BUENA MONEDA
Simulaciones
Por Alfredo Zaiat
Pasó desapercibida entre tantas frases y actos de la campaña permanente. Fue una de las definiciones económicas más clara y contundente de los últimos tiempos, teniendo en cuenta que provino de la máxima autoridad política. Néstor Kirchner afirmó que no se puede seguir simulando que se paga una deuda que es impagable. Y de eso se trata, precisamente, la negociación con el FMI y su derivación natural en la renegociación de la deuda en default. En fin, de una simulación. Como se sabe, el discurso es más sencillo que la práctica admitiendo, además, que la Argentina está más sola que nunca en la relación con los organismos multilaterales y acreedores externos ante la política de “chico bueno” de Lula en Brasil. Resulta interesante retroceder unos años para recordar que la historia hubiese podido ser otra con la deuda. Liderados por la Argentina y Colombia, los países deudores de América latina se habían convocado en junio de 1984 en la ciudad colombiana de Cartagena con el objetivo de formar un club de deudores para negociar en bloque con el comité de bancos acreedores. Con el apoyo del FMI y los acreedores, liderados por William Rhodes, del Citibank, quebraron lo que se conoció como Consenso de Cartagena, integrado por once países endeudados de la región. La estrategia fue refinanciar rápidamente las deudas más abultadas, las de México y Brasil, naciones que aceptaron el trato, desactivando y dividiendo así el bloque de deudores. El “disciplinamiento” del mercado a Lula se asemeja bastante a esa experiencia fallida.
En el complejo proceso de negociación de la deuda en default se pone en juego “simulaciones” sobre el comportamiento futuro de múltiples variables con el objetivo de estimar la capacidad de repago de la economía. En un atractivo documento, presentado por el economista Jorge Gaggero en la última jornada de reflexión del Plan Fénix, se plantea el dilema clave de este gobierno, resumido en “deuda pública y ajuste fiscal: simulaciones vs. realidad”. Los acreedores externos aspiran a que el nivel de superávit primario, por lo tanto, las sumas aplicadas al pago de los servicios, sea el máximo posible. “Como toda erogación que se destina al exterior tiene nulo (o mínimo) impacto directo en la actividad económica interna -recuerda Gaggero–, el interés del Estado argentino sería el inverso: minimizar las transferencias, dentro de los límites que marca la convivencia internacional”.
Este último aspecto abre un abanico muy amplio de interpretación sobre lo que se considera “buenas relaciones globales”. Gaggero se concentra en el modo particularmente sesgado que esa cuestión es presentada por el neoliberalismo. Sus voceros –puntualiza el economista– han generalizado la expresión “volver al mundo”, retorno que se materializaría “si y sólo si” se define rápidamente un arreglo totalmente satisfactorio para los acreedores. En rigor, señala con claridad Gaggero, “el país nunca se fue del mundo sino que su sector público, se vio obligado a incumplir por un tiempo, con el servicio de una porción equivalente a poco más del 40 por ciento de la deuda”. El 60 por ciento restante continuó siendo pagada, precisó.
Gaggero, que integra ese grupo de economistas talentoso –que existen, aunque usted no lo crea– que no aparecen en los medios masivos de comunicación, ilustra que el default argentino en perspectiva histórica no es tan devastador como se lo presenta. Cuando el Reino Unido –explica– se vio obligado a abandonar el régimen de “patrón oro (en 1931) la devaluación subsecuente sólo le permitió al Banco de Londres (su banco central), en una primera etapa, mantener el servicio del 50 por ciento de las obligaciones externas de la nación. Porcentaje más bajo que el honrado por la Argentina luego del estallido de la convertibilidad, teniendo en cuenta que el Reino Unido era entonces el centro financiero del mundo, mientras Buenos Aires durante los ‘90 fue una plaza financiera marginal.
No se trata, entonces, de volver al mundo cuando nunca se ha partido, llama la atención Gaggero, sino que es necesario superar esas “simulaciones” para poder acercarse a un modo realista al desafío de renegociar la deuda en default.