Domingo, 24 de junio de 2007 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
La foto, la película y la tendencia son tres formas de abordar el análisis de determinados procesos de la economía. Privilegiar sólo una de ellas provoca un estudio incompleto y, según la intencionalidad del expositor, puede derivar en interpretaciones equivocadas. La exagerada politización en las crónicas sobre el comportamiento de variables relevantes genera demasiado ruido en la evaluación de la dinámica socioeconómica. Puede ser que el clima electoral de este año haya intensificado ese estilo en voceros del Gobierno y también de la oposición, contrapunto que es necesario para revitalizar el debate pero que, en algunos casos, fecunda distorsiones sobre la lectura de la realidad. Para acercarse, al menos, a una comprensión un poco más rigurosa de los últimos datos oficiales de distribución del ingreso por brecha y Coeficiente de Gini, lo que no significa la clausura de polémicas ni la negación de otras visiones, resulta necesario sumar tanto la foto, la película y la tendencia en el análisis.
La foto. La brecha de ingresos (medio per cápita familiar) entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre fue de 30 veces en el primer trimestre de este año. En igual período del año anterior era de 36. Con la metodología que rescata Artemio López –que también tiene deficiencias como las que él observa de la aplicada por el Indec–, la brecha de perceptores per cápita disminuye de 29,6 a 28,6 veces. Al tomar el Coeficiente de Gini, la mejora fue de 0,494 a 0,490 (más cerca de cero es una situación mejor en la distribución) en la comparación anual entre esos trimestres.
La película. Esas cifras de distribución de ambos indicadores las ubica en niveles similares a las registradas en 1996. Una lectura lineal concluiría que se está en presencia de un panorama igual que en la convertibilidad. Sin embargo, pese a lo que muestran números iguales (0,49 Gini y 30 de brecha) la sucesión de tomas que construyen el film permite observar la divergencia de una y otra historia. Los datos de mediados de la década del noventa fueron el piso de un trayecto futuro de empeoramiento de la distribución en un modelo de destrucción de puestos de trabajo, exclusión social y caída del salario real. El recorrido desde entonces hasta el estallido de la convertibilidad fue de ampliación de esa brecha hasta el máximo de 58 veces en el 2001, y de salto del Gini a 0,55 en marzo de 2002. En cambio, en el actual proceso el sendero de esos dos indicadores es el opuesto, descendiendo con leves serruchos, comportamiento asociado a un muy fuerte crecimiento económico con generación de empleo y mejora del salario real. Incluso un reciente informe de la CTA, coordinado por el economista Claudio Lozano, muestra esa mejora, al desagregar el indicador de distribución, concentrándose en la participación de la masa de ingresos de los sectores populares (ocupados sin patrones, registrados y en negro, planes de empleo, jubilados y fondos desviados a AFJP) en el PBI corriente: pasó de 23 por ciento (octubre 2002) al 28,2 por ciento (cuarto trimestre de 2006). Si la comparación se realiza con respecto a octubre 2001, como diseñó Lozano ese cuadro en el informe, el resultado es desfavorable, con una participación de 32,5 por ciento en ese registro. La caída al año siguiente se explica por el efecto devastador de la devaluación descontrolada de la administración Duhalde, que el actual ciclo de crecimiento aún no ha podido recuperar.
La tendencia. Esta es la fase del análisis más compleja y controvertida, a la vez que es la más interesante. El Ministerio de Economía conducido por Felisa Miceli difundió un informe sobre los últimos datos de distribución donde concluye que “la política económica contempla en cada una de sus decisiones los efectos sobre la igualdad y la inclusión social y no espera un efecto derrame natural”. En cambio, Lozano sostiene en su crítico documento que “la Argentina actual presenta un complejo cuadro de situación donde el proceso de crecimiento económico se asienta en un profundo problema de desigualdad en la distribución del ingreso”.
Resultan un interesante debate esas dos posiciones que se presentan en el área de lo que se denomina heterodoxia (se sabe, la ortodoxia cuando manifiesta preocupación por los pobres recomienda la necesidad de subir tarifas, disminuir subsidios, no aumentar jubilaciones y bajar el gasto público). Miceli & equipo y Lozano & equipo no están muy lejos en la cosmovisión del mundo que tienen, pero cada uno enarbola una interpretación bastante diferente sobre el actual proceso en materia distributiva. Se presenta como obvio si se considera que ella es funcionaria del Gobierno y él trabaja en la construcción de una opción política alternativa. En esos roles encapsulados, uno y otro pierden la virtud de los matices de una cuestión tan relevante.
Por un lado, la administración Kirchner descansa en exceso en el “efecto derrame” de un crecimiento a tasas elevadas, postergando iniciativas que aportarían a desarrollar un contexto económico que favorecería una mejor distribución del ingreso. Por ejemplo, una reforma tributaria gravando las ganancias de capital y la renta financiera, o una política más amplia de cobertura social vía asignaciones familiares. Por su parte, Lozano relativiza la importancia de los cambios producidos en materia de distribución al interior del universo relevado, además de no considerar el impacto favorable de la moratoria y reforma previsional. Divididos por deciles de ingresos (cada 10 por ciento de población), los sectores ubicados entre el 4 y el 7 –la denominada clase media y media baja– han estado mejorando su posición relativa por encima del resto desde 2005, lo mismo que los registrados en el 8 y 9 –clase media alta–. La población ubicada en los deciles 1, 2 y 3 –indigentes y pobres– han contabilizado muy leves avances. Y la punta de la pirámide (el decil 10) ha tenido una tendencia declinante. Esa heterogeneidad en la distribución merece ser evaluada porque brinda interesantes elementos para la comprensión del actual proceso económico como también del político.
En cuestión de distribución, los indicadores tradicionales tienen varias debilidades metodológicas y, por ese motivo, las inequidades en el reparto de la riqueza debería discutirse en un plano más complejo. En esa instancia, lo que debería estar en debate es la configuración de la relación capital-trabajo en el presente modelo de crecimiento, determinado por las condiciones de producción y los mecanismos de asignación del excedente. Se entenderá así la tensión inflacionaria, por ejemplo, como una de las principales manifestaciones de esa puja. De ese modo, tanto la foto como la película del análisis de la distribución del ingreso no estarán fuera de foco.
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