Domingo, 5 de junio de 2005 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
Si bien lo más recordado en la historia de la administración Nixon va a ser sin duda el escándalo Watergate que provocó su caída gracias a la colaboración que, desde hace unos días se sabe, prestó una garganta profunda del FBI llamado Mark Felt, tal vez el hecho más trascendente –al menos en política internacional– haya sido el acercamiento que un recalcitrante republicano de derecha como Nixon propició nada menos que con China comunista. Desde entonces, se conoce como efecto “Nixon en China”, a la paradoja política según la cual dirigentes o estadistas etiquetados de cierta manera tienen más facilidad para encarar con éxito medidas que en principio y prejuiciosamente son más afines a su oposición. Justo en momentos en que el Watergate volvió a ser noticia por la revelación del infidente, algunos están hablando del efecto “Nixon en China” para caracterizar lo que está sucediendo en buena parte del cono sur de América latina, donde gobiernos de centroizquierda o populistas (según el gusto de cada uno) están aplicando con comodidad políticas económicas que para esos mismos analistas son características de la centro-derecha conservadora.
En concreto, observan que los socialistas Lula y Lagos –el más difícil de encasillar Néstor Kirchner– y, por cómo se perfila hasta ahora, también el uruguayo Tabaré Vázquez tienen en común una política económica ortodoxa en lo fiscal, sólida en lo externo, reacia al endeudamiento y extremadamente cuidadosa en materia de inflación. Se esté o no de acuerdo (y este columnista no lo está), los mencionados son ingredientes que el imaginario no incluye en las recetas progresistas, sino condimentos que se asocian al otro lado del arco ideológico. Para poner un reciente ejemplo, vale lo que dijo la “progre” presidenta del Banco Nación, Felisa Miceli: “La palabra ajuste no entra en mi diccionario”. ¿Acaso en la letra D de su diccionario sí figura la palabra desajuste?
La alusión al efecto “Nixon en China” apareció en un reciente seminario en Miami donde se debatió si la buena performance macroeconómica que viene teniendo la región es parte de un cambio trascendental de paradigma que está inaugurando un largo proceso de alto crecimiento y consolidación en América latina, o si se trata de un fenómeno coyuntural donde lo determinante es la suerte de un contexto internacional muy favorable para los mercados emergentes, dado el alto crecimiento mundial junto con la fuerte demanda y el alza de precios de las materias primas y commodities, y las bajas tasas de interés.
Hubo posiciones apologéticas de lo que está sucediendo que vaticinan un sendero de prosperidad (como las del próximo a retirarse titular del BID, Enrique Iglesias), defensores de la alternativa opuesta que están asustados por el color más que por la práctica real de ciertos presidentes y espantados por el “antiamericanismo” y el “populismo radicalizado” del estilo Chávez. Obviamente, no faltaron los ubicados en posiciones intermedias que explican lo que pasa como una mezcla de aciertos de política y el azar de un entorno mundial muy propicio. Entre estos últimos se encuentra Nouriel Roubini, un economista muy de moda que estuvo días atrás en la Argentina para disertar en el seminario que organizó el Banco Central, y que expresa una línea de pensamiento moderada y promercado, pero lúcida y muy diferente al dogmatismo ultraliberal.
Roubini valora el pragmatismo de los gobiernos de centroizquierda y populistas de la región, y por supuesto destaca los resultados obtenidos hasta ahora. Sin embargo, el panorama dista de ser lo alentador que sostienen los alienados en la teoría del cambio de paradigma con crecimiento sostenido. En primer lugar, pone en duda la sustentabilidad de la alta performance macroeconómica, atento a la durísima exigencia fiscal que supone el aún elevado endeudamiento que tiene la región, y de la faltade inversión que haga factible un ritmo de expansión productiva como los últimos años.
Sin desmerecer miradas lejanas como ésa u otras, la verdad es que lo más útil y distintivo de los análisis que bajan desde el Norte sobre América latina es la visión de los impactos sobre la región de lo que pasa en el mundo, algo sobre lo cual el provincianismo argentino y latinoamericano en general tiene demasiado poco en cuenta.
Al respecto, Roubini es más bien pesimista: “Las condiciones externas para América latina van a tender a empeorar en el corto plazo, con tasas de interés más elevadas, menor crecimiento, descenso en los precios de las commodities”. Y contra lo que muchos creen, señala que un punto en contra para el despegue latinoamericano es la falta de cooperación por parte de los Estados Unidos, que ejemplifica, entre otras cosas, con la negativa a bajar barreras proteccionistas y con la idea de no desperdiciar en financiamiento el dinero de los plomeros y carpinteros de ese país. Cuenta que escuchó en su viaje por estos pagos un chiste que dice que para que Estados Unidos preste de una vez por todas la atención que merece la región, América latina debería importar terroristas de Al Qaida.
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