EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Tontos o locos
Los economistas son seres humanos. ¡Vaya novedad! Buena sería que
fuesen marcianos, o robots. Lo que se quiere subrayar es que no son superhombres,
y por lo tanto están sujetos a padecer los déficit que aquejan
a un sinfín de personas, y en particular aquellos que no se reflejan
en síntomas fácilmente reconocibles por el común de la
gente. Algunos pueden ser aquellos que Ingenieros llamaba “simuladores
de talento”. De hecho la mayoría de la gente manifiesta tener la
fórmula para resolver las dificultades económicas que aquejan
a los argentinos. Otros desestiman el aporte técnico que pueden ofrecer
los economistas, diciendo “el problema económico es demasiado complejo
como para dejarlo en manos de los economistas”, y sustentan su opinión
en algún dicho ocurrente de un autor que jamás leyeron. Tales
actitudes son inofensivas, mientras quienes las expresan no alcancen posiciones
como para llevarlas a la práctica. Pero ¿con qué filtro
cuenta la sociedad para evitar el acceso a ciertos cargos de personas con desequilibrios
o propensiones no visibles? Si a un colectivero debe practicársele un
examen psíquico para garantizar que no ponga en peligro la vida de la
gente que transporta ni la de quienes eventualmente se crucen por el camino
del rodado, ¿cuánto no habría que practicarle a quienes
tienen en sus manos las vidas de muchos más que los que viajan en un
simple colectivo? ¿O no es asesinato la muerte de niños por desnutrición
en el país de los alimentos, o la muerte de ancianos por abandono sanitario
en el país de los médicos y los abogados, o la muerte por desaparición
de sus ahorros bancarios, en el país de la clase media? ¿O no
es una variedad de la locura –la mitomanía– la propensión
de la clase política a mentir? ¿O no es paranoia el delirio de
grandeza de algún presidente que declaraba su gestión como la
más exitosa de la historia argentina, o algún ministro de economía
que se publicitaba en las revistas del establishment como el “mejor del
mundo”? Un simulador de talento, o un desequilibrado, pueden creer que
arreglan el problema de la deuda externa declarando la cesación de pagos,
o el pánico bancario poniendo un corralito, o convirtiendo los depósitos
en dólares a depósitos en pesos a una tasa arbitraria. Actúan
como chapistas inexpertos, que pretenden eliminar una abolladura de un auto
martillándole encima, sin ver que desajustan el resto de la chapa.
Ni de aquí
ni de allá
No es infrecuente ver sembrados en la historia a personajes nacidos en lugares
distintos de aquellos en que descollaron. El primer presidente argentino era
boliviano, nacido en Potosí. Nuestro mejor cantor popular era francés,
nacido en Toulouse. La campaña contra los indios de Buenos Aires fue
encabezada por un ex coronel prusiano nacido en Munich. La primera escuadra
argentina fue confiada a un irlandés nacido en Foxford. Un corsario francés
nacido en Saint Tropez rompió el cerco español a Buenos Aires
en 1811. Tales situaciones especiales fueron fruto, unas veces, de corrientes
migratorias, otras de estancias circunstanciales como las del cuerpo diplomático,
y otras a los cambios de bandera a que se han visto sujetos algunos países.
Entre los economistas argentinos, por ejemplo, José Antonio Terry, ministro
de hacienda de tres presidentes y eminente catedrático de Finanzas Públicas
en la UBA, nació en Bagé, Brasil, por hallarse circunstancialmente
su familia allí. Emilio Lamarca, sucesor de Vicente Fidel López
en la cátedra de Economía Política de la UBA, nació
en Valparaíso, Chile, y estudió sucesivamente en Inglaterra y
Alemania, debido a las tareas diplomáticas de su padre. En el orden internacional,
el fundador de la Escuela de Viena, Carl Menger (1840-1921) no era vienés.
Había nacido en Neu-Sandez, Galizieu, Polonia, que en aquella época
formaba parte del imperio austro-húngaro. Vilfredo Pareto(1848-1923),
continuador de Walras y líder indiscutido de la escuela matemática
italiana, nació en París, hijo de Raffaele Pareto. Francesa su
madre, en su casa no se hablaba italiano, idioma que adquirió en la escuela.
Recién a los trece años se mudó a Florencia, entonces capital
de Italia. Su producción fue bilingüe, alternándose sus contribuciones
entre el francés y el italiano. Otro caso es el de Evsey David Domar,
o Domashevitsky (1914-1997), uno de los creadores de la teoría del crecimiento
económico por su modelo de 1946, similar, pero concebido con independencia
del publicado por Harrod en 1939, hoy conocido como modelo de Harrod-Domar.
Este último nació en Lodz, entonces Rusia y actualmente Polonia,
pero se crió en la Manchuria, entonces Rusia y actualmente China, adonde
estudió en la Facultad de Derecho de Harbin, hasta que, abrumado por
tantas nacionalidades, en 1936 se mudó a California y cambió el
derecho por la economía.
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