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Domingo, 25 de septiembre de 2016

CAMBIO DEL CICLO POLíTICO Y DEL MODELO ECONóMICO

Crisis del Mercosur

El proyecto de integración regional se está debilitando con gobiernos de derecha en los principales países del bloque. La propuesta económica dominante sólo beneficia a las elites.

 Por Andrés Musacchio *

Las disputas entre los miembros del Mercosur sobre si Venezuela está en condiciones de asumir o no la presidencia que, por orden alfabético, le correspondería, han colocado al bloque en una profunda crisis. Lo que no se discute demasiado es si se trata de un problema en torno a Venezuela y su profundo conflicto político interno, o si se trata de algo mucho más grave y profundo. En realidad, la larga crisis política venezolana no es un hecho aislado. Forma parte de un giro político que ha venido profundizándose en la región, y que se entrelaza con los movimientos que llevaron al la elección de un gobierno neoliberal en Argentina, a la parodia del impeachment en Brasil y, algo más lejanamente, al golpe y sus consecuencias en Paraguay.

Algunos errores y torpezas de los gobiernos “neodesarrollistas” facilitaron una fuerte ofensiva de las sectores conservadores, coordinada dentro de la región y apoyada logísticamente por un sector de la prensa y algunos intereses externos, que provocaron el viraje en tres de los cinco miembros del Mercosur, mientras otro se desgarra internamente.

Se encuentra en esa instancia un primer elemento de fondo para entender la crisis del Mercosur. Se trata de la zozobra de una institución regional que recoge un dramático deterioro de la calidad institucional en al menos cuatro de los cinco países miembros.

¿Cómo puede salir indemne el Mercosur si el gobierno del país más grande acaba de ser destituido de manera vidriosa? ¿Cómo puede evitarse la crisis regional si las instituciones en el segundo país en orden de importancia han recibido tantos cimbronazos en nueve meses, que hasta una integrante del Parlamento regional se encuentra detenida de manera vidriosa? Sin esas dos anclas políticas, ¿cómo puede esperarse que la región contribuya a la estabilización política, económica y social del tercer miembro del bloque?

Las actuales condiciones del Mercosur no son las mismas que asistieron a Argentina en su crisis de 2001. De hecho, la actitud de Argentina, Brasil y Paraguay frente a Venezuela es hoy diametralmente opuesta. Finalmente, ¿cuál puede ser el aporte de un Paraguay que tampoco ha superado por completo la vidriosa destitución del ex presidente Lugo? Curiosamente –o no tanto– el único país que parece hoy sostener la institucionalidad regional de manera inconmovible es también el único que logrado –más allá de las polémicas internas– mantener su calidad institucional nacional.

El giro conservador, sin embargo, no se agota en la cuestión institucional. Ese es simplemente el primer paso de un cambio del proyecto económico. De un modelo de desarrollo orientado hacia el interior del espacio regional y de los espacios nacionales, con una propuesta más industrialista y mercadointernista, con un intento significativo de inclusión de los sectores más golpeados y postergado de las sociedades y un fuerte incremento de la regulación, la planificación y el involucramiento del Estado, hemos pasado rápidamente al neoliberalismo más crudo. Hoy, Argentina y Brasil desmantelan los programas de inclusión, retiran al Estado de la regulación y la intervención directa y promueven las relaciones más asimétricas del mercado. Lo central, pensando en la integración, es que ambos países intentan articularse al mundo a partir de las ventajas comparativas estáticas bajo dos condiciones:

1. En el marco de un fuerte retraso cambiario que torna poco competitivos a amplios sectores de la producción no por ineficiencia microeconómica sino por las políticas macro.

2. En el contexto de enormes subsidios de los países desarrollados a la producción de buena parte de los productos en que nuestros países tienen ventajas comparativas, sacándonos del mercado de manera espuria.

Allí aparece el segundo eje de esta discusión: ¿qué rol juega la integración en ese modelo? Ninguno. El Mercosur se creó en los ‘90, en el marco de la anterior experiencia neoliberal, con la idea de utilizarlo como trampolín de las exportaciones al resto del mundo. El regionalismo abierto, como le llamaba la CEPAL –no la de Prebisch, por cierto–. Sin embargo, sólo sirvió para la reestructuración de algunos conglomerados en su proceso de regionalización, como el caso de la industria automotriz, o de algunas ramas productivas que encontraron sombra en el árbol regional.

En los últimos 15 años, el nuevo modelo se apoyó políticamente en el Mercosur, pero no terminó de redefinir su “utilidad” económica, a pesar de que era posible pensar en la coordinación de políticas activas frente problemas compartidos, para las que había enorme espacio. Esas políticas activas están siendo descartadas por la ofensiva neoliberal y la utilidad política ha dejado de existir. El Mercosur no se adapta al modelo de desarrollo que intenta imponerse desde arriba. Eso explica la radicalidad que arrasa lo institucional. El Mercosur ya no importa, ya no cuenta.

En todo caso, puede ser una herramienta útil para la negociación de acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos o la Unión Europea. Por eso no se le baja la persiana. En ese esquema, Venezuela resulta un bicho molesto. Dado que esos acuerdos pueden arreglarse también sin el Mercosur, da igual si éste desaparece y, por lo tanto, puede tensarse la cuerda sin temor a que ésta se corte. Lo que, en todo caso, es que ya no hay un consenso regional entre los gobiernos y que sólo interesa anexarse como apéndices de los centros económicos. No importa si esos centros arrastran una crisis terminal, o si protegen de manera explícita, abierta y millonaria los sectores agropecuarios internos, a los que Argentina y Brasil apuntan a entrar. Es decir, no importa si la estrategia es económicamente suicida.

Esto es lo que termina hilando todo. Se trata de proyectos de elites económicas, que necesitan hacerse del poder o conservarlo a partir de instituciones débiles. Esa es la premisa, pues gobernando en contra de los intereses de la mayoría de la sociedad no se puede permanecer mucho tiempo en el poder de manera democrática. Los aspectos políticos y económicos son dos caras de la misma moneda.

El proceso también deja en claro la necesidad de formular un nuevo proyecto económico inclusivo, sustentado en una política de desarrollo integral de las fuerzas productivas atendiendo de manera sustentable a las demandas de la población –de toda, no de una elite–. Pasar de un “neodesarrollismo” con innegables logros económicos y sociales pero con algunos problemas que terminaron debilitándolo, hacia un desarrollo económico y social más estructurado y claramente formulado. Simultáneamente, este salto en calidad requiere una organización política interna acorde y una coordinación regional decidida. Y, en ese contexto, una discusión de la utilidad de un proyecto de integración regional, que no debe centrarse en la apertura comercial sino en el despliegue de políticas concretas de infraestructura, de financiación del desarrollo, de potenciación de las regiones internas más postergadas, de superación de los bolsones de pobreza, además de retomar la necesaria ofensiva conjunta en materia de política internacional. Las características de la integración dependen del modelo de desarrollo. Eso debe empezar recuperando nuestra región.

* Investigador Idehesi-UBA/Conicet

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