Domingo, 19 de octubre de 2003 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Supongamos ...
La ciencia económica –pese a cierta resistencia inicial–
incorporó en el siglo XX la distinción de Leon Walras entre “economía
pura” y “aplicada”. La primera reduce los entes concretos
–p. ej., “precio de los fósforos Fragata”– a
entes abstractos, lo que permite tratarlos como “magnitudes generales”
y operar con ellos con las reglas de la lógica y la matemática.
Ello permitió una extraordinaria expansión de la aplicación
de la matemática al análisis económico. La ciencia económica
se convirtió en un conjunto de sistemas hipotético-deductivos,
es decir, esquemas de razonamiento que parten de ciertos axiomas o supuestos,
operan sobre ellos con la matemática, y obtienen enunciados que pueden
compararse con los hechos reales. Cuando la comparación confirma la teoría
con los hechos, se dice que ella es “verdadera”. Entonces, la gran
mayoría de las teorías económicas puede expresarse por
una fórmula general: “si ocurren ciertos supuestos, entonces se
producen tales consecuencias”. O en términos formales: “si
p, entonces q”, donde p representa los supuestos o axiomas, y q el hecho
predecido por la teoría. Sólo si q coincide con los hechos la
teoría es aceptable. En cuanto a p, se tendió a creer que también
debía coincidir con los hechos. Sin embargo, la mayoría de las
teorías económicas supone que en los mercados rige la competencia
perfecta, lo cual no coincide con los hechos, que más se acercan al monopolio
que a la competencia. Esta fue la crítica formulada en 1926 por Piero
Sraffa a la economía de Alfred Marshall, y el germen de la teoría
de la competencia imperfecta, elaborada en 1933 por J. Robinson y E. Chamberlin.
El amigo de Sraffa, Keynes, expresó enfáticamente en 1935 que
una teoría como la clásica, cuyos supuestos no coincidiesen con
la realidad debía ser desechada. Sin embargo, la lógica no pide
que p sea verdadera o falsa, a fin de que “si p, entonces q” sea
verdadera. Ambas posibilidades son aceptables, y en particular la irrealidad
de p. Esta constatación mató dos pájaros de un tiro. Salvó
a la teoría tradicional, que supone mercados competitivos, e hizo innecesario
recurrir al supuesto más realista de la competencia imperfecta. Esta
constatación fue obra del Premio Nobel Milton Friedman, en su publicación
Metodología de la economía positiva, para algunos un trabajo cumbre
de metodología económica del siglo XX, de la que se cumplen 50
años.
Hermenéutica
Reducir las proposiciones económicas a la fórmula “si p,
entonces q” dividió a los economistas entre partidarios del criterio
antiguo (Keynes), por el cual era necesario que el término p se verificase
en la realidad, y quienes consideraban innecesario tal requisito (Friedman)
y pedían la verificación de los términos q. O sea, los
partidarios del realismo descriptivo de los supuestos; y aquellos que juzgaban
la validez de las teorías económicas por la eficacia predictiva
de las hipótesis, ya que “si p, entonces q” representaba
tanto la predicción (cuando q se situaba en el futuro) como la explicación
(cuando lo hacía en el pasado). En verdad, la disputa giraba en torno
de la alternativa introducida por Friedman. Los críticos aducían
que de hipótesis absurdas, como “la luna es de queso verde”,
nunca podrían seguirse inferencias realistas sobre la economía.
Los defensores argumentaban que se trataba de buscar supuestos fructíferos,
aunque no fuesen realistas, capaces de generar enunciados comprobables en la
realidad. El 9 de octubre de 1963, al celebrarse el 50º aniversario de
la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA –como el que tendrá
lugar mañana al celebrarse el 90º aniversario– el entonces
rector de la universidad, Dr. Julio H. G. Olivera (actual presidente de la Academia
Nacional de Ciencias Económicas). rompió el dilema, al rechazar
la concepción de la ciencia económica como un modelo predictivo,
ysostener su carácter hermenéutico o explicativo: “hay otro
aspecto [de la ciencia económica] entrelazado de modo indiscernible con
los dos anteriores, y que consiste en la interpretación de los problemas;
esto es, en determinar su sentido como parte de una situación total,
y especialmente su relación con las características generales
del sistema económico”. Y más recientemente: “el sentido
de la acción humana se determina por el fin que persigue el agente. El
fin da sentido a la acción ... Establecer el sentido de una acción
implica interpretarla. El estudio de la actividad económica envuelve
así ineludiblemente una labor interpretativa. La ciencia que trata de
la actividad económica, la ciencia económica, es por consiguiente
una ciencia de interpretación, una hermenéutica ... Un esquema
de interpretación no es una mera hipótesis ni un modelo descriptivo
o predictivo, sino un modo de traducir la realidad y de hacerla inteligible”.
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