› Por Néstor Restivo
El Rodrigazo, que en este mes se cumplen 41 años, fue un plan económico de shock que partió en dos la historia económica argentina. Lo anunció el 4 de junio de 1975 el entonces ministro de Economía del gobierno encabezado por María Estela Martínez de Perón, Celestino Rodrigo, y se recuerda como uno de los peores asalto al bolsillo de la mayoría de los argentinos. Disparó una inflación para todo el año que nunca se había visto hasta entonces de más del 180 por ciento, y una devaluación y ajuste tarifario también inéditos. En 1989/90, con los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, la economía argentina se derrumbaría en algo peor: la hiperinflación. En 2001/2, tras la fantasía de la “convertibilidad”, la depreciación del peso del 200 por ciento fue un récord. Y ahora en el mandato de Mauricio Macri irrumpe un ajuste de tarifas públicas que superó al de Rodrigo y no tiene antecedentes en la historia argentina.
En contextos muy distintos –locales, regionales y globales– y en circunstancias también diferentes, en lo político, social y económico, los ajustes de 1975 y 2016 tienen rasgos comunes que invitan a su comparación.
El Rodrigazo se aplicó tras once años consecutivos de crecimiento del PIB. El ciclo positivo que arrancó en 1964 y terminó en 1975 fue hasta ese momento el más extenso de la historia argentina, compitiendo con el que había ocurrido en el cambio del siglo XIX al XX, pero que había tenido como marco general, bajo el liderazgo político de Julio Argentino Roca, una expansión excluyente en términos sociales. Es decir, el crecimiento había sido para pocos habitantes y concentrado en el área de influencia del puerto de Buenos Aires, la única que cuenta para el actual ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay. Se podría haber contado un tercer ciclo virtuoso, el del período abierto en 1946 con Juan Perón, pero la crisis de 1952 y sobre todo el golpe de 1955 frustraron esa posibilidad.
La etapa 1964/75, a diferencia de la liderada por el Estado conservador oligárquico de casi un siglo antes, tuvo alternancias políticas (el gobierno de Illia, las dictaduras de Onganía a Lanusse, el tercer gobierno peronista) que pese a sus distintos objetivos coincidían, en general, en políticas a favor del mercado interno y en autonomía de los poderes globales.
Ese ciclo largo, que para 1974 llevó a los mejores indicadores socioeconómicos de que tenga memoria Argentina en términos de equidad y de industrialización, con un desempleo de sólo 2,3 por ciento y una distancia entre más ricos y más pobres de apenas 12 veces, lucía con tensiones importantes como la inflación, contenida sólo por el control de precios, y el déficit presupuestario.
Pero el Rodrigazo fue brutal y deliberado y no para corregir o “sincerar” (palabra que también se difunde en estos días) esas variables, sino para frenar el mejor reparto de los ingresos y recuperar tasas de ganancias empresarias.
En 2003/15, el kirchnerismo encausó el tercer período de expansión económica más largo de la historia nacional, y con índices de crecimiento anual mayores que los anteriores, en especial en su primera mitad. Aun con la baja de sus últimos cuatro años (en valores del actual Indec, apenas creció en 0,8 por ciento en 2012; 2,9 en 2013; 0,5 en 2014 y 2,1 en 2015) dio como resultado más de una década con un crecimiento anual promedio en torno al 6,0 por ciento. Nunca se había visto en el país algo así por tanto tiempo sostenible. Aunque a partir del triunfo de Macri el discurso oficial (político y mediático) apunta a demoler en toda la línea esa experiencia y a hacerle creer a la ciudadanía que fue una ilusión, el actual “sinceramiento” de precios relativos también se disfraza de oveja cuando es un lobo para destruir las políticas distributivas y recuperar rentabilidad obscena en la cúpula de la sociedad. Sobre todo, busca acabar con cualquier atisbo de pretender volver a tener mayores márgenes de autonomía nacional, en un contexto como el actual donde, ahora sí, los poderes globales se constituyen virtualmente en el gobierno mundial.
El Rodrigazo y las medidas del actual ministro Prat Gay se aplicaron entonces luego de dos experiencias largas que habían llegado a un límite y ameritaban ajustes para su sostenibilidad y revitalización pero no, salvo para intereses minoritarios, un cambio de régimen. Luego de la experiencia de 1975, como se sabe, vino el golpe cívico militar al que el shock económico le pavimentó el camino. Pero en el siglo XXI ya ese estilo no hace falta, se hace con alegría.
Junio de 1975 (y marzo de 1976), como advirtió tempranamente un texto de Roberto Frenkel publicado en Brasil, se inauguró para Argentina otra experiencia traumática: la indexación. Y con ella, la bicicleta financiera. El juego actual entre las tasas astronómicas que pagan las Letras del Banco Central (Lebac) y el negocio del dólar futuro replica esa timba que drena divisas del país, y que no compensará ninguna inversión externa ni ningún blanqueo de dinero evadido al fisco o de origen delictivo. Desde 1976, la deuda externa fue una clave (para 1975, los compromisos adeudados por Argentina al exterior apenas llegaban a 6000 millones de dólares), así como también lo fue su contracara y explicación última: el inicio de la fuga de capitales, que hoy acumula entre 200 y 400 mil millones de dólares según diversas fuentes, cuando antes de 1975 se estimaba en sólo 3500 millones. Con el gobierno de Macri la deuda externa y sus derivaciones volvieron a activarse.
Junio de 1975 provocó el primer paro de la CGT a un gobierno peronista, aunque ya no viviera, desde un año antes, el propio Perón. Paro que fue precedido y acompañado por el sindicalismo combativo en Villa Constitución y otros puntos del país. Rodrigo y su mentor, José López Rega, debieron renunciar 41 días después de los anuncios económicos. Pero la tarea estaba hecha. En tanto, a los despidos y al ajuste de tarifas del macrismo (se insiste, el mayor de la historia) les amagó el sindicalismo disperso con una huelga general, pero hasta ahora no se concretó.
Durante esas semanas de 1975 (ver al respecto el libro El Rodrigazo. El lado oscuro del ajuste que cambió la Argentina, del autor de esta nota y Raúl Dellatorre, publicado en 2005 y reeditado en 2016 por Capital Intelectual), el gobierno de “Isabelita” ofreció a los sindicatos un aumento paritario de 38 a 45 por ciento, que los gremios obviamente rechazaron pues cubría apenas un cuarto de los aumentos de precios. El equipo de Rodrigo integrado por Mansueto Ricardo Zinn, Nicolás Catena y Pedro Pou los alentaban “a pedir más” (reconoció Pou para el libro citado) para hacer “estallar todo”, y se lograron aumentos de 140 por ciento al caer Rodrigo.
Por aquellos días, la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericana (FIEL) señalaba que “la caída del salario es un ingrediente necesario para el éxito del modelo”. La frase sincericida es de un documento de 1975, pero es perenne en su marco ideológico. Todas las usinas liberales de entonces, que se preparaban para gobernar a partir del golpe, coincidían en el necesario “sinceramiento”, en “destapar la olla a presión”, en “desactivar la bomba” o en responsabilizar a la “herencia”. No han renovado repertorio porque no tienen mucho más que ofrecer.
La gestión de Rodrigo acabó asimismo, aprovechando la muerte de Perón y el vacío de poder, con el intento del anterior ministro Gelbard (1973/4) de recrear un pacto social a favor del mercado interno, en un esquema donde también había políticas avanzadas en agro, industria, comercio exterior, ciencia y tecnología o educación.
Un último paralelismo podría establecerse con el propio Zinn, verdadero artífice del Rodrigazo. A diferencia del ministro, que fue preso cuatro años en la dictadura, Zinn, como ya había hecho durante el onganiato como asesor en los ministerios de Defensa y de Economía, fue colaborador y apologista del dictador Jorge Videla y de su súper ministro José Martínez de Hoz, y luego asesor del menemismo, en particular para las privatizaciones de Entel e YPF, lo cual lo llevó al directorio de esta última. Lo sugestivo de su trayectoria empresarial, a los fines de esta nota, fue su larga vinculación con Sociedad Macri, el grupo Socma, y la empresa Sevel, en donde fue un socio privilegiado de Franco Macri, aunque luego se distanciaron por una pelea por las acciones de Fiat. Poco puede dudarse de que, si Zinn viviera, disfrutaría con los globos amarillos.
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