Domingo, 25 de septiembre de 2016 | Hoy
MITOS ECONóMICOS › MODELO DE DESARROLLO
Por Andrés Asiain
Mauricio Macri suele resumir su modelo de desarrollo proyectando la utopía de convertir a la Argentina en el “supermercado del mundo”. El término refleja un aggiornamiento del “granero del mundo” que el liberalismo local construyó para responder a las críticas de los sectores industrialistas y populares. La estrategia de agregar valor a los productos del campo elude tanto las posiciones oligárquicas de un país desigual y excluyente basado en la venta de bienes primarios de escaso valor agregado, como la elevada ineficiencia y falta de competitividad de una industrialización a ultranza y carente de estrategia en el marco de la actual configuración de la economía global. Una industrialización inteligente que se apoya en nuestras ventajas competitivas para construir un país más justo pero con una base productiva que evite los desequilibrios económicos que generan las políticas distribucioncitas de los gobiernos populares.
La estrategia del supermercado del mundo está tan alejada del liberalismo como la más pesada de las utopías industriales. El proyecto liberal busca llevar los precios internos de las materias primas y la energía a su valor internacional. De esa manera, la ventaja competitiva en esos sectores es totalmente absorbida por el sector primario que ve incrementar sus rentas. Mientras, la industria local pierde cualquier beneficio competitivo en la utilización de energía y materias primas nacionales, ya que debe pagarlas a su precio internacional. Es más, dado que el flete de los bienes elaborados es más caro que el de las materias primas a granel, las industrias de alimentos cercanas a los mercados de consumo (tanto en el país como en el exterior) tienen ventajas sobre las de nuestras economías regionales.
Como botón de muestra basta ver el impacto que tuvieron las políticas del gobierno sobre los sectores que producen alimentos para el mercado interno. La elevación del dólar y la baja de las retenciones encarecieron los granos y oleaginosas utilizados como insumos para la elaboración de fideos, harinas, polenta, lácteos, pollos, cerdos, así como los arriendos y otros costos fijados a “valor soja”. El incremento del gasoil le dio un golpe adicional al encarecer el flete interno. Por su parte, la política de apertura importadora puso un límite a las posibilidades de trasladar ese incremento de costos a precios, ya que su encarecimiento por la suba del dólar fue menor que el de los costos internos (la diferencia está dada por la baja de retenciones, suba de gasoil y eliminación de trabas de importación).
A su vez, el volumen de ventas se redujo tanto por la pérdida de poder adquisitivo de la población (generada por el paquete de medidas) como por la mayor penetración de importaciones, resultando en una crisis de magnitud en los productores de alimentos internos. Para colmo, como el flete interno en camión es más elevado que el internacional en barco, nos convertimos en el supermercado del mundo pero de una manera opuesta, con las góndolas de nuestros supermercados llenas de productos del mundo.
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