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Domingo, 13 de diciembre de 2015

LIBRO. EL ESTADO EN CUESTIóN

Diferentes hegemonías

El libro de tres investigadores quiere aportar a un debate en ciernes en América latina sobre el rol del Estado. Analiza las características de la administración pública en los últimos cincuenta años en Argentina.

 Por Diego Rubinzal

¿Qué ideas y que políticas han signado los últimos cincuenta años del Estado argentino? ¿Cuál fue la influencia de la agitada vida política nacional sobre las características de su administración pública? ¿Cómo las diferentes hegemonías han impuesto sus ideas y modificado el rol estatal? Esas son algunas de las cuestiones que intenta responder el libro El Estado en cuestión. Ideas y política en la administración pública argentina (1960-2015). La reciente edición del texto fue la excusa utilizada por Cash para entrevistar a sus autores: Horacio Cao, Arturo Laguano Duca y Maximiliano Rey

¿Por qué el título y qué se propone el libro?

H. Cao: –El Estado en cuestión quiere aportar a un debate en ciernes en América latina. A partir de la crisis de los gobiernos neoliberales, a finales del siglo XX, comienza en toda la región una ola de gobiernos progresistas que volvieron a darle un lugar central al Estado en el desarrollo, sobre todo en su aspecto regulador de la economía. Pero, el Estado es también una estructura, es administración pública. El neoliberalismo construyó un aparato de Estado coherente con su modelo de sociedad, fue lo que se conoció como Nueva Gerencia Publica.

Nosotros nos preguntamos, ¿estos gobiernos progresistas, hicieron algo similar? ¿Propusieron un modelo diferente de administración? Creemos que en la práctica sí, pero que este modelo nuevo, además de estar en ciernes, carece aún de una reflexión que lo sistematice y, también, claro, que critique, proponga estrategias de acción.

A. Laguano Duca: –En ese sentido los intelectuales nos hemos quedado muy atrás de la política. Claro que los dirigentes políticos transformadores van siempre un paso delante de la reflexión académica, pero esa ida y vuelta entre acción y reflexión es muy importante. Nosotros somos parte de un grupo de intelectuales que se propone aportar desde la sistematización y el debate de la discusión del problema del Estado en los últimos cincuenta años. Porque el cuestionar el papel del Estado es una cuestión fundamental de la política, del quehacer del Estado como lugar donde se cristaliza –sin abarcarla totalmente– la disputa política.

¿Por qué la mirada histórica?

A. L. D.: –En nuestros países con fuerte tradición presidencialista y estatal, la cuestión política ha pasado desde antes del primer peronismo, por la discusión del rol del Estado. Por eso, sin ser un libro de historia, lo que hacemos es una historia del presente. Es decir, retomamos los últimos cincuenta años de la discusión sobre el Estado, los modelos de desarrollo y el lugar asignado a la administración pública para ver continuidades y rupturas. Qué se discutió, cómo aportó o se interrelacionó esa discusión con la actividad estatal y el desarrollo, pues creemos que los procesos post neoliberales, al no partir de una receta como sí sucedió como el modelo neoliberal, tienen que inventar pero también recurrir a lo que tienen a mano. En esta caso, a la tradición desarrollista y a la tradición nacional popular.

De las distintas ideas sobre el Estado y la administración, ustedes destacan lo que se podría llamar un Estado céntrico correspondiente al desarrollismo, un mercado céntrico que referiría al auge neoliberal, otro sociocéntrico y el retorno del Estado con la crisis del neoliberalismo. ¿Cuál sería la peculiaridad del sociocéntrico?

H. C.: –Hacia mediados de los años 90, el modelo de ajuste estructural basado en el Estado mínimo que sistematizó el Consenso de Washington, comenzó a mostrar sus límites. Después de la crisis mexicana de 1994, conocida como el efecto Tequila, se tornó visible que la reducción del Estado a una única función de sostén del orden jurídico, no podía impedir la generalización de la pobreza y, en última instancia, el riesgo de colapso del orden social, como de hecho terminó ocurriendo en la Argentina. Algunos de los mismos organismos multilaterales de crédito que más habían impulsado la reducción del Estado, comenzaron a buscar alternativas, como fue el caso de BID. Apareció con fuerza, entonces, la noción de gobernanza, que en última instancia ponía al Estado como un coordinador –casi como un primus inter pares– con organismos de la sociedad civil.

M. Rey: –El peso de las acciones de desarrollo pasaba a recaer en la sociedad civil, el Estado debía tener instituciones ágiles que garantizaran un desenvolvimiento eficiente de las iniciativas de la sociedad civil. Fue también un momento de auge de lo que se conoció como neo institucionalismo.

A. L. D.: –Y el de sociedad civil pasó a ser un concepto multiforme. Incluía a las organizaciones patronales, a los grupos de presión, pero también a numerosas ONG, algunas como expresión de intereses populares, otras como maneras encubiertas de hacer negocios. Por eso el momento socio céntrico tuvo su ala derecha e izquierda, igual que las instituciones de crédito multilaterales. Las primeras eran las firmas que, bajo el rótulo de sociedad civil, se hacían cargo de administrar bienes sociales que antes manejaba el Estado. Pero las segundas, las ONG que representaban intereses populares, fueron también el refugio de corrientes progresistas que, ante la hegemonía neoliberal, no encontraron otra forma de expresión.

Ustedes exponen distintas ideas sobre el papel que debe cumplir, o dejar de cumplir, el Estado en el desarrollo y afirman que esas ideas tienen su correlato en el tipo de funcionario público considerado deseable, ¿cuál serían esos modelos de funcionario?

M. R.: –Sí. Describimos cuatro ‘tipos ideales de funcionario’, de acuerdo a la concepción del papel del Estado en el desarrollo que prevaleciera. Los llamamos: el homo technicus durante el desarrollismo; el homo consultor durante el auge neoliberal; el homo participen correspondió al breve momento sociocéntrico y, el homo militantis parece ser el agente ideal para las nuevas democracias nacional populares.

H. C.: –Cada uno de ellos encarnaría al agente público que mejor podría llevar a la práctica la idea de Estado hegemónica en las elites de gobierno. Sería largo de contar cada uno, pero creo que es importante resaltar que el homo militantis no refiere necesariamente a un cuadro político, sino que se construye a partir de combinar valores de defensa de lo público estatal con un modelo de gestión y liderazgo que en la jerga se conoce como “misional”.

Habiendo sistematizado la concepción de Estado en los gobiernos progresistas de América Latina, ¿cuáles serían las fortalezas y debilidades del modelo nacional y popular respecto a la administración pública?

H. C.: –Si tuviera que destacar una fortaleza diría que, a pesar de lo que decían las perspectivas sociocéntricas, supo reconstruir el lugar del sector público como un canal crítico en la vinculación del liderazgo político con las mil y un facetas, sectores y grupos que tiene la sociedad del siglo XXI. Ha habido un número importante de políticas públicas y en cada una de ellas las decisiones políticas se concretaron a partir de estrategias adecuadas. Para decirlo con un ejemplo: no se siguió el mismo modelo de gestión para virtualizar el pago de la AUH (en el Anses) que para desplegar el programa de asistencia a fábricas recuperadas del Ministerio de Trabajo. En esta misma plasticidad está lo que falta construir: canales institucionales que articulen y generen sinergia entre políticas públicas. En el pasado reciente la vinculación más potente estuvo en el liderazgo político; claro está que esta vinculación debe mantenerse, pero debería complementarse con instancias de planificación que den mayor densidad, perdurabilidad y consistencia al accionar estatal.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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