Domingo, 5 de enero de 2014 | Hoy
LIBERTAD INDIVIDUAL Y BIENESTAR COLECTIVO
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
La teoría económica ortodoxa plantea que lo que es bueno para el individuo aislado es bueno para la sociedad en su conjunto. Ese principio tiene su origen en el concepto de “mano invisible” de Adam Smith, según el cual es el mercado el que se encarga de que cada individuo, persiguiendo fines egoístas, trabaje inconscientemente para el bienestar social. En las propias palabras del autor de La riqueza de las naciones: “No de la benevolencia del carnicero, del viñatero, del panadero, sino de sus miras hacia el interés propio es del que esperamos y debemos esperar nuestro alimento”.
Esa explicación del funcionamiento de los mercados fue llevada al extremo por los liberales, afirmando que había que evitar cualquier coacción colectiva sobre el comportamiento económico de los individuos.
Desde esa perspectiva, cualquier regulación que intente forzar un determinado comportamiento económico, como ser un aumento salarial impuesto en paritaria o la prohibición de comprar libremente dólares para ahorrar, termina generando un resultado económico peor del que se alcanzaría dejando actuar libremente a los individuos.
De los casos mencionados, el aumento salarial impuesto colectivamente producirá que los empresarios opten por contratar menos trabajadores en blanco, con sus secuelas de mayor desempleo e informalidad. La prohibición de comprar dólares redundará en un dólar oficial barato que reduce las exportaciones y aumenta las importaciones, impulsando una suba cada vez mayor del dólar paralelo, adonde convergerá la economía, una vez agotadas las reservas del Banco Central.
Sin embargo, en el ámbito económico sigue siendo válido aquel principio de convivencia social que reza que “la libertad de cada individuo termina donde comienza la libertad de los demás”. A modo de ejemplo, a cada empresario le conviene individualmente reducir los salarios para incrementar el margen de ganancia. Pero, como los trabajadores tomados en conjunto forman la clientela del empresario, si todos los empresarios bajan salarios, el resultado es una caída del consumo, las ventas y las ganancias de los empresarios. De la misma manera, a cada ahorrista particular le conviene comprar dólares para prevenirse de una devaluación. Pero si todos los ahorristas compran dólares, terminan provocando el agotamiento de las reservas, con su consecuente disparada del dólar, crisis económica y caída de los ingresos sobre los que ahorrar.
Ello no significa que una simple regulación vaya a resolver todos los problemas económicos. Por caso, los aumentos salariales por paritarias no van a resolver el traslado a precios empresarial que impulsa la inflación, la informalidad laboral en sectores como el campo, el servicio doméstico o la construcción, o las dificultades de la industria textil y del juguete para competir con la producción de países de salarios bajos, jornadas extenuantes y escalas enormes como China o India. De la misma manera, tampoco la prohibición de comprar dólares oficiales para ahorrar resuelve el déficit energético, la dependencia de insumos importados de la automotriz o electrónica, o la necesidad de un dólar más elevado para ciertas exportaciones regionales. Pero sí contribuyen –y no es poco– a mantener un determinado nivel de salarios y consumo interno, o a evitar una pérdida de aceleradas de reservas. Hecho que les molesta a ciertos individuos cuyos ingresos están vinculados a la exportación y no precisan del consumo del trabajador argentino, o que atesoraron dólares y esperan una crisis para comprar propiedades a precios de remate
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