Domingo, 26 de febrero de 2006 | Hoy
BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
En la vida hay dos cosas ineludibles: el pago de impuestos y la muerte (Benjamin Franklin, uno de los “padres fundadores” de los EE.UU., fines del siglo XVIII). Esta es una de las tantas frases y definiciones ingeniosas que introducen a cada uno de los capítulos de la imprescindible investigación “La cuestión tributaria en la Argentina. La historia, los desafíos del presente y una propuesta de reforma”, elaborada por Jorge Gaggero y Federico Grasso, del Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina (Cefid-Ar). Esa contundente afirmación tiene, en el caso argentino, la particularidad de que aquí se cumple sólo la segunda condición, puesto que la primera no ha tenido mucha intensidad a lo largo de su turbulenta historia. Pagar impuestos y que éstos recaigan sobre los sectores de mayor ingreso no es una característica de la cultura tributaria del país. Si existe algo en que coinciden economistas de una y otra vereda es que el actual sistema impositivo no es el mejor y que necesitaría algunos retoques. Obviamente que los cambios sugeridos son diferentes en las propuestas de unos y otros.
La reacción negativa de Néstor Kirchner a la información que daba cuenta de una comisión que trabajaría para elaborar una propuesta de reforma tributaria hizo recordar a Roberto Lavagna. A propósito, resulta asombroso cómo periodistas y medios de comunicación que lo han cortejado durante su gestión lo hayan ignorado cuando se difundió el crecimiento record del 9,1 por ciento del Producto en el 2005, siendo ese año parte de su trabajo al frente del Palacio de Hacienda. Resulta una señal que deberían anotar los actuales funcionarios entretenidos en internas palaciegas. Volviendo al tema impositivo, el ex ministro también salía al cruce con virulencia cuando le mencionaban la alternativa de realizar cambios en el régimen tributario. Lavagna sostenía que impulsar una reforma de ese tipo necesariamente implicaría quedar a merced de poderosos lobbies y que sería como abrir una caja de Pandora, sin saber cuál sería el resultado final. Advertía que se correría el riesgo de que el proyecto redactado por los técnicos sea finalmente modificado en el Congreso, abriendo baches que desvirtuarían la buena intención de la iniciativa. Y además aseguraba que inicialmente se perdería recaudación. Da la impresión de que Kirchner sí se acordó de Lavagna, sacudiendo un poco la estantería de Felisa Miceli.
Esa posición de Lavagna era de raíz conservadora, aunque no por eso no contiene algunos puntos a considerar, como el riesgo del accionar de los lobbies. Sin embargo, eso no implica que haya que archivar una reforma fundamental, puesto que un poco de audacia y el intento de ampliar los estrechos límites que surgen de las conocidas restricciones de política económica son elementos que van construyendo el camino para avanzar en un modelo que aspira a un crecimiento con equidad. También es cierto que una reforma no tiene que ser general sino que se puede iniciar paso a paso con capítulos fundamentales. Por ejemplo, en el impuesto a las Ganancias. Pero lo que se conoce por ahora es solamente un controvertido retoque en ese tributo que alcanza a los trabajadores en relación de dependencia.
Lo más probable es que se requiera un pequeño ajuste del mínimo no imponible de Ganancias para esos trabajadores, como también el aumento de deducciones. El economista Claudio Lozano indicó que se debería incorporar como parte de las deducciones el gasto en alquiler de una familia y el suplemento por zona, que suelen cobrar los trabajadores de regiones alejadas de la Capital como la patagónica. Sin embargo, resulta una exageración pensar que cambios en esa dirección forman parte de una lógica de mayor progresividad impositiva, como también señaló Lozano. En la columna de Marcelo Zlotogwiazda, que se publica en la presente edición de Cash, se realiza un detallado relevamiento de la escala salarial de los trabajadores de la denominada cuarta categoría. Con esas cifras se revela que una reforma como la que impulsa Hugo Moyano –que reúne adeptos en ciertos sectores del Gobierno, no así en el Ministerio de Economía– terminará beneficiando a los más “afortunados” al interior de un mercado laboral muy segmentado.
En realidad, ese capítulo de Ganancias no es el más importante en cuanto a la necesidad de impulsar modificaciones sino otro, que está exento del alcance de ese tributo, como el de la renta financiera y las ganancias de capital. La administración de un sistema impositivo debe buscar el objetivo de equidad tributaria y equidad económica. En el caso de la suba del mínimo no imponible probablemente se avance en ese último aspecto, dependiendo de la magnitud del ajuste para no terminar beneficiando a trabajadores de elevados ingresos. En cambio, resulta más controvertido con respecto a la equidad tributaria. Por otro lado, la liberación del pago de Ganancias en las utilidades obtenidas en el sistema financiero y bursátil, además de las conseguidas por la valorización del capital, no reúne ninguna de las dos equidades mencionadas.
En ese sentido, es un conveniente faro, en un debate que es importante comenzarlo, el documento de Gaggero-Grasso, que en el capítulo referido a Ganancias sostiene que “debe estructurarse un tributo de base amplia y global, con un mínimo de exenciones subjetivas (las que benefician a determinadas personas, físicas o jurídicas) y objetivas (las que alcanzan, de modo general, a operaciones u actos) que eviten los tratamientos diferenciados injustificados por tipos de rentas”. Esos investigadores afirman que “al incorporar una definición global del concepto de renta se eliminan las brechas que favorecen la evasión y la elusión”. Entre otras importantes consideraciones, destacan que “resulta indispensable, en un contexto de fuertes necesidades fiscales, la ampliación de la base imponible y la generalización del tributo, de modo de no perder recaudación”.
En sí, esto último apunta a no desmentir a Benjamin Franklin y que la muerte no sea lo único ineludible en la vida.
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