BUENA MONEDA
Expectativas mínimas
Por Alfredo Zaiat
El extraordinario Carlos Sorín estrenó su nueva película El Perro, que vuelve a remitir a la Patagonia y a su anterior film, Historias mínimas, y recupera otra vez la belleza de las cosas sencillas. Ese rescate de relatos de vidas, pequeños, de inmensa sensibilidad, tiene una profundidad conmovedora. Deseos intensos aunque parezcan insignificantes. A veces, da la impresión que los funcionarios confunden reclamos básicos, observaciones menudas pero precisas, preguntas de sentido común con un film de historias mínimas. Y lo traducen en políticas de “expectativas mínimas”. También es cierto que en varias oportunidades los mensajes que reciben de la sociedad pueden ser contradictorios. Pero eso no implica que haya que traducirlos en una gestión de escasa audacia. Y ese comportamiento se revela con fuerza en el campo económico, a diferencia de la respuesta contundente, por encima de expectativas iniciales, en temas como derechos humanos, relación con los militares y, fundamentalmente, en la conformación de la nueva Corte Suprema de Justicia.
En ese sentido, un aspecto que merece un análisis más amplio está referido al vínculo con los organismos financieros internacionales y acreedores defolteados. El principal mérito que se le reconoce al actual equipo económico es que negocia con la contraparte. Esa virtud no es menor teniendo en cuenta la experiencia de los ‘90. Aunque vale aclarar que Domingo Cavallo también negociaba, despreciaba y maltrataba a la tecnoburocracia del Fondo Monetario, con los resultados conocidos. Por lo tanto, lo relevante es evaluar cómo se negocia, y no simplemente descansar satisfecho porque en la mesa de negociación hay una voz que se hace escuchar. Porque esa sería una reacción de “expectativas mínimas”, que reduce la exigencia sobre los funcionarios en relación a su gestión.
No es suficiente tener una postura de negociación con el Fondo para darse por cumplido, sino que resulta relevante acercarse a los resultados de esa tarea. Ese saldo tiene ciertos matices que relativizan ese estereotipo de dureza que el Gobierno se ganó en la city y también en círculos progresistas. El caso más evidente se presenta con el Presupuesto 2005, y en especial con la definición del nivel del superávit fiscal primario. Ese excedente es más elevado que el de este año, incluso ha sido retocado para arriba luego de la presentación que se realizó en el Congreso. Se ubica bastante cerca de lo que había soñado Rodrigo Rato durante su paso por Buenos Aires. Se sabe que para el Fondo, por su propia estrategia de negociación, nunca nada será suficiente debido a su política de ir corriendo el arco a medida que se satisfacen sus pedidos. Entonces no es una buena vía evaluar la firmeza o debilidad, el éxito o fracaso de una negociación por la irritación de un grupo de lobbistas que habitan una institución multilateral de crédito.
Puede ser que, luego de la crisis más importante de su historia económica reciente, Argentina no tenga mucho margen para hacer algo diferente a lo que está haciendo. Esto es: aumentar en forma considerable el excedente destinado a los acreedores. Pero si ese fuera el caso y no se pudiera conseguir algo mejor por las razones que sean (por la política de alumno bueno de Lula en Washington que aísla a Kirchner o por las presiones del G-7 o por cualquier otra), no queda claro cuál sería el beneficio de presentarse como rebelde para luego implementar la ortodoxia fiscal más contundente de las últimas décadas.
Se presenta así un país insólito, que registra obscenos excedentes de recursos en manos del Estado, que por inoperancia o por desidia no son gastados, al tiempo que se sigue girando dólares a los organismos financieros. De todas las peculiaridades que tuvo la crisis argentina, una no será fácil de explicar por aquellos que, pasados unos años, intenten contar esta turbulenta historia. Lo más increíble, alcanzando ribetes ridículos, se refiere a los millonarios pagos netos realizados a esos organismos desde la salida de la convertibilidad. A fin de año, luego de cumplir el compromiso de desembolsar unos 1400 millones de dólares al FMI pese a que el acuerdo está suspendido, la Argentina de la crisis, de la mitad de la población en la pobreza y elevadísima desocupación, habrá cancelado una cuenta con esos organismos, en concepto de intereses y capital, por la friolera de casi ¡10 mil millones de dólares!
Mientras tanto se sigue n acumulando excedentes, con la particularidad que esos ahorros no se obtienen solamente por el incremento de recaudación entre un mes y otro, sino porque también se verifica una contención del gasto de un período y otro. Lo que en algún momento puede aparecer como una virtud, como es el de tener caja y estar líquido, puede tornarse en defecto. Ese comportamiento sorprendente del aparato burocrático del Estado puede reconocerse, en otros motivos, en su ineficiencia luego de años de destrucción. Pero si el Estado no está capacitado para gastar, como queda demostrado en la subejecución presupuestaria de este año en áreas claves como Infraestructura, Desarrollo Social y Salud, una vía alternativa para hacer uso de esos recursos sería bajando impuestos. Y en ese camino la baja del IVA debería estar en primera fila, salvo que el Gobierno, en esa materia, se sienta cómodo descansando en la reposera de las “expectativas mínimas”.