Fakih vs. Cohen
Por Julio Nudler
Quizá todos los conflictos se resuman en uno solo, y cualquiera pueda reexpresarse en términos de otro. Así, la guerra incivil entre israelíes y palestinos puede reencarnarse en Manhattan como una disputa entre un millonario inmigrante libanés y un corredor bursátil judío. El grotesco pleito, que ya está en la Justicia criminal, con una demanda por 36 millones, y fue relatado crudamente en las páginas de The New York Times, refleja, bajo una luz particular, torvos aspectos del capitalismo financiero y especulativo.
Protagonistas de este litigio son Yusef Fakih y Michael Cohen, socio de Gruntal & Co. Aquel perdió más de medio millón de dólares en un año y medio, y acusa al segundo de habérselos hecho perder a propósito por ser él árabe. “No me gustan los mentirosos –aduce Cohen en una de las muchas conversaciones telefónicas que grabó el libanés–. Usted me mintió. Me dijo que era judío.” Y Fakih: “En otras palabras, de haber sido yo judío usted no me hubiera hecho perder”. “Mire, usted es lo que es –le replica Cohen–. Y, francamente, que usted haya perdido plata realmente no me preocupa.”
En su maquinación, Fakih se valió de Lazar Markowitz, un judío amigo suyo, quien se hizo pasar por un posible cliente de la firma Gruntal & Co. con U$S 3 millones para invertir. Markowitz logra que Cohen le diga que deliberadamente le hizo perder dinero a Fakih, comprando acciones que iban a derrumbarse, como Rambus Inc., y vendiendo otras que subirían. Cuando Markowitz, asombrado, le pregunta cómo conocía la futura evolución de esos papeles, Cohen le responde que posee “información especial”. Además, Cohen dice que no emplea corredores árabes “porque son demasiado estúpidos”.
Los abogados de Cohen aseguran que fue Fakih quien le sugirió hacerle todos esos comentarios a Markowitz, mencionándole que de ese modo lo conseguiría como cliente. Al parecer, Fakih también había inducido a Markowitz a pensar que él era judío. Todo esto es respaldado por el testimonio escrito de Gary Lipton, un amigo de los Cohen. ¿No será más sencillo poner de acuerdo a Sharon con Arafat?