabajo al capital, generando indignación si ésta se produce en exceso y regocijo si se flexibiliza. Visibilizadas como “buenas” o “malas”, este pensador sugería pensar la historia de las mejoras de las condiciones de trabajo, antes que como la historia del progresivo reemplazo de las disciplinas opresivas “puras” por las que se presentaban de forma más laxa y mediatizada, como la de una combinación de ambas, siendo la primera condición permisiva de la segunda, y haciendo visible la vital función económica que cumplía la disciplina –“mala” y “buena”– como política sobre la fuerza de trabajo, adentro y afuera de la fábrica. Esta es una posible forma de interpretar la historia de La Forestal.
Tras la masacre de 1921, la patronal impulsó un programa de reformas en los pueblos que fue progresivamente mejorando las condiciones de vida de los trabajadores. Pero no lo hizo por espíritu filantrópico. Tanto fue así que diseccionó a la población, de forma que un extenso sector fue palpando dichas mejoras (principalmente en los pueblos de fábrica), mientras que otro quedaba relegado a las precarias condiciones de trabajo y vida que ya conocían (principalmente en los obrajes). Pero no sólo eso, la compañía promovió con mayor ímpetu que antes las formas disciplinarias que actuaban en los ámbitos de la reproducción social, esto es, donde el trabajador y su familia descansan y se recrean, donde se organizan y hacen política, donde se educan y se divierten. Y esto era posible por las extensas prerrogativas que la compañía disponía a lo largo de un vastísimo territorio de un casi absoluto dominio privado y de una casi total ausencia de estatalidad. Pero cuando la población trabajadora mejor posicionada comenzaba a disfrutar incluso generacionalmente de los beneficios del extendido sistema paternalista privado, fue cuando la compañía entendió que la depredación del quebracho colorado dejaba de serle rentable, sumado a los costos que representaba la implementación de una creciente legislación social, laboral y ambiental, que ya no podía eludir. Durante la década de 1950 cerraron definitivamente las fábricas de Villa Guillermina, Tartagal y de Villa Ana y finalmente, en 1963, cerró la de La Gallareta. Las poblaciones no pudieron reponerse de semejante golpe. No pocos consideraban en los debates que presencié que la omnipresencia de La Forestal había herido profundamente la propia iniciativa de la población y hasta les había expropiado el saber-se autónomos.
Hoy los habitantes de los pueblos forestales, orgullosos de su industrioso pasado, pero también todos los argentinos, seguimos preguntándonos, mirando el tiempo que fue pero también el presente y el futuro, qué nos dejó y qué se llevó un “modelo de desarrollo” como el que supo y le permitieron construir a La Forestal
* Historiador y periodista, becario del Conicet.
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