Domingo, 26 de junio de 2005 | Hoy
BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
La economía ya ha recuperado todo lo perdido por la debacle con fecha de inicio agosto de 1998, cuando la recesión comenzó su largo recorrido de cuatro años. A partir de superar ese umbral, ciertos economistas empiezan a hablar de crecimiento. Todavía puede haber un pequeño margen de discusión referido a la brecha existente entre el Producto y el Producto potencial, desarrollado en un interesante apartado del último Informe de Inflación del Banco Central. Esto es: cuánto más tiene que avanzar la economía, con los actuales factores de producción utilizados plenamente, para poder alcanzar el máximo Producto para estos momentos. En ese trabajo, considerando una serie estadística larga (1980-2002) esa diferencia es de poco más de un par de puntos. El desafío, entonces, consiste en encontrar ahora la senda del crecimiento de mediano y largo plazo, no la de la recuperación que ya fue hallada. Se trata de un debate incipiente, que todavía no ha encontrado muchos adeptos, reacción que resulta comprensible por los efectos traumáticos de las crisis pasadas.
Daniel Heymann, economista de la Cepal, resumió esa situación en un interesante reportaje publicado el miércoles pasado en Ambito Financiero, al señalar que “después de los violentos ciclos por los que atravesó la economía argentina, se entiende que estemos todavía en la búsqueda de una tendencia definida”. Sin embargo, el debate sobre los condicionamientos y motores del crecimiento futuro y, con más precisión, sobre el desarrollo económico debería tener un poco más de rating, como reclamó el investigador Fernando Porta en una reciente presentación en el Foro de políticas públicas, organizado por Jorge Gaggero. Más aun cuando el ministro Roberto Lavagna convocó a lograr 98 meses consecutivos de crecimiento (ya están anotados 37). Y cuando desde los organismos financieros internacionales especializados en pronósticos errados, con eco en usinas locales radicadas en la city, sostienen que el Gobierno no tiene un plan económico. Serían más honestos si aquéllos afirmaran que no les gusta el actual rumbo y que, en realidad, cuando dicen que no hay programa es porque presionan por aumentos generalizados de tarifas, compensaciones a los bancos y más ajuste fiscal para destinar más dinero a los acreedores.
Volviendo al debate sobre desarrollo, Ga- ggero comentó durante la exposición de Porta que Néstor Kirchner, en el discurso de inauguración de las sesiones del Congreso el 1º de marzo pasado, detalló el núcleo principal del programa oficial: crecimiento sustentable, producción y empleo con justicia social. “En la visión presidencial, ese núcleo duro está constituido por cuatro ítem: la distribución del ingreso, las inversiones, la integración al mundo y la promoción de desarrollo tecnológico”, apuntó Gaggero, aclarando que esa enumeración “no supone necesariamente una opción política de nuestra parte; sólo se trata de una agenda de políticas”.
El informe de Porta propone debatir las perspectivas de largo plazo de la economía argentina, resumiendo la existencia de cuatro visiones luego de analizar 18 documentos de diversos orígenes: una neoliberal (Fiel, Fundación Mediterránea), dos neo-desarrollistas (una con base agraria y la otra, industrial) y una cuarta denominada “autárquica” (CTA y economistas de Izquierda).
Como bien señala Porta, se trata de una división “maniquea” de las propuestas, puesto que luego de analizar esos documentos existe un diagnóstico que es compartido por la mayoría. “Con matices –dice el investigador–, todo el mundo releva más o menos la misma problemática: la Argentina enfrenta desde hace mucho tiempo una trayectoria de crecimiento que no es sustentable y que, al mismo tiempo, implica también un déficit evidente de desarrollo.” Una de sus conclusiones es que el plan Kirchner-Lavagna queda encasillado en una de las versiones del neo-desarrollismo, aunque sin precisar a cuál de las dos pero que se puede inferir que está más cerca del industrial.
¿Qué significa hoy el neo-desarrollismo de base industrial? Porta responde: es una política “asociada a un fuerte crecimiento y diversificación del aparato productivo, para lo cual se requiere de un proceso de inversión sostenida. Esta propuesta se inscribe en las nuevas condiciones internacionales y supone entonces un esquema de aliento a la inversión en situaciones de mayor competencia de lo que el viejo desarrollismo de los ‘60 proponía”. Y precisa que “entonces aparece una preocupación no tanto productivista (como podía ser la desarrollista), como por la productividad y competitividad”. Porta explica que en esa política una de las principales fuentes de crecimiento se encuentra en el “fortalecimiento del mercado interno, pero complementado con un componente de exportaciones mayor al actual”, y la propuesta “supone una intervención fuerte de la regulación pública” con un Estado “que orienta el desarrollo económico fijando un set de incentivos y sosteniéndolo en el tiempo, puesto que es necesario intervenir sobre las capacidades asimétricas de acumulación”.
Esta descripción de la base económica del Gobierno permite estilizar el debate, ya que la bandera de “no hay plan” simplemente esconde el objetivo de impulsar fuertes transferencias de recursos hacia los sectores más concentrados de la economía. En cambio, conociendo la orientación de la propuesta oficial se habilita la puerta a una discusión más sincera. Debate que será crucial de aquí en adelante para saber si la economía ingresa en un sendero de crecimiento sostenido –como postula Lavagna– o si, en realidad, no se están generando las bases mínimas para no repetir esos ciclos recurrentes de caída y recuperación. Es momento de empezar a hablar de esta cuestión y olvidarse por un tiempo del FMI y sus lobbystas locales.
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