Domingo, 17 de diciembre de 2006 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
¡Cuánto, cuánto te quiero!, cantaban los Pimpinela. ¿Cuánto? ¿Un mundo? ¿Un cielo? Según parece, en las cosas del querer una sonrisa vale más que una mirada, y un beso más que esas dos: “por una mirada un mundo, por una sonrisa un cielo, y por un beso no sé, no sé lo que te diera”. Un mundo puede ser una muchedumbre de cosas o personas, y un cielo puede ser la morada de los ángeles y los bienaventurados. Pero no tenemos forma de relacionar cuantitativamente a un mundo con un cielo. No se conoce una unidad de medida que indique lo que vale un mundo ni lo que vale un cielo. Y si no hay una unidad –un uno– no podemos sumarla a sí misma, e inventar el 2, el 3, etc. En otros términos, no podemos construir una escala, o medida cardinal. Ello no impide relacionar situaciones según cuánto nos afectan. Por ejemplo, sobre una mesa ponemos un poroto para cada situación a valorar, y a cada uno lo ubicamos más cerca o más distante de los demás según que nos dé menos o más satisfacción. Podemos alterar las distancias entre porotos todo lo que se nos dé la gana, con tal que cada uno respecto de los demás conserve su condición de anterior o de posterior a los otros. Tenemos un orden perfecto, aunque nadie sepa decir cuántos “útiles” vale cada situación. No se puede construir una medida cardinal, pero sí una ordinal. Las cosas, decía Adam Smith, tienen un valor de uso y un valor de cambio. Más aún: para tener valor de cambio necesitan tener valor de uso. Pero no funcionan igual las cosas que pueden ser reproducidas, y las cosas que son únicas e irrepetibles. En tanto en las primeras cuenta el costo de producirlas, en las segundas cuenta el capricho o la utilidad de quienes las adquieren: por ejemplo, un paisaje pintado por Winston Churchill. Por lo mismo, la pérdida de una cosa única –por ejemplo, un hijo– puede significar un perjuicio muy diferente para cada persona. El valor de las cosas únicas sólo puede estimarse según el valor de uso o utilidad, y como hemos visto, no hay medida cardinal de la utilidad. Cuando se trata de indemnizar a los padres por el deceso de un hijo, un juez no puede tomar como referencia cuánto valía el hijo para ellos, y no le queda otra alternativa más que basarse en alguna estimación del valor de cambio, es decir, lo que la sociedad hubiera estado dispuesta a pagar por esa persona, lo cual lo llevará a intentar medir su valor como capital humano, su capacidad como factor de producción.
La UBA inició la enseñanza de economía, el 28/11/1823, por decreto de Rivadavia, que designó a Agrelo que, sin embargo, no era economista, aunque había creado el diseño de la primera moneda nacional (1813) y al momento de ser invitado a enseñar economía había sido ministro de hacienda de Entre Ríos. Tuvo que enseñar a los aspirantes a cursar las distintas carreras que ofrecía la universidad, en el departamento de estudios preparatorios. Los alumnos no soportaron, o al profesor o el texto que sólo hablaba del caso inglés, y en la segunda mitad de 1824 se esfumaron. La enseñanza se suspendió. De regreso Rivadavia al gobierno, en 1826 designó a Dalmacio Vélez Sársfield, el joven secretario del Congreso que produciría la Constitución que llevaría a Rivadavia a la presidencia. Al mismo tiempo que ambos, Juan Manuel Fernández de Agüero también enseñaba economía desde la cátedra de Ideología, pues de eso trata el Tratado de la Voluntad, de la Ideología de Destutt de Tracy. En ninguno de los tres casos se tuvo en cuenta la idoneidad, ni para su designación ni para su destitución. En el caso de Agrelo o el de Vélez, había una fuerte identificación con el pensamiento rivadaviano. Y en el caso de Fernández de Agüero, debió salir por expresarse en términos que la iglesia local consideró heréticos. Nicolás Avellaneda enseñó desde 1860 hasta 1866, cuando renunció para asumir un cargo político, y dejó en la cátedra a su pariente Manuel Zavaleta, quien falleció en 1873 enseñando. Le suplió Vicente Fidel López, único docente que pudo exhibir una actuación previa (en Montevideo) como profesor de la materia. Cuando pasó a rector, le suplió Emilio Lamarca, del grupo de José Manuel Estrada, católicos militantes, que se enfrentaron al gobierno de Roca en el Congreso Pedagógico de 1882 y a su grupo de choque, en el que participaba Luis Lagos García, cuñado de Pellegrini. Lamarca, Estrada y otros fueron echados, y la enseñanza de economía quedó a cargo de Luis Lagos García, quien expresó menosprecio por la materia: “¿Queréis saber lo que es la economía política?”, preguntaba Fernando Lasalle, y contestaba: “tomad un loro, enseñadle a decir cambio, crédito, etc., y tendréis un economista”. Y en su primera clase declaró: “Al dar principio a mis lecciones siento que voy a caminar sobre un terreno que me es bastante desconocido. No tengo necesidad de deciros que no soy un economista”.
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