Domingo, 25 de noviembre de 2007 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
Como el caso del Indec ya se ha transformado en una patología de este gobierno, la colaboración de especialistas de la medicina puede ayudar a describir la enfermedad que padece el Instituto. La gangrena es el diagnóstico coincidente de observadores incrédulos sobre el deterioro de la salud del organismo encargado de elaborar estadísticas. Según explican los médicos, la gangrena es el decaimiento o la muerte de un tejido fino del cuerpo debido al flujo restrictivo de la sangre y la subsiguiente invasión de bacterias. Esa infección se puede desencadenar después de haberse producido una herida o una lesión grave. La gangrena se puede expandir gravemente en pocas horas, y destruir piel y músculos y, en situaciones extremas, provocar insuficiencia renal, shock, delirio y muerte. En algunos casos es necesario amputar un miembro para evitar una infección generalizada. El bochorno del último informe sobre la tasa de desempleo del tercer trimestre es el síntoma más evidente de la extensión de la enfermedad. Presentar un indicador sin haber realizado el relevamiento de casi el 65 por ciento de la encuesta y ofrecerlo a la sociedad como un índice confiable refleja el deterioro creciente del Indec.
En defensa del responsable de ese desastre, en declaraciones radiales, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, ubicó el problema en su justa dimensión: “En el peor de los casos, lo que se está discutiendo no es la honorabilidad de (Guillermo) Moreno sino la calidad de su gestión”. Es, precisamente, la gestión del secretario de Comercio que a lo largo de este año ha demostrado una ineficacia intacta. Fernández también señaló a favor de Moreno que “muchas veces los críticos que lo cuestionan por sus modos, en el fondo lo cuestionan por intereses particulares”. En realidad, hace bastante que los sectores más concentrados de la economía dejaron de censurarlo por su particular forma de expresarse. En un artículo publicado en esta misma columna (“Los modales”, 15 de octubre del año pasado) se decía: “La forma y el estilo de Guillermo Moreno, el secretario de Comercio Interior encargado de los relativamente exitosos acuerdos de precios, genera desagrado en el mundo de los negocios y en gran parte de los analistas. Los modales son la carta de presentación en cualquier instancia de vínculos interpersonales. Y el funcionario no se preocupa en cuidarlos; más bien trata en lo posible de alimentar su figura de maleducado, sobreactuando en los diálogos-órdenes con el interlocutor de turno. No busca ser simpático y puede ser que no tenga por qué intentarlo si su objetivo es mantener cierto control en los precios. O sea, en ese lado del mostrador se ubica un personaje de comportamiento desagradable y hasta intolerante con la misión de mantener la inflación anual en un dígito. Ahora bien: ¿quiénes descansan del otro lado del mostrador?”.
Hoy, la cuestión no pasa por los modales sino por la gestión de Moreno, que ya no es criticada por las empresas, y sí padecida por consumidores y trabajadores del Indec. Puede ser que sea un eficiente colaborador del presidente Kirchner, pero su actual desempeño no está ayudando mucho al Gobierno. Esto no implica que su fracaso en contener los precios a lo largo de este año lo invalide a estar en otro espacio del poder estatal (por ejemplo, Enarsa), posibilidad que pone nervioso a cierto sector del establishment energético acostumbrado a establecer vetos a funcionarios. (A propósito de esa costumbre de imponer vetos, para gran parte del mundo empresario y mediático la denuncia del diputado Héctor Recalde fue destacada porque provenía de un hombre cercano a Hugo Moyano –para descalificarla– y porque así se estaba avanzando en leyes supuestamente antiempresas, dejando en un lugar secundario que se trataba de una corrupción gigantesca propuesta por un sector dominado por una multinacional francesa.)
En los hechos, la labor de Moreno en este año fue una sucesión de fiascos.
Acuerdos con supermercados: pese al anuncio, no se efectivizó la lista de 300-400 productos rebajados, ni la disminución del 5 por ciento en todos los bienes en góndolas una semana antes de las elecciones.
Intervención del Mercado Central: disminuyó la oferta en ese canal de distribución y comercialización, aumentaron los precios de las frutas y las verduras y se presionó con patotas a puesteros y cooperativas, el eslabón más débil de esa cadena.
Prepagas: fracasó el sistema de co-pagos, subieron las cuotas este año y habrá otro ajuste del 25 por ciento promedio para empezar 2008.
Intervención del Mercado de Hacienda: la fijación de precios de referencia desarrolló el mercado negro de la carne, que ubicó los valores de los cortes varios escalones por encima, nivel que quedó luego de liberar el funcionamiento de ese centro concentrador.
Acuerdos de precios de alimentos: se desarmaron los relativamente exitosos de 2006 sin nada a cambio y sin diseñar una estrategia de seguimiento de costos e intervención profesional en mercados dominados por oligopolios.
Colegios privados: pese a los convenios firmados, las cuotas adicionales y el futuro ajuste para el próximo ciclo lectivo implicaron un fuerte incremento en el valor de los aranceles mensuales.
El precio de las naftas: más allá de los comunicados formales, las petroleras, con o sin el consentimiento de Moreno, aplicaron antes de las elecciones pequeños ajustes, para después de los comicios iniciar una sucesión de aumentos hasta alcanzar un alza promedio del 30 por ciento.
Indumentaria: cada cambio de estación pone en evidencia la escasa efectividad de los pactos acordados con los industriales del sector.
Indec: la demolición del instituto de estadísticas empezó por una cuestión metodológica por los rubros Turismo y Atención Médica, que se terminó extendiendo a los indicadores IPC, IPC Nacional, Servicios Públicos, Pobreza e Indigencia, y ahora a la Encuesta Permanente de Hogares. Además se hizo habitual la presencia de matones en el organismo y la persecución a trabajadores rebeldes.
No es una cuestión de los modales o la figura de Moreno. Se trata de la deficiencia de una gestión que dejó de afectar los intereses de sectores acostumbrados a tasas de ganancias exorbitantes. Y cada paso que avanza extiende la infección con una efectividad de la que carece para controlar los precios. Como la gangrena, diagnosticaría una junta médica.
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