Domingo, 5 de junio de 2005 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Encabezamos largas listas de hechos deshonrosos: uno de los países más corruptos, donde la gente confía menos en el prójimo, el que más sida pediátrico registra. Y encabezamos la lista de muertos en accidentes de tránsito: 30 al día. No extraña, viendo qué y cómo circulan algunos rodados. Con la crisis muchos cambiaron de hábitos: se abandonó el peluquero, se colgó el traje y los zapatos y se pasó a vestir jeans y zapatillas, y se sustituyó el colectivo por la bicicleta. Pero los robos de este tradicional vehículo motivaron que se lo despojara de todo, incluso de luz, para no tentar a los ladrones. Y de noche, en la calle, la bicicleta se vuelve invisible, y más si el ciclista viste ropa oscura. Me pasó cruzar bicicletas y sólo percatarme de ellas por la luz de mi auto. No quiero pensar si el cruce fuera entre una de esas bicicletas y esos extraños autos poco menos que chatarra que de a decenas de millares surcan las rutas del Gran Buenos Aires: muchos con una sola luz frontal, y gran número sin luz alguna. De ese cruce no cabe sino esperar una desgracia. Ni hablar de cómo se oculta la identidad alfanumérica de las chapas-patente. Es más que evidente que no se ejerce control alguno sobre los rodados que circulan en el Gran Buenos Aires, y que en buena medida son los responsables del triste record de accidentes viales que detenta este país. En la economía de la producción se justifica una inicial reducción de los costos medios por la amortización de costos fijos, y luego un incremento de dichos costos por las deseconomías que genera un número alto de trabajadores y de máquinas, empujándose y molestándose en un espacio determinado. De igual modo, un alto número de autos en el espacio fijo de las carreteras hace que se molesten, desgasta más la superficie, genera más dióxido de carbono y consume más energía no renovable. Es aconsejable reducir el número de autos. ¿Cómo hacerlo sin violar la Justicia? Exigir patentes al día e inspección técnica del rodado. Menos no se puede pedir a quien tiene en sus manos la posibilidad de asesinar a sus semejantes. No cumplir con esos requisitos podría multarse con lo más doloroso para el infractor: incautar su vehículo y destruirlo. Cuando el emperador Diocleciano dio un edicto sobre precios máximos, amenazó a los infractores con la pena capital. Le recriminaron tal severidad, y él dijo: nadie está condenado a ella: basta con que cumpla la ley.
Leonhard Euler (1707-83), suizo, fue uno de los más notables matemáticos del mundo, autor de un teorema que lleva su nombre, aplicable a “funciones homogéneas”. Quedó ciego de un ojo mientras enseñaba en la fría Rusia. Philip H. Wicksteed (1844-1927), inglés, sacerdote protestante, abandonó los hábitos en 1897 para dedicarse a la economía, no sin antes publicar un librito sobre “las leyes de la producción y la distribución”, en el que sostenía que si al trabajador se le pagaba un salario real igual a su productividad marginal (PMT: productividad marginal del trabajo), y lo mismo se hacía con todos los demás factores productivos, el valor monetario de una producción dada, por aplicación del Teorema de Euler, se repartía totalmente entre los factores, sin faltar ni sobrar nada. En términos simbólicos, si s es el salario nominal y p el índice general de precios, s/p es la cantidad de bienes que puede comprar el trabajador, o salario real. La proposición de Wicksteed es s/p = PMT, que ha sido tomado como política salarial, tanto por Menem como por Kirchner; o si se quiere, por sus ministros de Economía, Cavallo y Lavagna, respectivamente. Si además estipulamos que s se mantiene congelado, como les ocurrió a todos los trabajadores en la década del noventa, mientras p sube siempre y no baja nunca, en tanto la productividad va aumentando por la tecnología ahorradora de trabajo, las condiciones del caso nos llevan a la contradicción de un descenso de s/p y a una suba de PMT. El reciente Consejo del Salario concluyó en una elevación del salario a 630 pesos, que produce el mismo ingreso de bolsillo que antes, es decir, un incremento igual a cero. ¿Qué tienen que ver Euler y Wicksteed con la política salarial argentina? Nada, salvo que ella como Euler mira con un solo ojo –el empresarial– y que el peronismo como Wicksteed ha abandonado sus antiguos hábitos, los de la justicia social. En lugar de mentir a una población cada vez más empobrecida e ignorante, debiera aclararse que la negativa a aumentar salarios, a subir el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, es para sostener el superávit fiscal, sin un motivo que lo justifique, salvo el de “honrar” la deuda externa y calmar los apetitos del FMI. El “que se vayan todos” también quiso decir “que se vayan todas esas políticas”. Pero en lugar de irse los políticos, con sus políticas noventistas, gozan hoy de excelente salud.
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