Domingo, 16 de julio de 2006 | Hoy
BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
Un inquieto investigador buscando artículos en diarios viejos encontró una perlita fantástica sobre los economistas pronosticadores. A fines de febrero de 1998 (Clarín, 20/02), el grupo Pérez Companc contrató al gurú de moda de ese entonces, Rudiger Dornbusch, el eminente economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, por “apenas” 40 mil dólares para que brinde una charla exclusiva a sus principales ejecutivos. Reunidos en un salón reservado del Hotel Intercontinental, Dornbusch, el mismo que tres años después propuso una “intervención” tecnocrática internacional para manejar la crisis argentina, ofreció su visión de las perspectivas del país y de la región. Les dijo que la Argentina marchaba en la buena senda, del mismo modo que el resto de la región. Y cuando le tocó hablar de Brasil se mostró optimista en que no había que esperar una devaluación del real. Como se sabe, Brasil devaluó y la Argentina marchó sobre la senda del infierno.
Aunque la palabra de esa secta de economistas también se ha devaluado en los últimos años, aún sigue teniendo influencia en la definición de debates que importan más a los sectores de poder –en los hechos, sus empleadores– que a la mayoría que trata de comprender la actual dinámica de la economía. Resulta interesante recorrer las piruetas que realizan para explicar un proceso económico que no comparten, adaptando y recreando conceptos a medida que van fallando sus modelos de análisis.
Esos tropiezos los tienen con la evolución de los precios, que los ha descolocado en más de una oportunidad. No pueden o no quieren avanzar sobre la estrecha idea que tienen de que la inflación es fundamentalmente una manifestación de desequilibrios en el frente monetario. Por lo tanto, realizan análisis sesgados y proponen, entonces, políticas equivocadas. El economista Mario Damill, profesor de Macroeconomía de la Facultad de Ciencias Económicas (UBA) y reconocido especialista en esa materia, escribió en La Gaceta (publicación de esa casa de estudio, de mayo 2006) que “la inflación es como cualquier hecho social, un fenómeno complejo y cambiante. Una jirafa se parece bastante a otra jirafa, pero distintos procesos inflacionarios pueden ser muy diferentes entre sí, tanto en una comparación entre países cuanto en distintos momentos históricos en una misma economía”. Por ese motivo, insiste con que “la inflación es un fenómeno históricamente determinado, no es siempre igual, (entonces) varían los factores de impulso inflacionario, los mecanismos de propagación, los modos de hacer expectativas y pactar contratos”.
No hay una receta única, permanente e infalible como quieren hacer creer los pronosticadores de la city. Cuando estalló la convertibilidad y los precios se dispararon la propuesta era el torniquete fiscal y monetario. Después, cuando se logró la estabilización sin ese plan, el consejo fue dejar caer el dólar para evitar la importación de inflación. Frente al poco eco que tuvo ese intento por inconsistente, arremetieron con la inutilidad de los acuerdos de precios para controlar las expectativas. Y otra vez fallaron. Pero ellos tienen la virtud de la perseverancia. Ahora empezaron a jugar con la definición de precios libres y regulados, diferencia que revelaría que existe una inflación reprimida por la intervención “autoritaria” del Gobierno.
Todo concepto encierra una posición ideológica que, en algunas ocasiones, no es evidente. Por caso, “precios regulados” también podría definirse como “precios de monopolios”. O “precios libres” como “precios abusivos”. Cómo se utilizan las palabras es importante.
Ante el relativo éxito de los acuerdos de precios, esos gurúes sostienen que esos convenios están acumulando profundas distorsiones que terminarán explotando. Es decir, pronostican que habrá una corrección de los precios generando una inflación mayor. Se trata de una exageración, como esos escenarios apocalípticos que adelantaban y nunca se concretaron. “Aumentan las distorsiones en los precios relativos”, alarman. Y si fuese al revés la cuestión: que la intervención del Estado en mercados imperfectos resulta necesaria e imprescindible para amortiguar distorsiones que vienen de arrastre. Es evidente que esa injerencia no es neutral. El caso más claro fue en el mercado de la carne con la suspensión transitoria de exportar. En el primer semestre, el precio de la carne cayó 0,9 por ciento, cuando había aumentado 9 por ciento en el mismo período del año anterior. Esto impactó significativamente en el rubro Alimentos y Bebidas, que durante la primera mitad del año desaceleró 5,0 puntos porcentuales anuales, pero que si se excluye la carne ese proceso es de sólo 0,4 puntos. En el índice general, la caída de la carne restó 2,4 puntos porcentuales anuales, según detalla un informe de Estudios Económicos del banco BBVA.
Esas cifras permiten una interpretación más pulcra del actual movimiento de precios. Las empresas contabilizan rentabilidades elevadas, superiores a las registradas durante la convertibilidad y un poco menores –por aumentos de costos– a las anotadas en los dos primeros años posteriores a la devaluación. Los acuerdos de precios afectan en forma lateral esa tasa de ganancia. Basta con recorrer en detalle la evolución de los relevamientos del Indec en el rubro Alimentos y Bebidas –como lo hizo el documento del banco BBVA– y comprobar que excluyendo la carne el promedio casi no se ha desacelerado en lo que va del año. Esto ha sido así porque las empresas han aplicado aumentos en bienes excluidos de los acuerdos, lo que habría compensado la política de intervención del Estado.
La consultora Ecolatina, fundada por el ex ministro Roberto Lavagna, señaló en su último informe que “la primera batalla –contra las expectativas inflacionarias– está prácticamente ganada; no obstante la guerra contra la inflación aún requiere de mucha atención”. Los índices de precios seguirán molestando más o menos, según el resultado mensual que informará el Indec. Pero la explicación más lineal del actual movimiento de precios es que el crecimiento económico es muy fuerte. Aumento del Producto que está impulsado por el alza del consumo privado, público, la inversión y la demanda externa. O sea, todos esos motores están empujando con intensidad el carro de la economía. Además, este año se agregaron los servicios.
La inflación –y la batalla para controlarla– seguirá siendo entonces motivo de tensión política con el mundo empresario si la economía continúa en un sendero de crecimiento sostenido. Las distorsiones aparecerían, en realidad, si se frena la recuperación.
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