Domingo, 20 de agosto de 2006 | Hoy
BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
La ansiedad, a veces, no es un buen camino para conseguir resultados, más aún cuando éstos requieren de la capacidad de diseñar con cuidado una estrategia que apunte al mediano y largo plazo y no a golpes efectistas de corto. No se trata de una debilidad exclusiva del oficialismo, sino que, en estos días, ha quedado en evidencia en un universo más amplio. Uno de esos casos, sorprendente por el personaje y porque durante su paso por el gobierno siempre despreció a aquellos que se dedicaban a pronósticos de catástrofes, fue el de Roberto Lavagna. En un reciente reportaje, el ex ministro afirmó que “la inversión va a comenzar a caer con fuerza a fines del año próximo y eso afectará el crecimiento”, estimación sin otro sustento que el de apelar a la recordada política perversa de Cavallo: transmitir miedo a la sociedad para presentarse como el garante de la tranquilidad y el progreso. Lamentablemente, ya se sabe cuál fue el saldo de tan edificante estrategia, camino que era desconocido para quien se ha presentado siempre como un crítico de ese tradicional comportamiento autodestructivo de la clase dirigente argentina. También apeló a ese falso latiguillo de “la imagen” que él no se cansaba de batallar siendo el jefe del Palacio de Hacienda. “Hay que eliminar la mala imagen que está proyectando el país hacia afuera”, sentenció como apurado por sus comienzos en la lucha electoral e imitando a esos gendarmes de las buenas costumbres que hacen gala de su ignorancia.
Ese tormento por buscar el impacto inmediato y obtener así el resultado anhelado lleva a cometer errores o construir un cuadro de situación alejado de la realidad. Lavagna lo estará padeciendo porque piensa que está rodeado de conspiraciones en su contra, mientras que los economistas de la city lo exponen por indoctos o por mercenarios abonados de billeteras cargadas de sectores del poder económico. Hay bastantes asignaturas pendientes que carga en la mochila el esquema del dólar alto, pero no son, precisamente, las que la ortodoxia reclama, puesto que ésas ya han sido saldadas. Se trata, entonces, de un tramposo diálogo de sordos con el Gobierno, que resulta funcional a la estrategia oficial y que, en los hechos, es una manifestación de la discusión que se está desarrollando por la hegemonía política, que, por cierto, no es poca cosa. Pero esa puja es sobre el poder, no sobre la orientación de la economía.
Ese apresuramiento de los gurúes por adelantar la debacle, los apagones; por pontificar sobre la ausencia del milagro argentino, la escasez de inversiones; por acomodar malabarismos conceptuales respecto de la inflación; y por asegurar que se está reduciendo el superávit fiscal y que es inminente una crisis en las provincias los termina desacreditando dado que las variables macroeconómicas que se conocen mes a mes terminan descolocándolos una y otra vez. También han quedado en una posición incómoda la ministra Felisa Miceli, y su subordinado en la estructura burocrática pero par en la esquema de poder kirch-
nerista, el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, con el tema de los alquileres y el acceso a la viviendo propia.
Ese atolondramiento por dar respuestas veloces a problemas complejos, en general, termina en frustración por la expectativa creada de brindar soluciones y la posterior desilusión de sólo poder ofrecer, en el mejor de los casos, facilidades crediticias para un pequeño sector de los involucrados. Más allá del bienintencionado proyecto de Moreno de convertir al inquilino en sujeto de crédito, el plan presentado la semana pasada resulta irrelevante si el tema en cuestión son los alquileres. La buena voluntad es un motor importante en la tarea de buscar soluciones, pero es insuficiente para abordar casos sensibles, como lo es el de la vivienda. La dificultad en el acceso a la casa propia y, por extensión, el costo del alquiler es la manifestación más cruda y salvaje de las reglas de funcionamiento del mercado. En pocos bienes tan sensibles como la vivienda el mercado asume su rostro más implacable. La imprescindible intervención del Estado en ese conflictivo terreno de propietarios e inquilinos no debería ser impulsiva para sacar el tema de los principales titulares de los diarios. El reciente anuncio de flexibilización en las condiciones del crédito hipotecario –extendiendo el financiamiento al ciento por ciento para préstamos de hasta 200 mil pesos, y del 90 por ciento para líneas de hasta 300 mil– ha sido una modificación de una resolución del Banco Central. Demasiado poco para pensar que se avanza en ese terreno resbaladizo de los alquileres. La otra medida referida a la devolución anticipada del IVA para construcciones destinadas a viviendas de alquiler está pensada para un mercado que hoy no es el argentino. La construcción no necesita de incentivos fiscales para avanzar, como lo reflejan las cifras record que mes a mes van quebrando esa actividad: en el primer semestre de este año avanzó un impresionante 21 por ciento respecto del mismo período de 2005. Gran parte de los compradores de las unidades construidas son inversores que, ante el escaso atractivo de otras opciones financieras, buscan conseguir una renta con el alquiler de esa propiedad.
Es probable que esa flexibilización de las exigencias crediticias facilite la posibilidad de comprar una casa en zonas donde las propiedades hasta ahora no recuperaron el valor en dólares, como sí sucedió en el cordón norte del área metropolitana. Pero también es cierto que ese incentivo de la demanda hará subir el precio en esas zonas rezagadas. Se volverá, entonces, al punto de partida y reaparecerá la principal dificultad y raíz de la distorsión de ese mercado: la relación cuota/ingreso en los créditos por la disparada en dólares de las propiedades versus la lenta recuperación de los salarios. Como un subsidio a la tasa de interés es un despropósito por su imprevisible costo fiscal y porque sería una exageración colaborar en las ya fabulosas utilidades de la banca –en el primer semestre acumula una ganancia de 1800 pesos, el mismo monto contabilizado en todo el año pasado–, el plan presentado esta semana quedará simplemente como dato positivo de que en el Gobierno les preocupa el tema. Si es así probará que con esas medidas el funcionamiento libre del mercado no podrá solucionar el problema de la vivienda, entonces deberá asumirlo como parte de una agenda social y no como un apéndice de una lógica financiera. Y se enfrentará a que las situaciones complejas no se resuelven con ansiedad y, menos aún, si ésta es alimentada por la maquinaria mediática.
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