Domingo, 13 de mayo de 2007 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Hay sucesos imprevisibles y sucesos cuyas causas son identificables. Y hay sucesos que se convierten de imprevisibles a previsibles, mediante el conocimiento de sus causas. ¿Cómo ocurre tal conversión de unos a otros? ¿Recuerdan aquella escena en El país de los poetas muertos en que el profesor de literatura se subía a su escritorio, para enseñar a los alumnos cómo un cambio de perspectiva afectaba la creación de un autor? Pues bien, Clément Juglar no necesitó subirse a una silla o a un escritorio para ver lo que ningún economista había visto hasta entonces, sino, simplemente, aplicar sus conocimientos de medicina. Las crisis económicas, a raíz de sus estudios, dejaron de ser fenómenos únicos y casuales y pasaron a ser momentos de un proceso de periodicidad regular, análogo a los procesos periódicos del ser humano, con sus picos de calentura y sus etapas de enfriamiento. En la economía se sucedían tres fases: la prosperidad, la crisis y la liquidación. Y lo hacían con la mayor regularidad: “Se encuentran –decía Juglar– períodos crecientes y decrecientes que se suceden con la más grande regularidad”. Presentó en De las crisis comerciales y su regreso periódico, en Francia, Inglaterra y Estados Unidos (1862) sus estudios sobre el ciclo económico y la tasa de descuento. Aquella vez los franceses no se equivocaron y la Academia de Ciencias Morales y Políticas coronó la obra de Juglar (1819-1905), que con el tiempo se convertiría en la primera en enfocar los ciclos económicos con criterio moderno. Acaso la muerte de Juglar disparó la atención de los especialistas. Pero las crisis seguían ocurriendo en todos los países; en algunos, generadas por su dinámica interna; en otros, importadas a través de las relaciones económicas internacionales, como en el caso de Argentina: después de Caseros, al abrirse la economía, entró también el ciclo económico. La crisis de 1873-75, la que el presidente Avellaneda ofreció apagar con el hambre y la sed del pueblo argentino, indujo a algunos estudiosos a interpretarla mediante las categorías de Juglar: F. L. Balbín, en La crisis 1873-1875 (1877) y Juan Bautista Alberdi, en sus Estudios económicos, publicados en Obras póstumas (tomo I, 1895). A raíz de la crisis del noventa, hizo lo propio el hacendista y socialista de Estado José Antonio Terry (1846-1910) en su libro La crisis 1885-1892 – Sistema bancario (1893).
Aquí todos peleamos contra todos, muchas veces con ferocidad irracional. Pero en ciertos temas parecería existir algún consenso mínimo: la niñez es el futuro del país, del desempleo y la pobreza no se sale fácilmente, los planes Jefas y Jefes son un dádiva y se apropian una parte los punteros políticos, las pymes son las que dan más puestos de trabajo, la igualdad socioeconómica es un valor comúnmente aceptado, la industria textil es la de mayor capacidad de recuperación, la industria de libros para escolares depende de las compras del Estado, la educación gratuita y obligatoria es letra muerta, y así siguiendo. ¿Por qué no integrar esos cabos sueltos en un take off, como diría Rostov? Un levantar vuelo hacia una Argentina mejor. Se trata de cambios a los que difícilmente alguien podría negarse, y que ya han sido introducidos en otras partes del mundo, que se puede cifrar en “educación universal de la niñez”. Invertir en educación para la niñez es formar hoy el futuro del país y es hacer la inversión más rentable posible. El plan consiste en brindar (y obligar) a todos los niños en edad escolar, en todas las escuelas públicas, educación primaria de doble escolaridad, con entrega gratuita de guardapolvos, calzado, útiles y textos, y provisión de desayuno, almuerzo y merienda. Sin duda los edificios escolares no alcanzarán y deberán ampliarse o construirse otros. Los maestros deberán trabajar doble turno (y ganar el doble), o emplear maestros adicionales para completar la doble jornada. Si la demanda de guardapolvos se limita a pymes del país, ellas deberán utilizar su capacidad a pleno y aun tomar nuevos trabajadores, que en muchos casos deberán ser capacitados en los oficios textiles, cuyo aprendizaje no es dificultoso ni prolongado. En cuanto al niño y su familia, la doble escolaridad le hará imposible el trabajo callejero, con indudable mejora de su entorno, aunque anulando su aporte al ingreso familiar, lo que se puede compensar ligando la percepción de planes de ayuda social a la asistencia de los niños a la escuela. El plan puede perfeccionarse después extendiéndolo a enseñanza secundaria y a formación técnica. Por razones conocidas, la mayor demanda de trabajo hará subir los salarios a medida que la economía se aproxime al pleno empleo. Un mismo régimen para ricos y para pobres nivelará desigualdades, lo que fomentará la cohesión social.
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