Dom 05.08.2007
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EL BAúL DE MANUEL

Autismo y automutilación

La Argentina, cuando se organiza políticamente, después de Caseros, al calor de las recomendaciones de aquel estadista –Alberdi–, opta por tener una economía abierta, donde la ocupación plena de su factor productivo más abundante, la tierra, se lograse vía importación de ambos factores escasos, la mano de obra y el capital, y la comunicación de un espacio tan vasto se hiciera con los dos grandes inventos de la época, el ferrocarril y el telégrafo. Pronto el área pampeana se cubrió de vías férreas, superando en longitud a cualquier país de Sudamérica. Los hechos indujeron una demanda de conocimientos sobre el transporte, en especial el ferroviario. La UBA confió la enseñanza de vías de comunicación en la Facultad de Ingeniería al ingeniero Alberto Schneidewind, y sus discípulos Carlos M. Ramallo (1873-1963) y Teodoro Sánchez de Bustamante (1892-1976) fundaron la cátedra de Economía de los Transportes en la FCE. De tal modo, la expansión de la actividad rural se vio acompañada de un cultivo no menos fuerte del conocimiento sobre los distintos sistemas de transporte. Con el tiempo, sin embargo, como guiados por una mano negra que nos hace repudiar o desprendernos de aquello que funciona bien, la cátedra fue suprimida, como también lo fue otra cátedra emblemática: Economía industrial y minera. A ello se sumó la supresión del Instituto de Economía de los Transportes, medida que en su momento alcanzó a todos los institutos de investigación. Dejó, pues, de estudiarse Economía del transporte en la Facultad de Economía de la UBA. No dejó de estudiarse en ningún otro país moderno, como es natural. El “problema del transporte” fue uno de los campos explorados con la nueva técnica de la programación matemática, en la década del ’40. ¿Cómo, si no, se hubieran arreglado los Estados Unidos para desplazar, durante la guerra, en su vasto territorio, un alto número de efectivos y de material bélico de grandes dimensiones? Suelen mencionarse sobre este aspecto trabajos de Hitchcock (1941) y de Koopmans (1942). Restablecida la paz, vueltos los combatientes a sus hogares y sus puestos de trabajo, la revolución del automóvil trajo aparejados los problemas que hoy nos aquejan aquí, y las soluciones científicas a los mismos, como las debidas a William Vickrey (Nobel 1996), premiado por sus aportes a temas como accidentes automovilísticos y congestiones de tránsito.

Un cacho de cultura

Yo no vivo en la ciudad de Buenos Aires, e ingreso a ella por una autopista mediante un pequeño automóvil de diez años (modelo 1998), pagando 3,5 pesos de peaje. Me informan los medios que se duplicará la tarifa si uno viaja solo, y se suprimirá la tarifa si uno viaja acompañado. Conozco a otros colegas de autopista, y viendo su propensión a disfrazar su vehículo, estoy seguro que conseguirán un maniquí para colocar en el asiento del acompañante. La medida es buena, al menos como estímulo de la actividad de fabricar maniquíes. Yo no me siento capaz de tanto, y hago un repaso mental de quienes me podrían acompañar: mi madre está muy anciana, el vecino de al lado se robó varias cosas cuando lo dejé solo pintando la casa, la vecina del otro lado es una mujer mayor que nunca sale, etcétera. Al pensar en qué hago con el acompañante una vez en la ciudad de Buenos Aires –¿lo debo traer de regreso?, ¿le doy unos pesos para que coma algo y pague su regreso en tren?–, no me cierra ninguna cuenta en la que el gasto nuevo no supere los 3,5 pesos que pretendo ahorrar. Así, cavilando, recurro a los hombres sabios a preguntarles qué debo hacer. Ninguno de los estudios a los que accedo comenta como algo sensato este nuevo régimen. Trato de imaginarme en qué cambiaría la actual situación, penalizando al conductor solitario. Los conductores, ¿respetarían el límite de velocidad o la distancia mínima segura respecto del auto delantero? Las compañías de seguros que ofrecen pólizas muy baratas, ¿ahora sí van a pagar los siniestros de terceros? ¿Volverán los “zorros grises” y castigarán con severidad a quien no tenga su auto en buenas condiciones o maneje imprudentemente? La intuición y la memoria de experiencias anteriores me dicen que nada de eso cambiará, a pesar de que el nuevo régimen se publicita como un “cambio cultural”. Lamento profundamente que las instituciones porteñas se empleen en crear castigos o impuestos extraordinarios para quienes viven fuera de la General Paz y necesitan trabajar adentro. Lo mismo pensaría si se castigase a los no porteños que necesitan servicios de los hospitales públicos, o a los no porteños que deben recurrir a la universidad pública para crecer culturalmente. Antes que “cambiar la cultura” cercenando derechos como el libre tránsito o la igualdad ante la ley, la CABA debiera pensar en mejorar su sistema de control y en incrementar su inversión en vías de comunicación.

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