EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Todo cambia
Llegó la primavera y todo se ve distinto. Los árboles, antes con
ramas desnudas, y ahora cubiertos de hojas nuevas y flores. El tiempo, antes
frío, ahora es templado. Lo que era, ya no es más. Este asombro
por el cambio es el mismo que el percibido por los griegos hace más de
2500 años. ¿Qué es lo característico de las cosas?
¿Cambiar o permanecer? Ambas posibilidades tuvieron sus defensores: Heráclito
y Parménides, respectivamente. Para el primero, las cosas pasan del ser
al no-ser y viceversa. La realidad es devenir. “Uno no puede bañarse
dos veces en el mismo río.” Y en el fluir, en el pasar, está
el gusto de la vida. ¿Se imaginan bañándose una y otra
vez con la misma agua con que se bañaron antes? En economía, Joseph
Schumpeter estudió el cambio como motor principal del proceso económico.
Hay dos tipos de cambio, decía, uno que opera por variaciones graduales
y continuas, y otro que se produce a saltos, como ocurre al introducir innovaciones
en los procesos productivos. Lo cual complicó enormemente la vida de
los economistas, cuya herramienta de análisis –el cálculo
diferencial– sólo era aplicable a cambios infinitesimales. Fue
necesaria la teoría distribucional, un capítulo de la topología
general, para tener una herramienta capaz de captar cambios continuos y discontinuos,
indistintamente. La formación de capacidades laborales, por ejemplo,
es un cambio continuo y gradual. La supresión súbita, por una
ley, de las conquistas laborales, es un cambio súbito y discontinuo.
Hay otros cambios discontinuos y súbitos: hace unos años yo me
aficioné a la “nueva” historia económica cuantitativa,
o “cliometría”, en la que han sido figuras eminentes Douglas
C. North y Robert W. Fogel, ambos galardonados en 1993 con el Premio Nobel en
Economía. También Donald McCloskey, profesor en Chicago y en Iowa.
Su biografía aparecía en Grandes economistas desde Keynes (1ª
ed. 1985) de Blaug. En 1998 Blaug publicó la 2ª edición del
mismo libro. Cuál no sería mi sorpresa al buscar la biografía
de Donald McCloskey, en su lugar había la foto de una maquillada dama,
Deirdre McCloskey. ¿Acaso la hija? ¿O la esposa? No. Es él
mismo (o ella misma) quien en 1995 cambió de sexo. Su cambio no obedeció
a razones académicas, ya que los suecos no dan el valioso premio a damas.
Pero no puede negarse su capacidad innovadora, que va al frente caiga quien
caiga y cortando lo que haya que cortar.
Enrique Silberstein
(1920-1973)
En la Argentina no han existido ni existen economistas clásicos que hayan
llegado a la esencia de la cuestión y que hayan dejado huellas profundas
de su pensamiento en la teoría económica. Son economistas vulgares,
no sólo porque en ningún momento se han hecho presentes en la
realidad nacional. Las constantes económicas, teóricas y prácticas,
hacen que el país se desenvuelva como exportador de productos primarios
y como importador de artículos manufacturados y de ideas. Ese factor
económico constante: precios altos y costos bajos, es típico de
una mentalidad empresaria subdesarrollada.” Esto decía Silberstein,
un economista de cuya desaparición recordamos el 30º aniversario.
Había nacido un 5 de enero en Rojas. Hizo la primaria y la secundaria
en Rosario, terminó la universitaria en La Plata, y enseñó
economía en Bahía Blanca. Pero era un porteño y una esquina
le inspiró Cuentos en Corrientes y Paraná. Allí, en una
mesa de café escribía sus obras de teatro –como Necesito
10.000 pesos, premiada– que el Teatro de los Independientes le ponía
en escena. Colaboró en la “edad de oro” de la UBA, como prosecretario
general y asesor económico del rector Risieri Frondizi, y participó
en la fundación de Eudeba. El gobierno de Onganía atacó
en 1966 la UBA y entonces Silberstein escribió la mayoría de sus
obras: Keynes, Los economistas,Charlas Económicas, y tradujo Análisis
Económico de Due. Incisivo, remedaba cómo habla un ministro de
Economía: “Jamás el país estuvo peor, desde el punto
de vista económico; hay que hacer toda clase de sacrificios para salir
adelante; la estabilidad es lo fundamental; conseguida la estabilidad estamos
salvados; la moneda sana es el objetivo de nuestra acción de gobierno;
el déficit fiscal se reducirá hasta más allá de
lo posible; terminaremos inexorablemente con la burocracia; las medidas impopulares
que debemos tomar son inevitables; suframos hoy, que mañana (o pasado)
estaremos bien”. También: Los constructores del capitalismo, Dialéctica
económica y desarrollo, El asalto, Vida y milagros de nuestro peso. Durante
casi dos años escribió “Charlas económicas”
en El Mundo, de las que recopiló 181 (un cuarto del total). Dicen que
Enrique se fue. Pero se nos hace que, escondido, nos mira, como duende burlón,
buscando pasar desapercibido y sonriendo cuando ve que alguna de sus radiografías
económicas sigue vigente.
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