Domingo, 26 de junio de 2005 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Hay infinitas posibilidades de dividir en dos partes una superficie. Tome una hoja, y divídala por una línea. El área de una parte, fija la de la otra: si a una da una gran área, a la otra le toca una pequeña, y viceversa. El caso permite entender cómo se divide el valor agregado. En el capitalismo las decisiones de qué, cuánto y cómo producir las toman empresas particulares. De tales decisiones derivan qué materiales adquirir y cuántos puestos de trabajo ofrecer. Ninguna, sin embargo, tiene asegurada de antemano la colocación de todo lo que produzca, y a precios remunerativos: quiebran tantas empresas como se crean, y la acumulación de inventarios sin vender revela que ciertas previsiones no se cumplieron. Mientras el precio y la cantidad vendida –el ingreso bruto de la empresa– están sujetos a fluctuaciones, y pueden cubrir o no los costos de producción, y con ello arrojar ganancias o no, la contratación de factores productivos supone un pago no sujeto a fluctuaciones: este pago debe hacerse efectivo, más allá de la pérdida o ganancia de la empresa. Esta última no puede pretender obtener trabajo de un trabajador bajo la cláusula de remunerarlo o no, según el acierto o desacierto de las previsiones empresarias. Pues el trabajador vive de su jornal, con él lleva el pan a su casa, y no puede decirle a su familia: “hoy ayunamos: la empresa calculó mal y no obtuvo ganancias”. No se descubrió aún la forma de vivir sin comer. Como el salario es lo que le permite comer, es lo primero que se deduce del resultado bruto de explotación de la empresa. Lo que queda de ese resultado es una magnitud de tamaño y signo diverso (positivo, nulo o negativo) y retribuye la tarea empresarial. Lograr que esa magnitud sea aceptable depende del empresario, no del trabajador. Hace 50 años Prebisch aconsejó que las empresas debían ceder parte de sus ganancias para permitir salarios más altos. Desde la mitad de ese lapso transcurrido, la lógica natural se invirtió: la estatización de la deuda externa de las empresas (1982), significó mejorar sus ganancias con fondos del Estado, que no fueron a salarios. Al privatizarse las jubilaciones, de igual modo, se aseguraron ganancias a las AFJP en tanto a los jubilados del sistema de reparto se les prometió mejoras en caso de superávit fiscal. En la lógica invertida, a cada nivel de valor agregado, primero se deduce la ganancia y se da al trabajador el sobrante.
Buenos Aires era en el Siglo XVIII una plaza de contrabando, el que convertía al Virreinato en mercado de las manufacturas extranjeras. Esa actividad privaba al erario público de recursos y abortaba intentos de manufacturar nuestras variadas materias primas. Con tal motivo, Manuel Belgrano escribió en junio de 1809 un discurso donde condenó el contrabando. Veía al contrabando como competencia letal del comercio lícito: “A cualquier lado que dirijo la vista, miro al comercio abatido, pues que no tiene un camino por donde conducirse, y todos los impedimentos que cada vez más lo llevan al exterminio, sin que se nos asome la esperanza de un remedio pronto y eficaz que sostenga esta columna principal de la felicidad de la nación”. Condenaba el espíritu de codicia: “Mientras los honrados ciudadanos dedicados a tan noble carrera están aguardando las sabias disposiciones de nuestro supremo gobierno, otros, amparados del espíritu cruel de la codicia, hollando todas las obligaciones y respectos, corren precipitadamente al inicuo tráfico del contrabando, al parecer como empeñados en acabar y ultimar al comercio lícito, y con él acelerar la destrucción del Estado”. La extinción del comercio lícito se extendería a las demás actividades: “que debe perecer, si subsiste este tráfico vergonzoso contra la ley, no lo dudemos, y además perecerán todos los demás ramos de la utilidad pública de estas provincias, que reciben su sustento y permanencia de sólo el comercio”. Condenaba la concentración de riquezas: “Si es cierto, como lo aseguran todos los economistas, que la repartición de las riquezas hace la riqueza real y verdadera de un país, de un Estado entero, elevándolo al mayor grado de felicidad, mal podrá haberla en nuestras provincias, cuando existiendo el contrabando y con él el infernal monopolio, se reducirán las riquezas a unas cuantas manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria”. El contrabando introduce mercancías baratas. ¿Eso es beneficioso?: “es un error creer que la baratura de los géneros que tenemos traído por los contrabandistas sea benéfica a la patria: lo que a ésta conviene es que sus producciones tengan valor, aunque sean caros los efectos que se les vendan”. A la larga, el Estado perece: “Desengañémonos: jamás han podido existir los estados luego que la corrupción ha llegado a pesar las leyes y faltar a todos los respectos”.
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