Domingo, 9 de junio de 2002 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Boñigos
Lo siento, hijo, estos dólares que ahorré durante diez años para pagarte la carrera universitaria que vos quisieras me los han cambiado por bonos, que puedo utilizar para adquirir un automóvil nuevo. Tus sueños y los míos se han hecho trizas, pero al menos podés ganarte la vida dignamente convirtiendo el automóvil en taxímetro. Este diálogo imaginario tal vez se repita en infinidad de casos, cambiando los términos indicados. La salida que se propone para el corralito implica convertir el hábito de ahorro, de virtud, en manía de tontos; a la responsabilidad bancaria en libertad para repudiar deudas impunemente; a la facultad de trazarse un futuro en incertidumbre, desesperanza e indignación. Podríamos escribir un tango, acaso con el título Tiempos idos, o El Estado me engañó, con estos temas: ¿adónde quedó aquella exaltación del ahorro, que maternales maestras inculcaban pacientemente en la escuela primaria, y a la que el Estado mismo contribuía a través de la Caja Nacional de Ahorro Postal, cuya biblioteca exhibía alcancías de distintas épocas y países? ¿Dónde estará aquella línea de política económica que asumió el Estado, por la que resolver los problemas económicos a través del mercado tornaría real una libertad nueva, la libertad de elegir? ¿Quién se llevó el contenido de la palabra contratos, cuya concertación entre partes haría innecesario tener en cuenta los costos sociales de la operación de las empresas, y cuyo cumplimiento pasó en cambio a ser forzoso para los clientes y optativo para los bancos? ¿Adónde fue aquel compromiso del Estado, cristalizado en la ley de intangibilidad de los depósitos bancarios, por la que nunca más ocurriría un Plan Bonex, que había permitido incautar depósitos bancarios a cambio de títulos de crédito públicos? ¿Quién abolió el principio republicano de igualdad ante la ley, y unos pocos pudieran recuperar sus depósitos, con tal de ser ancianos y enfermos, y la mayoría no, por el delito de ser saludables y no poder invocar situaciones excepcionales? Fértiles en idear denominaciones y apodos, y abundantes en ganado vacuno, sugerimos llamar Plan Boñigo, a aquel diseñado para que los depositantes no recuperen sus ahorros ya, y renuncien a sus sueños de todo tipo a cambio de títulos crediticios a años X, que serían más útiles emitidos en rollos, con un hueco en el medio, y en papel higiénico.
Argentina
Pasamos por una situación económica difícil y compleja. La Nación y las provincias tienen un pasivo en forma de una diversidad de monedas y bonos; los bancos tienen carteras incobrables que les esterilizan liquidez para sus depositantes; el país tiene una deuda externa que no puede servir. En las dos grandes crisis anteriores pasó todo eso, con poca diferencia. La proliferación de emisiones se vivió durante la década de 1880, con el régimen de bancos nacionales garantidos, que posibilitó emisiones clandestinas y caos monetario. Los bancos garantidos fenecieron y sus emisiones fueron retiradas y cambiadas por una nueva unidad monetaria, por la Caja de Conversión, creada a ese fin por Pellegrini en 1890. El mismo presidente, con apoyo de su maestro don Vicente Fidel López, creó un nuevo banco para respaldar la nueva moneda y dar créditos a la producción nacional, el Banco de la Nación Argentina. La existencia de bancos particulares con carteras de deudores incobrables, y una situación muy comprometida, se presentó a comienzos de la década de 1930. La situación se resolvió con una amplia reforma monetaria y bancaria, elaborada en 1934 por Raúl Prebisch y llevada adelante por el ministro Federico Pinedo. Los bancos con dificultades desaparecieron y sus carteras fueron tomadas por un Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias, subsidiario de un nuevo gigante, el Banco Central de la República Argentina, creado en mayo de 1935. Los servicios de la deuda externa se volvieron impagables, al cesar de pronto las corrientes que hacían ingresar oro, a raíz de la crisis del noventa. El presidente convocó a quienes entonces eran los ganadores del sistema, para realizar entre todos un aporte patriótico y no caer en default. Todas esas soluciones están hoy a la mano de las autoridades: los bancos que no pueden restituir depósitos, deben ser liquidados por la Justicia, y sus carteras pasar a entidades como el Banco de la Nación, que acaba de concretar una operación similar con tres bancos pequeños, abandonados por su socio extranjero, el Crédit Agricole. Alguna institución, como la Casa de Moneda, debe destruir las emisiones incontroladas de bonos y en su lugar entregar una moneda nueva. Por último, son bien conocidos los ganadores del sistema como para no saber quiénes tienen posibilidad de aportar a un fondo patriótico para atender la deuda externa.
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