Uno de los “efectos colaterales” de una especialización exportadora en productos agropecuarios es que los bienes que se venden al exterior son los mismos que consume la población. La situación no produce mayores problemas cuando el porcentaje destinado al mercado interno es minoritario, como en el caso de la soja, pero cambia cuando la relación se invierte. Es decir, cuando las exportaciones compiten con el consumo interno, como en el caso de las carnes bovinas, donde el mercado local representa todavía cerca del 80 por ciento de la producción.

En los períodos de estabilidad de precios internacionales y de tipo de cambio, todo es armonía. Pero cuando la relación cambiaria se vuelve favorable a las exportaciones y los precios externos suben, el conflicto no tarda en aparecer. El resultado es previsible. El mercado interno termina restringiéndose a favor de las ventas al exterior. Entre enero y abril, el consumo interno se redujo el 7,3 por ciento. El mecanismo de ajuste operó vía aumento de precios.

Las desgracias no vienen solas. Para las carnes argentinas este proceso se produjo luego de un largo período de caída de stocks por efecto de la reconversión hacia la producción sojera. Las largas secuelas de la crisis sanitaria post aftosa, al cerrar mercados externos y contener precios locales, retroalimentaron la conversión. Como fue reseñado en su momento por Cash, el aumento de la demanda durante el año pasado fue abastecido por el incremento de la faena en detrimento de los stocks ganaderos, lo que evitó la aparición temprana de problemas de oferta. Sin embargo, la nueva dinámica de los precios internacionales sumada a la recuperación del status de país libre de aftosa con vacunación, una suerte de final formal de la crisis sanitaria, revirtió la situación que se vivía en 2004. La nueva realidad de la demanda internacional no tardó en traducirse en aumentos de precios en el mercado interno, proceso que se estima no detendrá su marcha en los próximos meses. La preocupación inmediata del Gobierno fue la repercusión de estos aumentos en la canasta básica y, por lo tanto, en la pobreza y la indigencia, lo que llevó a pensar en un aumento de las retenciones.

Preocupados por esta limitación que impediría aprovechar en su totalidad el ciclo ascendente de los precios, los frigoríficos tardaron en elaborar una respuesta. Recién esta semana difundieron una hipótesis alternativa sobre el comportamiento futuro de los precios. Su objetivo: exorcizar las ideas impositivas de los despachos de Economía. La hipótesis fue expuesta en el último informe de Ciccra, una de las cámaras que agrupan a los frigoríficos, y está completamente en línea tanto con la preocupación gubernamental por mantener tranquilos los precios que afectan la Canasta Básica Alimentaria, como con los acuerdos para no aumentar los cortes de consumo popular. Según esta hipótesis, “deberían existir comportamientos diferentes a nivel de cortes”. Ya que “el aumento de las exportaciones se traduce en menor oferta de cortes exportables en el mercado interno, pero también en un mayor abastecimiento de cortes no exportables a este mercado”. Por lo tanto, “a nivel interno debería producirse una caída del precio de los cortes no exportables con relación al precio de los cortes exportables”. Es decir, el asado debería abaratarse con relación a otros cortes como el cuadril y el bife angosto, reseñó Ciccra.

Si se observa la evolución de los precios medidos por el Indec, los cortes delanteros aumentaron el 13,2 por ciento, mientras que los traseros, de más alta calidad, lo hicieron el 15,2 por ciento. Si bien es cierto que tras los acuerdos de marzo, en abril los precios que más se frenaron fueron los de los cortes delanteros, para poder corroborar o rechazar la hipótesis será necesario ver qué ocurre en los próximos meses. Las cifras conjuntas del primer cuatrimestre no parecen marcar diferencias muy significativas.